“Se abrió la ventana, entró la brisa y despertaron los colores…”.
Aquel día pudo ser un miércoles. No recuerdo bien de que semana ni mes, pero sí que compartía mi tiempo del café de media mañana con el periódico habitual, el único disponible.
Alternaba su lectura con distraídas miradas sueltas a través del ventanal del viejo bar, que a modo de pez en particular pecera, me contenía observador de cuanto acontecía en derredor del campo de visión acristalado.
El enjuto amable y amistoso camarero, cada día al llegar, a la vez que ya sabe lo que tomas te da los buenos días, esos que normalmente comienzan cuando arribas a ese rincón ya de tu vida.
Afuera, la pequeña glorieta con escasos arboles que, si no otra cosa, procuran algo de sombra sobre los bancos existentes al calor de esa hora. Algunas sombrillas al mismo efecto, exclusivas del pequeño bar y sus clientes, se disponían junto a mesitas con sus respectivas sillas.
Cada mañana, tan pequeño universo, debería ser prácticamente el mismo o con mínimas sorpresas. Los chicos de la tienda vecina al bar, siempre que pueden en la misma mesa, vigilan la entrada de su negocio desde el café con leche diario.
El empleado de un banco aledaño, feliz huido de la rutinaria mañana, toma su desayuno en el interior, asomándose a la terraza de vez en cuando, para dar alguna “calada” al escondido cigarro que con habilidad oculta, mientras devora sus tostadas en la barra.
Dos o tres más de esas mesitas, cada día y a la hora que parece del gusto de todos, son ocupadas por parejas y jóvenes, de muy buen ver las más, rematando el toque agradable de un entorno melancólico y empequeñecido por el tiempo y el descuido, pero aún capaz de hermosear en la percepción de cualquier mediana sensibilidad.
La antigua glorieta, circunvalada casi en su totalidad por viejas y atractivas calles bordeadas por viejas casonas, parece alardear ante los ocasionales visitantes, de un pasado esplendoroso y quizás más clasista. Una alta y afilada casa de blanca y roja fachada, no sé si me contempla o soy yo quien lo hace, entablados en un dialogo diario inevitable y lleno de evocaciones.
Dentro del conjunto de entrañable estética y cuando sobre el epicentro de la placeta cae el sol a esa hora poco antes de ganar su verticalidad, aquel día, todos los frágiles colores del entorno sin razón especial, alertaron mi capacidad de contemplación.
El oscuro verde de las hojas arracimadas en densos ramajes de viejos amputados arboles, las caídas al suelo sobre el marmóreo travertino y el «amarfilado»de la balaustrada que separan calle y plaza, hermoseaban como podían, huérfanos de mejor gusto y trato, a su modo.
Los viejos edificios de diferentes tonos envejecidos, en constante pugna por ganar el cielo contra unas palmeras tropicales y un par de desproporcionadas araucarias, todas ellas de difícil encaje en un entorno mediterráneo hasta la saciedad.
La justa medida de la naturaleza evocadora de su visión, me impusieron abandonar lectura y café, para preguntarme como tan cerca, he estado tan lejos.
Con mi atención dedicada y despierta, sin mucho esfuerzo, todo me parecía sencillamente atractivo. Y aunque en mi imaginación anclada en otros tiempos, flotaran estampas de irrecuperables pasados, no exigí más cuentas, que el deseo de no olvidarlos.
No había «grieta» para la comparación. El recuerdo revertía sobre el presente, ayudándolo a situarlo, desde la añoranza, tan hermoso como antaño.
Una joven mujer desde una de las pequeñas escaleras de acceso a la vieja glorieta, aparece entonces, rompiendo el instante de mi dedicada contemplación.
Vestida de un sencillo vestido negro, negro su pelo y su mirada , enciende la plaza. Arboles, edificios y hasta la estatua de un poeta local que preside el centro de la misma, parecen desviar indisimulada atención hacia la recién llegada.
Aquella joven toda inesperado azabache, en su café mañanero, seguramente no alcanzaría a imaginar el impacto estético en tan modesto pero luminoso escenario, que elevaría a cotas inimaginables cualquier percepción, al erguirse en espontáneo contraste.
Se abrió la ventana, entró la brisa y despertaron los colores.
El “verde” arracimado de las hojas, las tropicales palmeras y altas coníferas, quiso ser más “verde”.
El “amarfilado” de las balaustradas y losas travertinas, por un momento se desearon palaciegas.
Las envejecidas fachadas de las casonas del singular y sencillo entorno, rejuvenecieron hasta el siglo de su esplendor.
El busto del poeta en su inmóvil pedestal, parecía revolverse, tocado de nuevo en inspiración.
Y hasta mis evocaciones más inocentes, tropezaron con la provocadora presencia, excitando mi percepción.
Seguramente nadie se lo dirá lo suficiente, o peor nunca lo sabrá, aunque miradas encontradas rebosaran imaginación inevitable.
La vieja glorieta resucitó sus dormidos colores que, en provocado contraste, se exacerbaron sin pudor alguno y hasta la pequeña fuente arrinconada, gritó al cielo caños de su agua más clara.
Todo palideció de nuevo cuando la joven abandonó la placeta. Faltos de estimulo, volvió la melancólica rutina. Mientras, en el aire, quedaban para el recuerdo estelas teñidas de los colores del negro.
Me cautivó tu relato de intensidad creciente. Es curioso como un estímulo, en este caso la mujer azabache, al igual que podría haber sido un recuerdo, un pensamiento o lo que fuere puede por un momento conseguir despertar hasta los colores que se enmarcan dentro de la rutina habitual.
¡Muy hermoso!
Saludos
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Primero, gracias por tu atención y palabras.
Como te dije, recién conocí tu blog, al que me «enganché» con facilidad, por su gran calidad, sensibilidad y originalidad despertadora de emociones. Es por ello que valoro muchísimo tu amable opinión, viniendo de tanto talento.
¡Nos seguimos leyendo!
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Te acabo de descubrir en tu faceta de escritor y no me resisto a hacerte el siguiente comentario. Me entusiasma tu prosa; la encuentro sensible, hermosa y estimulante.
Digo en tu faceta de escritor por que te conocí personalmente en el Campamento de Viator en octubre-noviembre del 1972, donde en cumplimiento militar nos preparábamos para la jura de bandera. Allí alguna vez intercambiamos algún comentario musical de uno de vuestros discos recién salido.
Te seguiré y disfrutaré de tus escritos.
Solo puedo decirte: MUCHAS GRACIAS.
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Qué casualidad el 13 de Septiembre es mi cumpleaños.
Cuántos colores tiene la Vida, y cuántos colores tienen los sentimientos en un instante,,, pero el negro es muy elegante e igualmente puede ser muy triste.
Felicidades por Tú relato , como todos los que escribes.
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Nada es casual. La vida es un ramillete de colores, incluidos los que no apreciamos y que de forma extemporánea y sorpresiva, aparecerán para nuestro gozo. Del pasado, llenándonos de recuerdos y del presente, de deseos.
En estos tiempos difíciles, habremos de cuidarnos, para poder contarlo.
Gracias por estar ahí.
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