Era la primera vez que Bimbo veía el mar.
Con su cuerpecillo hacia atrás apoyado en las patas delanteras impidiendo su avance hacia la playa, delataba una actitud de miedo, prudencia ante lo desconocido.
– No temas Bimbo, es el mar, sólo agua…
– Pero padre, se mueve, viene hacia nosotros ¿me hará daño?
– No, no, puedes jugar con ella aquí en la orilla, como yo cuando era niño.
– ¿Jugabas padre, con el agua?
– Era feliz con el agua, me bañaba, chapoteaba en ella. De vez en cuando vengo cerca de este lugar y lo contemplo, entonces todo son recuerdos.
Bimbo, quedó un instante pensativo intercambiando su atención entre el mar y el semblante de mi cara. Parecía comprender que en ambas contemplaciones no había nada malo, que el mar era hermoso y que de mi expresión sólo se desprendían sensaciones agradables.
– ¡Quiero jugar padre, como tú, yo soy como tú de niño también!
– Claro que sí, vamos juntos a la orilla.
Rápidamente el pequeño se familiarizó con las suaves olas dispuestas a colaborar en el divertido juego que se avecinaba. Saltaba, gruñía, ladraba jugando, se revolcaba, trataba de morder la espuma, cogía y me traía pequeñas piedras, todo de tal forma que al poco tiempo, con la feliz colaboración de la arena, Bimbo más que un pequeño perro, se transformó en una grisácea croqueta de arenisca sin parar de jugar un instante.
Fue tal su actividad correteando en la orilla de aquel hermoso mar de siempre, que ya le veía tembloroso, un poco cansado y visiblemente con frío.
– Bimbo…, ven, ven, estas muy mojado, tienes frío, ven te secaré.
– ¡Qué bien padre! me gusta el mar ¡juega conmigo! he jugado como tú cuando eras niño, hemos jugado juntos, como niños!
Mientras feliz se dejaba secar tras limpiar de arena su pequeño cuerpo, no dejaba de lamer mis manos agradecido, totalmente entusiasmado con la experiencia.
Enternecido por nuestro mutuo cariño mientras entraba en calor en mi regazo, me vino a la memoria el día que nació, desvalido, diminuto pequeño muñeco de sedoso pelo, tras un difícil parto del que solo él sobrevivió y con la dificultad añadida de que a su madre le costó aceptarlo, apenas lo atendía ni alimentaba.
Ambos en una camita situada a los pies de mi cabecera, me mantuvieron en constante vigilia las largas noches de sus primeros días de vida, protegiéndolo del frío cuando oía su llanto o disponiéndolo junto a su madre forzando su alimentación, hora tras hora, día tras día. Bimbo salió adelante y tal fue el vínculo nacido entre ambos que hoy, sombra de mi sombra, le cuesta soportar mi ausencia.
– Estas serio padre ¿qué te distrae?
– Pensaba en ti cuando, cuando naciste, tan pequeño y ahora verte jugar en este mar encantado.
Mientras lo contemplaba, observaba con detenimiento cada ola llegando, siguiéndolas hasta rendirse suavemente en la playa. Con ellas me inundaban arribadas de recuerdos, que de forma escalonada se ordenaban en el tiempo en aquel mismo instante.
Una de ellas, todavía iniciándose el pequeño bucle de lo que sería su corta vida, me hizo verme no muy lejos de allí, en la desembocadura de un río que llegando exhausto a su final, generoso, entregaba su último y exiguo caudal restante al mar.
Antes de ello, conformaba una pequeña laguna bordeada de carrizos, cañizales, taráis, malezas, que en nuestra ilusión de críos se nos regalaba como un particular «Serengeti» donde imaginar lugares peligrosos, faunas acechantes y territorios de caza y pesca propios de exploradores avezados.
Todo era fantasía. Todos en manos de ella, sin más juguetes que nuestras flechas y arcos de carrizos o alguna lanza de caña, inofensivo, todo naturaleza, y entre ella y con ella, nuestros únicos y felices juegos.
En aquel entonces, al anochecer y regreso a casa, nos esperaba una ducha desde un viejo cubo agujereado en su fondo y tras un breve paseo por aquel precioso y pequeño pueblo de pescadores donde todos nos conocíamos, a la luz de unos quinqués de gas y alguna vela, cenábamos hasta una nueva mañana donde comenzaría de nuevo la maravillosa odisea de nuestra juventud.
– Sigues tan callado padre ¿en qué piensas?
– En mi niñez Bimbo, en estos mismos lugares donde no había carencias para la imaginación, todo era un juego, un mundo casi en creación pero que desarrollaba nuestra mente infantil, fortalecía “abrazos” y cimentaba amistades.
Mientras seguía secando al pequeño, su presencia en mis brazos se me antojaba como la continuidad de aquella lejana época. Bimbo y yo, el pequeño perro y el niño que todavía llevo dentro, formábamos un tándem amoroso.
– Mira Bimbo, ¿ves esa ola que se acerca espumosa?
– Si, si, padre ¿donde, dime?
– Aquella, aquella… ¡ahí me veo! Mira, imagina, ahí llego ya de mozo nadando, subiendo a las rocas, disputando el mejor salto entre mis amigos, buceando frente a las jovencitas, que nos observaban disimuladamente.
– Pero ¿tenías ya novia, padre?
– ¡Oh no, Bimbo! Era un muchacho, ya llegaría el momento como te pasará a ti ¡ja, ja, ja…!
– ¿Yo tendré novia un día, padre?
– Claro que sí y verte enamorado me hará sentirme tremendamente feliz ¡claro que sí!
En la mirada de Bimbo, me pareció advertir un gesto alegre e imaginativo sobre su “romántico” futuro, cuando en ese momento ante nosotros, apareció la silueta no muy lejana de un velero interrumpiendo nuestra conversación.
– ¡Padre, padre mira, andando sobre el agua!
– ¡Bimbo, es un barco! como nuestro coche que hasta aquí nos ha traído, pero que flota y puede transportarnos por el agua; tenemos uno parecido, hemos hablado de el en ocasiones, pero como todavía eres un jovencito cachorro no hemos navegado juntos, aún.
– ¡Quiero navegar padre, llévame al mar, sobre el mar!
Días después, una mañana apacible de sol y brisa moderada, Bimbo y yo acudimos al viejo puerto donde, como un corcel deseoso de libertad, el velero de mis sueños amarrado, pareció intuir con nuestra presencia que cabalgaríamos las olas entre los horizontes que fuéramos capaces de imaginar.
Le costó subir al barco, todo tan novedoso le producía cierto miedo, si bien paliado por mi presencia. En mis brazos saltamos a bordo y pertrechado con un minúsculo flotador canino, comenzó su visita por cubierta y luego en el interior olisqueando camarotes, sentina…, hasta familiarizarse, de tal forma que al reconocer nuestros olores, le hizo tranquilizarse.
Fuera ya de la dársena del puerto y con rumbo sur, alzada la mayor y soltando el génova en toda su superficie, el velero portando todo su velamen apoyó a estribor e inició su alegre arrancada con mar y brisa propicia para el disfrute de un día encantado.
– ¡Padreeee, esto se inclina, tengo miedo!
– No sufras Bimbo, el viento hincha las velas y estas empujan el barco, al que cierta escora favorece en su navegación.
Por momentos, el pequeño se encontraba más cómodo y contemplativo. Más tranquilo y sobre la cabina , oteaba a sotavento de una brisa “afuerá” del sureste, que nos permitía navegar en direcciones opuestas al entrar siempre por el través de la embarcación.
Solo se inquietaba ante el ocasional ruido del flameo de la baluma del génova al desventarse y que al tensar su escota, portaba de nuevo en silencio, relajandose.
– ¡Mira padre, un pueblo sobre la montaña! ¿cómo es posible, quien lo subió allí?
La novedosa perspectiva de la costa desde el barco, para Bimbo, casi todo era un mundo imposible que iría descubriendo poco a poco.
– Bueno, hemos subido montes juntos ¿no…? Nadie subió a ese pequeño pueblo hasta allí, si no que los hombres lo emplazaron sobre la montaña, para vivir en el.
Su mirada contemplaba al singular pueblo blanco coronando la montaña, a la vez que casitas desperdigadas a su alrededor se derramaban por sus laderas llegando casi hasta el mismo rompeolas. La imagen era sorprendente, espectacular para cualquiera y en especial para Bimbo en su nueva percepción.
– Mira, padre, mira, al otro lado, ¿otro pueblecito pequeño en la lejanía?
– Si Bimbo, por popa, ese es donde estuvimos jugando, donde fui el niño feliz que te contaba.
– ¿Y esa línea tan larga que separa el mar del cielo, es donde termina el mar?
– Es el horizonte Bimbo. Digamos, para que lo entiendas, el fin de la capacidad de nuestras miradas, más allá, solo nuestra imaginación y deseos, son quienes pueden llevarnos en nuestros sueños más viajeros.
El cabeceo del barco sobre el leve oleaje y la contemplación del propio mar, no dejaban de transportarme al país de los recuerdos, mientras observaba a Bimbo.
El pequeño perro, definitivamente acomodado en el velero e incansablemente contemplativo, solamente con la expresión de su mirada era una pregunta constante, una afirmación gozosa del paisaje, del nuevo mundo que descubría y que ya no olvidaría jamás.
– ¡Padre, me gusta el mar, quiero navegar contigo, conocer otros lugares, los que te traen recuerdos! ¡Padre, me gusta el mar!
Tras pocas horas llegamos a una cala de aguas transparentes, rodeada de altas rocas y un cercano castillo donde tras fondear, tomamos descanso velero y tripulación.
Dos o tres barcos anclados, y apenas algunas personas en la playa en natural “disposición”, el resto, la maravilla del entorno.
– Ahora vamos a nadar juntos Bimbo ¡vamos valiente!
– No, no, tengo miedo padre ¡no sé nadar, no sé nadar!
– No temas, estás conmigo, tu raza nace sabiendo hacerlo, te gustará.
Con delicadeza cogí al pequeño tembloroso asiéndolo junto a mi cuerpo y una vez en el agua entre mis brazos protectores, poco a poco chapoteaba hasta el momento de darse cuenta que aún solo se sostenía y cuando alejándolo de mis brazos se dirigía de vuelta hasta mi, lo hacía con gran destreza y confianza.
– ¡Padre…! ¡sé nadar, sé nadar, me gusta el mar, sé nadar!
Mientras Bimbo gozoso descubría su nueva habilidad, una vez más mi pensamiento me transportaba a momentos vividos allí mismo, y que probablemente no se repetirían jamás.
– Padre ¿en que piensas? ¿más recuerdos?
– Si Bimbo, fue al final de un verano o quizás un ya comenzado otoño no muy lejano.
… En esta misma cala, con la misma lámina acristalada de agua, volviendo al velero desde la playa, ella nadaba custodiada sin saberlo de cientos de pececillos plateados pegados a su desnudez sin rozarla. Parecía que apoyada en ellos volaba sobre las rocas sumergidas, sobre arenales, praderas de algas, en ese agua tan clara del cabo, cual alfombra dispuesta al paso de tanta belleza.
Provisto de unas pequeñas gafas, nadando tras ella vigilante de su inexperta brazada hasta llegar al barco, deseé en ese instante que el camino fuera eterno y poder contemplarla, sensual sirena, en el “acuario” donde reinaba en ese momento. Al subir al velero, tras secar su cuerpo y con una copa de vino en nuestras manos, besando su aún salada mejilla, le expliqué la visión, a mi manera.
Pasado un rato, descansados Bimbo y yo, dispusimos la maniobra con objeto de regresar a nuestro puerto de partida. Era suficiente para su primera y agotadora experiencia.
De nuevo, ahora tierra por babor, volvía a desplegarse la hermosa y abrupta costa de monte bajo, donde algún que otro escaso árbol, se erguía rompiendo el horizonte, orgulloso de su singularidad.
Velas arriba y otra vez apoyando el barco con leve escora a sotavento, mi pequeño ya no se inquietaba tanto, dedicándose a descubrir el paisaje.
Con nuestro destino de vuelta cercano y la noche entrada, Bimbo medio dormido parpadeaba contemplando las luces en la costa cercana y el destello periódico de un faro en lo alto de una meseta, recordando la cercanía de la costa y sus peligrosos escollos.
– Bimbo ¿duermes?
– No padre no podría, todo es tan nuevo, tan inimaginable, creo que ya no podré aguardar mucho tiempo sin que naveguemos juntos, sin que me traigas contigo al mar.
– Si Bimbo, el mar, el agua ¿sabias que es la madre de la vida? Nacemos entre humedales y entre humedales gozamos y sufrimos, estamos en sus manos, lo que contemplas es el Reino de la Vida, el Reino del Agua.
… ¡Mira al cielo Bimbo, que de estrellas nos acompañan! son guías que dibujan nuestros destinos, caminos a los caminantes, rutas a los navegantes.
– ¿Ellas nos guían, Padre?
– Si Bimbo, lo han hecho durante siglos.
Mirando al cielo o a la costa reluciente, Bimbo totalmente agotado, se durmió sobre mis rodillas, mientras que yo, a la rueda del velero, gobernaba su rumbo camino de vuelta al viejo muelle, extasiado con la apacible navegación.
La noche ya muy cerrada llegando al puerto de partida y entrando por su bocana, al hacerlo, una explosión de luz nos rodeó desde las farolas de los pantalanes, que haciendo brillar los mástiles de los veleros en sus atraques, conformaba otra nueva sorpresa para Bimbo, que despertándose a la llegada, quedó embelesado con el nuevo espectáculo de los muelles iluminados.
Tras amarrar, enfundar velas, adujar cabos y alistar debidamente nuestro velero para la próxima salida, salté a tierra con Bimbo en mis brazos, donde una vez en ella, pareció sentirse más seguro.
Camino del aparcamiento, Bimbo hizo una “necesaria” parada en un pequeño jardín del muelle, donde alivió sus necesidades y tras olisquear un poco los alrededores, se volvió hacia mí alzándose sobre sus cortas patas traseras y apoyandose en mis piernas.
– Padre, estoy cansado, tómame.
Y así fuimos hasta llegar a nuestro vehículo, quedándose dormido sobre el piso del asiento contiguo al mío. Mientras tanto, yo conducía ensimismado en aquellas olas del viejo mar que seguían rompiendo en la escollera de mis sienes, con toda la melancolía del pasado irrecuperable.
Al mar, sobre el mar, ola tras ola, el ayer no paraba de fluir. Mi primer pequeño barco, mis sustos, miedos, mi madurez, aquel viejo amigo pescador que se fue dejando el rompeolas en silencio, un llanto en mi guitarra y sin viento mi velero, tanto amor, tantos encuentros, tanto navegar para llegar a este momento.
Si Bimbo, me dije, navegaremos juntos siempre, para sembrar recuerdos.
Al llegar a nuestra pequeña casa entre naranjos y un arrebatador excitante olor a azahar, se encendieron las luces y todos salieron a recibirnos curiosos por conocer como habría sido su experiencia.
Entrando en ella, con Bimbo en mis brazos dormido, al tiempo que besaba su pequeña cabeza, no acertaba a comprender mi capacidad para tanta ternura.
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Merci beaucoup…, Marie jolie…
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Simplemente maravilloso. Felicidades una vez más.
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Gracias mi buen «mago» y mejor amigo…, pero el mérito es de Bimbo…
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Una preciosidad!!
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Cuanto me agrada que te guste este relato, con el que me identifico tanto.
Además, viniendo de ti, que con tanta delicadeza escribes. Gracias.
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