EL AÑO DE LA LUNA -Cap. VIII- Sol de media noche

kairouan-3El trabajo que Al-Chaís pensaba desarrollar en el plazo máximo de tres o cuatro semanas en la Ciudad Santa, se trocó de ardua laboriosidad necesitando mucho más tiempo que el estimado para su proceso. Por otra parte, su estancia allí, cada día se volvía más agradable.

A sus reuniones y salidas constantes en tiempo libre con su amigo el Caid Al-Muzaff, como siempre criticadas por el Imán de la Gran Mezquita Hamed Allah, por “la perversa ejemplaridad” de sus costumbres mundanas, se sumaba el buen ambiente en su trabajo con sus colaboradores y en especial con la joven Muún-Anaí, con la que había adquirido una gran confianza y complicidad.

El carácter del hombre de Granada, su talante abierto y permisivo, hacia que poco a poco las conversaciones con la joven en los momentos que podían mantenerlas a solas, discurrieran cada vez más entretenidas, sin límites, sin tabúes entre toda clase de materias, como si de entre dos amigos se tratara, con total libertad.

Muún-Anaí era en gran modo una joven privilegiada, que en un mundo donde la mujer estaba normalmente arrinconada en sus trabajos domésticos sin acceso a ningún tipo de aprendizaje, había destacado en el seno familiar por su gran viveza y desparpajo, y esto le había procurado una atención especial de su padre y abuelo, habiéndola procurado educación y saber reservado normalmente a los hombres.

Su capacidad cultural, comparativamente con el resto las mujeres de su época, la hacia distinguirse e interesarse por todo lo científico o novedoso. A esto se le sumaba el interés que despertaba en ella el hombre de Granada, que  tratándola de igual, la hacía sentirse valorada y con gran confianza a su lado.

Cada día, a la joven le encantaba escuchar las historias de aquel hombre al que suponía lleno de experiencia y que despertando un interés en crecimiento constante, le llevaba a desear saber más y más de él y de todo su mundo.

Poco a poco, eran ambos quienes querían conocer más de ellos mismos, de sus vidas. La que otrora pareciera niña mujer, trocada en hermosa joven, hacia sentirse bien al maduro Al-Chaís que no terminaba de mirarla como una adolescente. Por momentos, su compañía le resultaba más agradable y su personalidad más interesante.

Aprovechando los ratos a solas, mientras enviaban al resto de sus colaboradores o criados a algún cometido en el exterior del edificio con cualquier excusa, Muún-Anaí solicitaba a su amigo para cualquier consulta, a la vez que provocaba entablar algo de conversación entre ambos.

– A veces sueño en los sitios que has conocido, en tu vida en Al-Ándalus, en tu sociedad perdida, tan avanzada…

– No hay nada, querida amiga, que no puedas hacer o conocer tú también a lo largo de la vida, si realmente lo deseas. Y respecto a mi sociedad perdida como la llamas, no era ya tal como crees. Eso fue mucho antes, el Califato. Cuando llegó la ortodoxia almorávide, y  más tarde almohade, el espíritu de Córdoba que muchos quisimos conservar, se perdió en Granada y este reino maravilloso, se volvió asfixiante. Por eso, heme aquí.

– Bueno, siempre hay algo positivo en ello… ¿no…?. Estás entre nosotros y eso es bueno… – sonrió la joven con su simpatía habitual.

Al final de cada fin semana, cuando la tarde tocaba su fin, un hombre joven perteneciente a la milicia, llegaba a la puerta del edificio y esperaba la salida de la muchacha.

Dos arabes en Kairouan-1– Este es Abd Husayn – le introdujo un día la joven, a quien parecía ser algo mas que una amistad.

– Alá te guarde, Husayn. Se de ti por Muún-Anaí.

– El Profeta lo haga contigo, Al-Chaís; tenia ganas de conocer a personaje tan principal y nombrado. Tu fama e influencia te preceden donde vas… – contestó el joven, con cierta ironía.

– ¡Oh no…! exageras. No debes sumarte a quienes prestan excesivo ojo a lo novedoso, olvidando la atención debida a lo propio – contestó correspondiéndole, a la vez que dirigió una mirada intencionada a su joven prometida.

Aquel día la presentación de ambos hombres no pudo ser más fría y breve. El joven militar se encontraba guarnecido al sur de Kairuán, a menos de dos horas a caballo en la ciudad de Reqqada, control de entrada por esa dirección a la Ciudad Santa, a la vez que se daba protección a los muchos mercaderes, que haciendo noche en los funduks existentes, esperaban el nuevo día para entrar en la gran medina.

Según pudo ir conociendo, era un hombre de invariable temperamento y comportamiento. Su condición de militar, conjugaba con su personalidad firme y ortodoxa. Tampoco su trato con el sexo opuesto era diferente al más ordenado, característico y discriminatorio de la época, si bien para sí, obraba a su conveniencia y discreción, por otra parte, típico en la sociedad de Ifriqiyah.

– El es algo más que tu amigo ¿no…? – Le interpeló en una ocasión a la joven.

– Si, bien…, te contaré…

– No te sientas obligada, solo era una pequeña curiosidad…

– ¡Oh no…! quiero que sepas de mí. Tu confianza me hace sentirme bien y no temo tu juicio sobre mi vida. No soy una niña… ¿sabes…?

Al-Chaís aguardo en silencio que prosiguiera, por primera vez embelesado en la hermosura de aquellos ojos perturbadores, que lo miraban sin pestañear intentando despertar su interés.

Arco Mahdia-1– Cuando vivía en Mahdia, antes de venir con mis padres a Kairuán, era casi una niña. Si bien mi familia siempre ha sido permisiva conmigo, ocurrió que conocí a un joven hijo de un viejo amigo berebere de mi abuelo que visitó la ciudad por algún tiempo. He de confesar, que nos sentimos atraídos mutuamente. Fue… mi primera experiencia como mujer… – confesó, bajando en esta vez su mirada, como avergonzada de su revelación.

– No debes de explicarme nada que no quieras, además, sea como fuere, tampoco  debes avergonzarte de nada…

– Soy esclava de tu confianza y me encuentro bien hablándote, me siento tranquila contigo…, no se…, es inevitable sentirme bien a tu lado…, me haces sentirme…, de alguna manera protegida…

Al-Chaís, le sonrió con ternura, dejándola proseguir su relato.

– Mis padres no vieron con buenos ojos esta situación y aunque de forma cortés, hicieron todo lo posible por evitar que prosiguiera. Fue entonces cuando nos trasladamos definitivamente a Kairuán. Todo condujo al enfriamiento de nuestra relación y finalmente, a la partida definitiva al sur de Husél, que así se llamaba.

– Es una historia propia de adolescentes, triste y delicada – intervino Al Chaís – pero, por lo que veo, Alá te ayudó y está superada…

– Si. El Poderoso parece dirigir mis pasos por no se que caminos, que habré de tomar siempre agradecida…

– ¿Y ahora…? – retomó el presente con cara de broma, su amigo.

– Bueno, pasado un tiempo, una vez en Kairuán, fui presentada por mi familia a la de Abd Husayn, quien ya conoces, al que estoy prometida – terminó diciendo, sin gran entusiasmo.

– Bueno, lo pasado ha huido, lo que esperas que dices Alá te guarda esta ausente, pero el presente es tuyo… ¿no…?

– El presente… ¿es mío…? – terminó preguntándose la joven en tono melancólico, mientras dirigía su mirada dulce a los ojos de un turbado Al-Chaís, sin atinar éste en desviar los suyos de tanta belleza.

The tiled traceryMientras tanto Yasír, su mano derecha, estaba encantado de su estancia en la Ciudad Santa. De natural carácter y simpatía, podía caer bien a todo el mundo. El y el criado Issam, cada día se encargaban de tener a punto los caballos, de su cuido, con el mimo cotidiano que Al-Chaís exigía para sus animales. Terminada esta labor diaria, se sumaban al resto del equipo de trabajo a las órdenes de su jefe.

Al observador viejo amigo, a la vez que gran conocedor de su señor, no se le escapó el estado de ánimo que irradiaba su jefe. Sabedor y cómplice de su vida en Mahdia y de la relación que mantenía con la joven Rasha, le sorprendía que no deseara una vuelta rápida a su encuentro, a sabiendas que había manifestado en alguna ocasión en la preparación de este viaje, que no deseaba se prolongara en exceso.

La verdad, es que todas las aventuras e intimidades de su señor, bien conocidas entre silente complicidad, le resultaban tremendamente excitantes mientras sentía regocijo al contemplarlo en ocasiones feliz, por otra parte, desde que lo conoció entre solitario y melancólico, como sin lugar.

– Te veo radiante y eso me satisface, – se dirigió Yasír a su jefe – hacia tiempo que no te encontraba tan distraído y de tan buen aspecto.

– Bueno, mi buen Yasír, Kairuán siempre me recibió bien y me encontré a gusto entre sus gentes. Quizás seria el lugar ideal donde instalarnos, si no fuera por el mar, ese mar que viene y va…, tan cargado de recuerdos y del que necesito su cercanía.

No obstante el astuto Yasír, sabia que el ambiente de su trabajo no solo cada día gustaba más a su jefe, si no que la presencia constante de la joven Muún-Anaí y sus ratos de conversación interminables, lo tranquilizaba al mismo tiempo que hacia transcurrir el tiempo sin consciencia de su paso.

Aquella mañana, el trabajo se iniciaba como siempre. En el día anterior, se prepararon documentos que habría de ser enviados a Kasserine, centro de comercio de muchos pueblos en la meseta central de Ifriqiyah al sur de Kairuán y que además comenzaba a erigirse como nudo de comunicaciones hacia el oeste y lo mas importante hacia el sur, la nueva y gran ruta que abría tantas expectativas y que a través del oasis de Nefta a las orillas del gran lago salado de Chott el Jerid, conduciría a las puertas de los ergs, antesala del gran Sahara.

Al-Chaís dispuso que los dos hombres, sus colaboradores Hamid Ifaz y Abdel Hazam, conocedores de los alrededores, debían esa mañana salir hacia Reqqada, la cercana ciudad al sur, con intención de entregar el envió con destino al Zalmedina de Kasserine mediante alguna de las caravanas que se dirigían, de paso, a esta ciudad.

Al partir ellos, una vez ayudados en la carga y arreo de sus caballos por Yasír e Issam, estos se dirigieron a las cuadras como cada mañana con intención del aseo de sus caballerías. Mientras las mujeres Adla y Nacira, en su rincón de trabajo, proseguían discretamente su labor, Muún-Anaí se dirigió a la habitación donde se encontraba su jefe y amigo.

muun-anaí aa contraluz-2Para llegar donde él se encontraba, hubo de cruzar el breve pasillo que unía ambas estancias deteniéndose al final del mismo, en la entrada del despacho de Al-Chaís haciéndose ver, como solicitando licencia para entrar.

En este pasillo, en su final y dirección contraria, se abría una ventana angosta que orientada al sol naciente, a esa hora de la mañana, dejaba entrar sus rayos con gran fuerza y luminosidad. La luz a las espaldas de la joven, hizo difuminar sus finos y blancos ropajes dibujándose al trasluz, el perfil de un cuerpo en casi toda su desnudez.

Al percatarse de su presencia, el hombre levantó  la cabeza y dirigiendo su mirada hacia la joven, quedó enmudecido. No pudo ni quiso esta vez evitar la dirección y descaro de su mirada, ante el espectáculo erótico de la silueta de la hermosa y estilizada figura de mujer, donde el contorno de sus piernas y caderas, configuraban la oferta más sensual que sus ojos habían recibido nunca.

Muún-Anaí, ante la mirada contemplativa de su amigo, observando la suave sombra que su cuerpo provocaba al frente enmarcada entre rayos de sol que la desbordaban, fue consciente de la situación provocada y de lo que sucedía.

Lejos de sentirse incomoda, esbozando una sonrisa cargada de sensualidad, hizo la escena aún más provocativa. Sabedora de todo ello, no se movió del lugar hasta que instantes después de indisimulada contemplación, Al-Chaís, la invitó a pasar.

– Buenos días mi señor y amigo… ¿Cómo estas…? – acertó a hablarle la joven.

– Maravillado…, es un hermoso día, sin duda…- le contestó con estupor indisimulado.

A partir de ese momento, nunca sus miradas pudieron ser las de antaño. En la retina del granadino, se transformó para siempre la imagen de aquella niña en casa del viejo Al-Faquír, mientras emergía de lo más hondo de su alma la visión de una mujer, que incomprensiblemente, lo cautivaba por momentos.

Tras demandarle algún tipo de información sobre el trabajo, la joven no quiso vencer la tentación, y como a menudo, trató de entablar diálogo esta vez impulsada por un especial deseo, excitada por la situación provocada y de la que ella no quiso ser ajena desde su conocimiento.

El dialogo transcurrió por momentos hacia terrenos cada vez más personales. La conversación, cada instante más íntima, les acercaba irremisiblemente.

– Háblame de ti, por esta vez…

– Que puedo decirte, amiga mía que ya no conozcas de mí persona…

A sabiendas de que su presencia esta vez se volvía deseada como nunca,  se acercó a su lado, donde las miradas no pueden disimular trayectorias, preguntándole directamente:

– Como un hombre como tú vive solo, o… ¿hay alguien en tu vida…?; en Mahdia, seguro tendrás grandes oportunidades… – bromeó Muún-Anaí, disimulada pero sabedora de ello.

– Siempre existen las posibilidades y a veces, – presumió bromeando – estas se dan ¡como no…!, pero sabes…, creo que ya me conoces un poco y sabrás que lo que busco o persigo, si es que lo hago…, quizás no llegó todavía o no es su momento. En una palabra, tú eres ya una hermosa mujer y entenderás la diferencia entre el amor y el placer…

– Y… ¿que son ambas cosas, para ti…?- preguntó cada vez mas excitada por la situación, la joven.

pareja-1– Ambas cosas tan necesarias son inseparables para mi, pero el primero, el amor cuando surge inevitable, convierte en hermoso e inexcusable lo segundo. Todo surge en su perfección, no de otra forma, como una gran explosión que te afecta e invade y termina confundiendo la prioridad de ambos sentimientos: en esas circunstancias no sabes que es lo primero, el amor o el sexo, porque todo te llega en un mágico hatillo, que no hay porqué desliar. Cuando no lo esperas, cuando menos te lo piensas….

– Y como se conoce ese momento…- continuó preguntando embelesada, la joven.

En ese instante una vez más sus miradas se mantuvieron inalteradas la una en la otra, como buscando en cada uno de ellos la respuesta al misterio del momento.

Para aquel hombre confundido por tanto nuevo descubrimiento, le costaría romper el corto y maravilloso silencio y posiblemente, harto de resolver situaciones análogas, toda su imaginada experiencia se derrumbaba mostrándose tímido e inexperto, lo que le hacia mas atrayente.

– Ese momento… – contestó sin dejar de mirarla a los ojos – se sabe…, cuando te das cuenta que no sabes nada, que tiembla tu cuerpo. Cuando se confunden los deseos, cuando te imaginas a la otra persona y no sabes si para amarla o gozarla, cuando no conoces el orden de estos sentimientos…, cuando se trastocan ambos, todo en uno, cuando…, cuando no puedes, ni sabes, ni quieres diferenciarlos, cuando…- interrumpió sus palabras, tratando de escapar del hechizo momentáneo de la mirada en la que se veía prendido – en fin, te das cuenta, es inevitable…, pero ahora, hablemos un poco de ti – balbuceó tratando de salir de tan complicado como hermoso instante.

– Tu de mi lo sabes ya todo y lo que no, no dudo que puedes imaginarlo, con seguridad. Mi vida ha sido vulgar, a excepción de que mis padres y abuelo me otorgaron el privilegio de aprender y me educaron casi como un hijo varón. A veces después de tanto oírte, creo que tenemos emociones análogas. Yo también tengo el presentimiento a menudo de verme, como en un camino…, un camino del que desconozco su fin, pero que presiento como algo ineludible, inevitable…

– Me parece mentira, pero aún te recuerdo – la interrumpió el hombre, mirándola fijamente – aquella noche, hace algunos años en casa de tu abuelo mi buen amigo. Apenas eras una niña y debo confesar que me sorprendió tu presencia, pero…-continuó con cierta inseguridad- no imaginé nunca, que hoy estaríamos aquí hablando tan cerca el uno del otro, como dos adultos y con tanto placer por reencontrarte…- terminó diciendo titubeante.

– Hay veces, mi señor – se atrevió a contestarle, no sin gusto, la joven – que caminos separados, confluyen como arroyos buscando su destino en un gran cauce, al que sin conocer conforman…

– ¡Sin conocer…, conforman…! Me gusta como hablas… – le sonrió, mientras que tras ese instante mirándola otra vez de forma ininterrumpida, le decía:

– ¿Sabes…? Creo que hay gente con mucha, mucha suerte…

Muu-Anai-5Muún-Anaí, más fascinada por momentos y aguantando aquella mirada, le contestó:

– Si, mi señor…, hay gente con mucha suerte…- le contestó la joven, devolviéndole toda la intención de sus palabras.

Coincidió ese momento con la entrada a la estancia de una de las mujeres, Nacira, interrumpiendo el delicado momento y quien gesticulando demandar licencia para entrar, se dirigió a su jefe:

– Alá os guarde, mi señor…- saludó Nacira.

– Te guarde a ti también, mi amiga.

– Muún-Anaí… – pronunció su nombre en un curioso acento propio de las gentes del este, de Egipto – siento interrumpirte y habrás de disculparme, pero no sabemos el orden, lugar, ni destino para ciertos documentos que según tus órdenes, hemos concluido… ¿podrías…?

– ¡Oh claro, disculpa…! Estoy con vosotras de inmediato…

Nacira abandonó la estancia presurosa y en ese momento, despejada la situación, Al-Chaís, se dirigió a la joven:

– Ve, pero por favor…, vuelve cuando termines…

La joven, complacida por la petición, marchó presurosa a su quehacer.

Al andalusí le hizo gracia la forma de pronunciar el nombre de la joven por Nacira, que siendo ya de por si raro, despertó más su curiosidad, preguntándole a su regreso por su procedencia.

– Es curioso – le interpeló – desde el primer momento en que te conocí, tu nombre me supo tan original pero sin acierto a entenderlo o interpretarlo; debe tener, supongo alguna simbología o traducción especial que no llego a saber– terminó preguntándole a la joven, una vez mas relajado el ambiente, pero no menos agradable o mágico.

– Bueno, en todo caso no es nada especial y como conoces, nosotros somos beréberes…

– Si, se de vuestra procedencia y conozco gran parte de vuestros nombres y por supuesto los árabes, pero nada tienen que ver con el tuyo… ¿o no…?

– Mi abuela me cuenta que en su juventud, muy al sur de Ifriqiyah, la tierra de los grandes oasis de donde sabes procedemos, su madre le hablaba a su vez de una especie de princesa o matriarca de una tribu berebere y antepasada nuestra de nombre Muún-Anaí. Me dicen – prosiguió entre sonrisas – que cuando nací, parecía una pequeña princesa, y decidieron ponerme ese nombre, recordándola.

– Pero, ¿qué significa…? ¿Tiene realmente algún significado…?

– Es un nombre o vocablos  amazigh, no exactamente, pero de un antiguo dialecto de esta lengua de la zona de los ergs y parece tener relación con “luz en la oscuridad…”, algo así como “resplandor en la noche”…

– ¿”Resplandor en la noche…”? –se interesó gratamente impresionado Al-Chaís.

– Si, o no se…, también “la claridad de la luna…”, es algo de esto…, pero no estoy segura de una traducción exacta… – le contestó la joven a un hombre que embelesado, contemplaba sin pausa aquellos ojos brillando por la excitación del momento, cuando éste se dirigió a ella diciéndole:

Muu-Anai-13“Sol de media noche…”, – susurró entre sus labios, mientras ya sin disimulo alguno, no cejaba en buscar su mirada correspondida.

– ¿Sol de media noche?… ¿qué quieres decir…?

En ese instante, cautivo en el momento, entregado a la visión irrenunciable de la joven que lo asediaba sin pausa, sin pretender disimulo alguno, continuó:

– Cuando la luna empequeñece el fulgor de las estrellas,  cuando viste de plata la penumbra de los amantes…, cuando la oscuridad deja de serlo para adivino de los cuerpos entre el deseo…, no hay otra luz que así ilumine, que una luna de lunas…, un “Sol de media noche… “

Enmudecida por sus palabras, la joven asistió al relato del maduro Al-Chaís, sin pestañear, con sus ojos clavados en aquel hombre, que terminó regalándola:

“Sol de Media Noche”…, esa eres tú…, claridad para las almas que esperan en la oscuridad, Muún-Anaí…, ese es tu nombre.

Aquel hombre, en un paisaje de total y mutua emoción, tendió las palmas de sus manos abiertas hacia la joven, que a la vez sin pensárselo, posó la suyas sobre ellas, mágico instante donde el roce de sus pieles al conocerse, erizaron el alma de ambos.

La joven se levantó y sin dejar de mirar fijamente a Al-Chaís, se retiró con media sonrisa mágica en sus labios, toda para aquel hombre.

Era la hora de la oración. En el cuarto contiguo, las mujeres en un rincón, proponían sus plegarias al Divino.

Al-Chaís, se asomó a la ventana de su despacho, la que daba a las calles de la medina. Con la mirada perdida en un horizonte tan desenfocado como su propia vida hasta ahora, mientras, de su cabeza no escapaba detalle alguno de los momentos vividos.

Arrodillándose, abrió sus manos tendidas hacia el sur, a la vez que susurraba:

hombre rezando-1– ¡Oh mi Señor…! ¡Que conmueves rocas y montañas…! ¡Dios del cielo y de los hombres…! Tú que sabes tanto de mí y de lo escaso que soy sin tu amparo…, sea cual sea tu propósito, que no me falle la fuerza para acatarlo y si es de tu voluntad de donde la luz me llega, déjala darme alcance, aunque me ciegue…

Incorporándose, dando gracias al Misericordioso, Al-Chaís observó al fondo del pasillo a las tres mujeres trabajando en su cuarto. Muún-Anaí, alzó sus ojos hacia el hombre.

Sin pestañear, una vez más sus miradas se encontraron de nuevo, pero sin poder evitar en la mutua contemplación, cierta melancolía.

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