TRES MUJERES para Roma

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«De dos hermanos amamantados por una loba, Roma se creó a la sombra del fratricidio…»

El origen de cualquier pueblo de la antigüedad, incluso aquellos que llegaron a dominar el mundo, nos ha llegado la mayoría de las veces sesgado entre leyendas epopéyicas o, en ocasiones, relatos incompletos con la ausencia de protagonistas que, si bien determinaron su curso, por supuesta irrelevancia, la historia los marginaría.

De dos hermanos amamantados por una loba, Roma se creó a la sombra del fratricidio, un estigma que le acompañaría toda su existencia, en la gloria y la debacle, incluso llegada la época de los emperadores, preludio del vasto imperio que más impronta dejaría en todos los territorios que lo conformaron.

Tres mujeres, directa o indirectamente, con las tragedias de sus vidas, determinarían la eclosión, transformación política consolidación, de lo que con el tiempo se convertiría en el más importante imperio y “contaminante cultural” de su tiempo.

Tarpeya, Lucrecia y Cleopatra, la reina del Nilo.

En sus inicios, Roma, la ciudad creada en el Palatino por Rómulo, tras el asesinato de su hermano Remo, estaba habitada esencialmente por indigentes, proscritos y delincuentes. La base de esta población estaba formada prácticamente solo por hombres, siendo conscientes que, para construir un pueblo, eran necesarias también mujeres.

Otro poblado en la vecina colina del Quirinal y conocido como el de los sabinos, tranquila y pequeña sociedad, fue donde los romanos pusieron sus ojos interesados.

En un falso “alarde de buena amistad”, los sabinos fueron invitados a una gran fiesta con banquete, donde llegado el momento y aprovechándose de su estado abatidos por el efecto del vino, los romanos del Palatino se dirigieron solapadamente al Sabinal, raptando a sus mujeres, lo que se conoció como el “rapto de las sabinas”.

Rapto de las sabinas-1-recortada

De vuelta a sus moradas, conscientes estos del engaño sufrido por los que creían buena vecindad, declararon de inmediato la guerra a los romanos.

Antes de llegar a la que parecía inevitable confrontación, Rómulo fió el cuidado de la ciudad a la hermosa joven Tarpeya en la que depositaba gran confianza, sin poder imaginar que, esta, era la amante secretamente enamorada del rey de los sabinos del que, pretendiendo más “notoriedad”, le facilitaría la entrada al Capitolio romano.

A cambio, el monarca del Quirinal, se dice la premiaría con el brazalete real que en su brazo portaba, dándole así preeminencia distintiva en el futuro junto a su persona.

Roca tarpeya-1Tarpeya no solo no obtuvo ventaja o premio alguno de este rey, sino que, desde el más profundo rencor a todo lo romano, la mandó matar arrojándola desde una roca, que tomando su nombre, se convertiría en sitio habitual de ajusticiamiento.

El sacrificio de Tarpeya, aunque indignaría a las gentes por su crudeza, no consiguió evitar la lucha entre latinos y sabinos.

Y sucedió que en plena batalla, las sabinas, abrazadas a sus maridos y familiares contendientes, se interpusieron entre los litigantes suplicando primero y, exigiendo después, detener las beligerancias con el argumento de que, ganara quien lo hiciera, serían las mujeres de ambos bandos quienes perderían a sus maridos, hermanos y parientes, por lo que esta guerra no tenía sentido.

Increíblemente para esa época y tratándose de pueblos de primitivos pastores, cejaron en sus disputas, firmando la paz. Al no mucho, romanos, sabinos y más tarde los etruscos, conformaron un solo reino, encauzando el nacimiento de la emergente Roma.

Génesis de un pueblo, indudable consecuencia de la actuación y sacrificio de la  joven Tarpeya.

Siete reyes desde su fundación por Rómulo, conformaron una historia de más de quinientos años. El último de ellos, Tarquinio el Soberbio, el más tirano de los habidos, llevo hasta el hartazgo a su pueblo, motivo por el cual, los romanos, comenzarían a odiar el régimen monárquico como sistema de gobierno por sus excesos.

Por aquel tiempo, Lucrecia, una joven y atractiva esposa que vivía en la capital del reino, fue mancillada y violada por uno de los hijos del rey. Este, no solo ni se inmutó por el hecho, sino que no exigiría responsabilidad alguna a su vástago, al contrario, culparía  y ridiculizaría a la desgraciada mujer.

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Ultrajada y desamparada Lucrecia, sintió sumir a su marido y familia en el más grande de los descréditos de tal forma que estos no pudieron impedir que la joven se suicidara, ante ellos mismos, apuñalándose en el corazón.

Si algo necesitaba ya el subyugado pueblo, la muerte de la joven sería la motivación de su levantamiento, con tal energía, que el rey Tarquinio y toda su casta fueron expulsados del reino, prohibiéndoles a todos ellos su vuelta y, tras abolir de por vida la monarquía, se instauró la república como sistema de gobierno.

Desde entonces, el solo hecho de pretender ser rey en Roma, se consideraría un delito abominable de alta traición.

Lucrecia y su criminal muerte, no fue sino el detonante indiscutible de otro gran cambio histórico, el nacimiento de la república romana hasta el acontecer de los emperadores.

Tras un periodo expansionista y victorioso de guerras, incluso civiles, emerge la figura incontestable del ambicioso Julio Cesar, que haciéndose idolatrar y despreciando la figura del senado, pretendió ser nombrado rey de Roma.

En la última guerra civil con Pompeyo, tras vencerlo y huido este a Egipto, Roma disfrutaba un periodo tranquilo. Con la escusa de su captura, a la vez  que terciar en el conflicto monárquico egipcio, se dirigió a la tierra de los faraones.

Para los grandes conquistadores romanos, obsesionados con las hazañas de Alejandro Magno, oriente les estremecía por su refinamiento cultural y exotismo imaginado. La «casta» sociedad romana, al contrario, lo describiría como países degenerados, corruptos, entregados a los placeres y los sentidos.

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Alejandría, la ciudad fundada por el rey Macedonio y capital del Egipto Ptolemaico, bajo la tutela romana entonces, estaba gobernada por los hermanos Ptolomeo y Cleopatra, que terminarían enfrentados en guerra abierta por el trono, cuando llegó el cónsul de Roma.

Al desembarcar Cesar en el puerto de la mítica ciudad y pensando que ello pudiera halagarlo, el rey Ptolomeo, conocedor de su lucha y búsqueda del huido Pompeyo, entregó la cabeza de este como bienvenida al general romano.

Encolerizado, Cesar envió a sus hombres a encontrar el cuerpo mutilado de Pompeyo, dando órdenes de, recomponiéndolo, colocar una moneda en su boca, a la usanza romana, y otorgarle un funeral con honores.

Este hecho pesó mucho en la decisión de deponer como faraón a Ptolomeo y su corte, desterrándoles de Egipto. Cleopatra fue entronizada como reina, con el favor de Roma.

Al contrario de la propaganda romana, Cleopatra, hija y madre de reyes, era querida  y respetada en su reino. Fue la única reina ptolemaica, dinastía de origen helénico, que hablaba y escribía la lengua egipcia, además de otras como el hebreo, griego, latín o arameo y que, con su desaparición, acabaría la influencia griega en Egipto.

Tras gozar del favor de Cesar, posiblemente atraída por su madurez, experiencia y fama, se entregaría al romano como una deslumbrada adolescente, pero experta política, con la convicción de sentirse protegida, ella y su reino.

A la vez, el maduro general, conocedor de todos los placeres mundanos, terminó cautivado por la joven reina de la que, si bien se decía bella, el mayor de sus atractivos era su forma de ser, cultura y trato, tomándola por esposa en el país de las pirámides, bajo su rito.

Para colmo el sueño del romano sin sucesor varón, se lo haría realidad la reina del Nilo, con el hijo de ambos, Cesarion, que reconocido por el general, terminaría invitándolos a Roma, en dos ocasiones, sin poder evitar el rechazo de la nobleza y el senado y, teniendo que sufrir la reina de Egipto durante su última estancia, el asesinato del cónsul romano.

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Nada o poco tuvo que ver Cleopatra y su relación, con la muerte de Cesar. Este, estaba sentenciado por los miembros del senado, por su ambicioso plan de acabar con la república y erigirse en rey y emperador de Roma, hecho inasumible por los romanos desde su instauración.

Muerto Cesar, su sucesor testamentado  sería su sobrino Octavio, en detrimento de Marco Antonio, mano derecha del asesinado y el general más popular de Roma. Este, sería quien ayudó a huir a la reina y su hijo, despidiéndola con gran pesar desde el puerto de Ostia.

Pasados unos años y en un tiempo de crisis de la todavía república, con objeto de solicitar ayuda de los graneros de Egipto, Antonio citó a Cleopatra en Tarso, donde pretendió sorprenderla con una preparada bienvenida, que resultó un fiasco.

La reina del Nilo, remontando el rio Cidno, apareció en un barco de cedro y oro con velas purpuras y remos de plata. Entronizada en cubierta y vestida como una diosa egipcia, se mostraba bajo un palio de finos tejidos bordados en oro, en la plenitud de su esplendidez, ya una mujer de veintiocho años, deslumbrando a romanos y turcos y eclipsando los preparativos de Marco Antonio.

La presencia de la joven reina, desaparecido Cesar, produjo incontrolables sensaciones en Antonio, que le llevaron recordar, cuando años atrás en una visita a Alejandría conoció a la joven entonces princesa, que con catorce años lo dejaría fascinado. Ahora, en este encuentro de la ciudad turca, se enamorarían, uniendo sus destinos.

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Debieron conmoverse los cimientos del Capitolio, pues esta vez Cleopatra, la reina del Nilo,  a la que en contra de su leyenda interesada, históricamente no se le conocieron más relaciones que las de Cesar y Antonio, determinaría una vez más, el devenir de la Roma de su tiempo.

Tras varios años de fracasos en sus campañas de oriente contra los partos, incluso con la ayuda egipcia, Antonio volvió a Roma, tratando de congraciarse con Octavio, para lo que casaría allí con Octavia, su hermana.

Más tarde, en un impulso inevitable, volvería definitivamente con Cleopatra que le daría tres hijos y tras su boda con la egipcia, de la que no se separaría ya, se entregaría a una vida de placeres y exóticos juegos en la noche alejandrina junto a ella.

Octavio, denunció su política y comportamiento ante el senado de Roma, logrando declararle la guerra a él y al reino ptolemaico. Tras vencerlo en Actium,  este tuvo que huir a Egipto junto a Cleopatra, donde de nuevo sería sitiado y derrotado, abandonado por sus legiones.

Evitando ser llevados y exhibidos como trofeo en Roma allí, en Alejandría, los más famosos amantes de aquel mundo y actores “de una vida inimitable”, acabaron con sus vidas, no sin manifestar antes, el deseo de ser sepultados juntos.

Al descubrir sus cadáveres el general romano, tuvo sentimientos contradictorios. Por una parte, la muerte de Antonio, le despejaba el camino hasta el poder absoluto en Roma pero, a la vez, sin poder ocultar cierta admiración por ellos e, inmerso en una profunda tristeza, se dirigiría a sus hombres:

«Ella será enterrada junto a su Antonio.
Ninguna tumba sobre la tierra tendrá dentro de sí
una pareja tan famosa.
Ordenad un funeral militar público”

Sin la desaparición de Marco Antonio, Octavio probablemente, no hubiera sido  nunca el primer emperador de Roma, ni la república hubiera perecido.

Cleopatra, la reina del Nilo, junto a su amante Antonio “El Grande”, consecuencia de  sus muertes, dejaron paso a la época imperial en la figura de Cayo Julio César Octaviano, también llamado Augusto o César Augusto, primer emperador de Roma, abolida la república.

A partir de entonces, otras mujeres desde la esposa de Octavio, Livia Drusila y en adelante, es obvio que si no cambiaron el curso o sistema político alguno, si tuvieron una gran influencia en su conformación, mediante sus influjos como madres o esposas o, llegando hasta el asesinato, en favor de sus intereses.

Pero ninguna, como las jóvenes Tarpeya y Lucrecia o la incomparable Cleopatra, determinarían con sus trágicas vidas, los verdaderos grandes cambios en la Roma preimperial.

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6 comentarios en “TRES MUJERES para Roma

  1. Vaya Pepe! También te atreves con Historia!
    Interesante e ilustrada aportación sobre la influencia de mujeres relevantes y admirables en la historia y devenir de Roma.

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  2. Amigo mio, a veces, aunque de forma superficial y sin animo de erudición alguna, buceo en los personajes, que de forma más o menos directa, o envueltos en leyendas, en su tiempo interesadas, sin embargo protagonizaron los grandes cambios en la génesis de los pueblos, la Roma antigua en este caso, hasta el inicio del periodo imperial.
    Ya os conté algo sobre el rey macedonio en mi relato «Roxana, el cuarto deseo», que igual te interesaría.
    Gracias por leerme.

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  3. No me resulta nada difícil reivindicar a la mujer en la gran medida de su importancia y relevancia en la historia y en la actualidad. Y esta es una forma de las mejores de hacerlo y llamar la atención sobre sus grandes aportaciones, atendiendo a la historia (entre tantas otras) y al trabajo actual de muchas de ellas que avisan de su competencia, sin necesidad de «aspavientos», algunos incomprensibles, aunque llenos de razón. No entiendo un mundo sin mujeres en total igualdad.
    Gracias por tu comentario, «amiga del mar».

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  4. Nos ocurre a todos, Úrsula. Pero cuando te llega algo interesante a la cabeza, desde mi gusto por la historia, me apetece compartirlo. Conocer el pasado es inexcusable para entender nuestro presente y preparar el futuro. Siempre estoy agradecido por tus comentarios tan interesantes. También tú, ten buen fin de semana.

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