“El destino no es, si no que la medida de nuestras renuncias…”
– Nada es por casualidad, Yasír.
… Las orillas del Mediterráneo conforman el borde de una misma gran “cacerola” donde se han cocinado las historias paralelas de diferentes pueblos, de nuestros pueblos, sin saberlo siquiera en ocasiones, ni nosotros mismos. Las más de las veces, es imposible que imaginemos lo profundo de la interrelación que este “caldo”, el mar nuestro, el de todos y para la mayoría de dimensiones ignoradas, lo que se puede crear con tan diferentes ingredientes, que a la postre, el hombre adereza con sus pizcas de humanidad, escribiendo la historia.
– Teniéndote aquí, entre nosotros…, sabiendo como y de donde vienes, el porqué de tu presencia…, empiezo a creer mas en el destino, que teje una amplia tela de araña del uno al otro confín y en la que los más afortunados trepamos, lenta pero inexorablemente, instalándonos lo mejor posible en ella –respondía Abu Yasír a las conjeturas de su amigo y señor Ben Al-Chaís, mientras caminaban en el refrescante caer de la tarde de un día otoñal.
– No…, no es así. No todo es el destino…, si es que existe. Por ejemplo, te sorprende mi procedencia y como terminé entre vosotros, pero nuestros países, nuestras gentes siempre estuvieron cercanos o afectados por causas más comunes de lo que puedes imaginar –prosiguió Ben Al-Chaís –. Vínculos históricos y geográficos nos unen por donde mires. No…, no existe realmente tal araña tejedora que nos determine. El insecto no es otro que el hombre…, la tela, su voluntad, quien la teje.
… Debes creerme Yasír. Prácticamente venimos y concluimos de las mismas o parecidas consecuencias. Las gentes de la ribera del viejo mar, en cada una de sus orillas, en toda su dimensión -continuó explicando con su tono sosegado de siempre, mientras caminaban-, desde allende de los tiempos sufrieron el mismo fenómeno: la onda expansiva de los pueblos de su alrededor, provocada por su alarde invasor. Unos tras otros, sufrieron, gozaron y decayeron, tras su influencia. … Y en el trasiego de los hombres y de las razas, de forma espontánea, se generaba en cada instante el milagro del crisol de las culturas, del mestizaje. No todo ha sido negativo.
– Quizás tengas razón -apuntó Yasír-, y sea nuestra ignorancia la que nos separa más a veces que nos une, por desconocer nuestros vínculos y razones de existencia. Hubiera querido ser un hombre letrado como tu, para entenderlo…, pero Alá, bendito sea, no lo dispuso así. Es curioso, ahora te escucho con avidez y me entusiasma conocer cuanto antes no pude, aunque todo me suene tan extraño, lejano…
-Si, claro, mira…, aproximadamente, hace unos ocho siglos, en la orilla norte de la que hemos llamado la “gran cacerola mediterránea”, el asentamiento paulatino de los pueblos germanos…
-¿Los bárbaros del norte…?
-¡Exactamente del norte…! –se sorprendió gratamente Al-Chaís por el apunte de su amigo-, los godos, de al otro lado de nuestro mar, en Europa. En este tiempo, que te digo, aconteció el comienzo de la caída del Imperio Romano de Occidente. El rey godo Alarico tomó Roma y cambió por completo el panorama de las riberas mediterráneas.
– ¿Cómo fue posible…? –preguntó Yasír despertada su curiosidad por momentos, ante lo ameno de la historia.
– La gran Roma, en plena decadencia debilitada por la corrupción, las luchas por el poder y lo extenso de sus fronteras, provocaron una crisis de tal envergadura que su principal consecuencia afectó a las ciudades que perdieron su esplendor, así como el deterioro del comercio, base de su progreso.
-Según tú nos has relatado, algo similar está ocurriendo en tu país, Al Ándalus ¿No?
– Exactamente. ¿Vas entendiendo que no es el destino sino las miserias de las gentes, quien determina la peor parte de la historia? No importa cuando. Esta se repite inexorablemente, cada vez que el poder corrompe al hombre.
… No obstante –siguió Al-Chaís-, también la escasez de alimentos y la deplorable agricultura en el norte y el centro de Europa, el crecimiento de su población y todo ello, junto con la presión de otro pueblo bárbaro, los Hunos procedentes de Asia, fueron otros motivos de la expansión bárbara…, ¿Has oído hablar de Atila…, su rey?.
-No… ¡pero su nombre asusta…!- respondió entre risas Yasír.
– Los Hunos, al mando, si… del sanguinario Atila, empujaron a los godos, propiciando sus invasiones en todo el sur del continente. No olvides también el espíritu belicoso de estas gentes, de vida seminómada y en continuo desplazamiento hacia las tierras más ricas, el sur.
… Todos ellos, germanos, godos u ostrogodos, mas al oriente y visigodos a occidente, cambiaron con su presencia invasora la faz de la Europa romana en los siguientes tres siglos, desde su recalada en los pueblos de mas al sur y en todo lo que fue el Imperio Romano de Occidente. Pero estas gentes no aportaron a estas sociedades sino su cultura primitiva…, sin exquisitez alguna, salvo alguna excepción, digna de recuerdo. En la otrora Hispania romana…
– ¿Lo que hoy es tu tierra…, Al Ándalus…?
– Si, ¡muy bien Yasír…!- exclamó feliz por la fácil comprensión de sus explicaciones por parte de su amigo-, fueron los visigodos quienes llegaron, se aposentaron y en un tiempo, con indudable espíritu unificador, crearon un estado, el Reino Visigodo.
– Si eran bárbaros, sin cultura… ¿como pudieron vencer a los romanos y sus poderosas legiones?
– Ya hemos convenido Yasír, que los pueblos se derrotan a si mismos. La corrupción de los reyes, el poder por el poder, la opresión y la injusticia, provocan crisis sin solución alguna y allanan el camino a los conquistadores.
… Pero observa –continuó-, esta gente, los visigodos si tuvieron algún merito especial, fue instalarse sobre la cultura romana, que en ningún momento se perdió en los territorios invadidos, hasta con el paso del tiempo generar su, comparativamente modesta impronta donde se asentaron. ¡Llegaron hasta aceptar el latín vulgar…!
-¿Hablaban latín…? –se sorprendió Yasír
-Si, si…, como lengua propia y promulgaron leyes y códigos para sus territorios donde se fundían el derecho germánico y romano. Incluso se convirtieron al Cristianismo, credo asimismo en aquel entonces, romano.
Yasír, atendía sin parpadear, embelesado, las explicaciones de Ben Al-Chaís. Nunca había tenido la ocasión de escuchar de forma tan amena y amigable, historias que si bien desconocidas con esa profundidad hasta ese instante, siempre perturbaron su curiosidad. Su conocimiento solo era propio de eruditos o de la educación privilegiada de las clases más pudientes y por ende, cultas.
– En este tiempo, Yasír –continuó entretenido por su propio relato Al-Chaís-, el retroceso de las artes, cultura, arquitectura y la regresión de los logros de las civilizaciones griegas y romanas, se evidenció con la ruptura de la unidad política de estos, pulverizándose su estructura en minúsculos estados seudo independientes, jerarquizados por nobles a modo de reyezuelos, perjudicando la vida en las poblaciones y decayendo el comercio y la industria. La gente abandonó los núcleos urbanos, las costumbres y modos de vida habituales romanos, y se retiró al campo, creciendo la ruralizacion.
… Pero también Hispania, a mitad de su mejor etapa visigoda gozó de un periodo relativamente brillante y unificador, donde se erige como capital a Toledo. Solo la Bética, al sur del país, se resiste a la influencia visigótica, conservando en todo momento su cultura urbana y sus conexiones comerciales con el exterior de ultramar.
– Y este pueblo que hizo sucumbir a los romanos… ¿como fue posible su declive y desaparición? –curioseó Yasír, con cara sorprendida.
– ¡Como siempre amigo mío! También llegó el ocaso de este periodo en la península. El levantamiento de nobles, las guerras y traiciones internas, en definitiva, la debilidad del poder visigodo basada en su fraccionamiento, condujo al reino a una situación caótica. Apenas se había logrado el proceso unificador, la lucha de dos grupos de nobles por la sucesión, terminó con la era visigoda en la Hispania, antes romana.
En el 711 de los cristianos, El Rey Rodrigo es vencido y muerto en el rió Guadalete por gentes venidas del otro lado del estrecho de Gibraltar que acabaron con el reino visigótico.
-¡Alá, alabado sea, lo dispuso…!
-No…, no. ¿Otra vez Dios o el destino y su tela de araña…? No Yasír. Tampoco Alá, tuvo que intervenir.
… Te he explicado como occidente se descomponía con la caída del Imperio Romano. Pero mas tarde los propios y numerosos reinos vándalos, renunciaban a la cultura y el progreso, dejándolo en manos de núcleos marginales, como los conventos, los religiosos…, así Europa se desmoronaba entre graves crisis políticas y sociales. La península Ibérica no fue ajena a ello.
… En medio de este paisaje desolador, ahora si es verdad, emerge con fuerza inusitada nuestra fe, el Islam, el “sometimiento a Dios” de todos los actos de los hombres, como sabes, la religión de los musulmanes…, la nuestra.
– Estaría escrito que nuestro gran y viejo pueblo llevaría la voluntad del Señor a Al Ándalus…
– ¡Otra vez Dios…! No, tampoco, Yasír. Si acaso fue la excusa para las codicias expansionistas. A veces la soberbia de los hombres se camufla bajo “designios” divinos para el solo entendimiento de los ignorantes y el provecho de los poderosos. Alá, no toma parte en este juego sucio.
… Antes de todo esto, tu pueblo, Tunes, el mío ahora, ¡como no va a serlo, que me acoge con tanta generosidad! y sus gentes, al igual que los pobladores primitivos de Al Ándalus, nada tenían que ver ni con bárbaros, ni con árabes o musulmanes…
– ¿Ni árabes o musulmanes dices…? Pero…nosotros fuimos siempre creyentes…los guerreros de Alá… ¿no? –pregunto sorprendido.
– Ni eso tan siquiera. Tu pueblo Yasír, hace mas de seis siglos, nada tenia que ver con los árabes, pero esta tierra tuya sufrió el mismo hervidero invasor que la otra orilla norte mediterránea; en este lado de la “gran cacerola” y desde oriente, se cocinaba la otra historia, tu historia, la de este país que hoy llamamos Ifriqiyah.
– ¿Me quieres decir, que una “gran tenaza” invasora vino a cerrarse, desde el otro confín en Al Ándalus, entonces…?
– Exactamente…, lo has comprendido. ¿Entiendes porqué, de alguna manera, venimos y concluimos de las mismas o parecidas consecuencias, como antes te dije?
– Entonces…, tu y yo no somos sino la suerte de pequeños fragmentos en el gran “caldo cocinado”, que se tropiezan sin presentirlo, o sea el destino, ¿no?
– No…, no. Sin presentirlo si, pero andando el camino al que otros hombres poderosos nos sometieron. Yo abandoné, no sin dificultad mi país Al Ándalus, y libremente escogí el tuyo para refugiarme, y no otro. El poder y la ambición de unos cuantos pueden forzar voluntades, pero en definitiva, solo tu puedes decidir por ti y torcer los caminos que te impongan, aunque sea con tu muerte. Tu destino, el destino en definitiva, no será otro que la medida de nuestras renuncias.
– ¿Y como nació este país, que yo pensaba siempre de Alá, y tu me dices ahora lo contrario?. Mis padres eran árabes, mis abuelos árabes, creo…, la gente que he conocido, salvo al sur o el Gran Erg, en el Sahara…
– Beréberes – sentenció Ben Al-Chaís.
-¿Solo…, todos, beréberes…?- inquirió Yasír.
– Si, en esas tierras y en la que hoy es la tuya, la habitaban beréberes de diferentes tribus. Pero tampoco eran creyentes.
– Es decir, entonces fuimos también invadidos ¿no?
– Sí, Yasír. Entiende amigo mío, que si la llegada de los pueblos germánicos del norte a las orillas del mediterráneo supuso un cambio brutal, en toda la extensión de la palabra, sobre las tierras de la otra orilla mediterránea y especialmente en sus primeras oleadas, no el resto de los otros bordes de la gran “cacerola”, como hemos hablado, eran ajenos al hecho invasor. La onda expansiva de la fuerza de otro gran pueblo, llegaba esta vez, como dijimos de oriente: los árabes.
– ¡Ah… los árabes! –exclamo Yasír, mas orgulloso que sorprendido.
– Los árabes de este tiempo –prosiguió relatando Al-Chaís-, musulmanes de origen sirio conducidos por la familia Omeya, califas de Damasco, nunca tuvieron éxito en sus tentativas conquistadoras de Constantinopla, capital del Imperio de Bizancio, pero esta vez, a las ordenes del Califa Utman, iniciaron la toma por sus huestes del norte de África, venciendo a los bizantinos en sus territorios de este área bajo su influencia, a pocos años de la muerte del Profeta Mahoma.
– Al que guarde Dios. Fue en nombre de su palabra ¿no…?.
– No…, no, tampoco fue así en realidad –sonrió socarronamente Al-Chaís, con su habitual disimulado desprecio por todo exceso religioso o trascendente-, pero sí con la excusa de sus enseñanzas. Los ejércitos e influencias árabes ocuparon paulatinamente todo el norte del continente africano. Introdujeron, o por que no reconocerlo, impusieron su religión y cultura, así como sus desarrolladas prácticas legislativas y mercantiles. Eran una raza urbana y militar primordialmente. Así nació este país como hoy le conocemos. Tu país, Yasír y también tu fe.
… Poco a poco –continuó-, tras la imposición progresiva de su presencia en el norte africano, rebautizaron estas tierras como “El Gran Magreb” e “Ifriqiyah”, Tunes. Ellos fundaron al no mucho tiempo la ciudad de Kairuán, y mas tarde tomaron la vieja Cartago y sometieron con su presencia todo el territorio. Derrotaron a los bizantinos y desplazaron al sur a los beréberes…,
– ¿Los beréberes…? –repitió de nuevo sorprendido Yasír.
– Si, tu verdadera gente…, de la que procedes y que se convirtieron al Islam, precisamente en su rama mas radical, preconizadores de la igualdad de todos los creyentes y provocando durante este tiempo, múltiples revueltas entre los extremistas y los sunnitas tradicionales.
La cara de Yasír era un poema. Sus gestos, de sorpresa en sorpresa, iluminaban sus facciones en continuo asombro ante tanto conocimiento nuevo para el, pero encantado y curioso, invitó a Chaís, mientras seguían caminando, a proseguir su relato.
-¿Y…?
– Mas tarde, los fatimíes y beréberes convertidos, al mando de Abu Abd-Allah, tomaron Kairuán y construyeron esta ciudad de Mahdia, la capital por excelencia de la costa oriental de Ifriqiyah, ¡donde hoy vivimos…!.
… Pero cuando se llega al poder y este se torna voraz, como hemos visto, aparece la codicia y el apetito insaciable de los que, no contentos de sus conquistas, se entregan a la guerra inútil, fratricida. También aquí Yasír, con intención de destruir el poder de los abbasíes, los fatimíes en temporal armonía con los beréberes, se expanden, esta vez a oriente, e invaden Egipto.
-¡Invaden Egipto…! –se sorprendió una vez mas Yasír.
– Si, si…, pero hubo un hecho positivo: ¡fundaron la ciudad de El Cairo…!.
… Ifriqiyah, tu tierra, sufriría en el tiempo y antes de llegar a este periodo esplendido que ahora vivimos, invasiones promovidas por el Califa de El Cairo, normandos…, y otros mas tarde, en el norte, hasta la llegada de los “hafsidas” con el Sultán Abu Hafs en el poder, de gran trascendencia cultural y progreso, en este otro margen del mediterráneo y en el que contribuimos tanto como podemos los muchos árabes venidos en nuestra huida de Al Ándalus, amenazada por los reyes cristianos.
… Naturalmente, también mucho antes de materializarse “la gran tenaza invasora” que tú aludías, fue necesario que, en su camino de expansión, los árabes ocuparan el noroeste africano, resto occidental de El Magreb, “la Tierra del Ocaso del Sol”.
…Dirigidos ya por jefes beréberes que aceptaron lentamente el árabe como lengua, constituyeron el primer gobierno autónomo en esta área, el de los Idrisí. Más tarde imperios beréberes como el de los Almorávides y Almohades, a caballo entre Marruecos e Ifriqiyah -Tunicia-, dominaron el Gran Magreb.
… Como veras, el círculo de la gran cacerola mediterránea, mediante el otro extremo de tu “tenaza invasora”, se cerraba en la boca del viejo mar: Gibraltar, a los pies de “Djebel Tarik”, la montaña de Tarik. El broche de un collar de culturas, se tornaría puente mágico, semilla para la mas fértil de las tierras.
… Al otro lado del estrecho, en el año 711 que te dije de los infieles, el desembarco de Tarik y su ejército, venciendo al rey Rodrigo en el río Guadalete, hundió al reino visigótico y propició la presencia árabe en la península.
– Así nació Al Ándalus…
– Si…, esta casta urbana y guerrera, que en los principios de su llegada a la península, estuvo compuesta de diferentes familias de la nobleza árabe siria, además también, de beréberes del Magreb, que se unieron al contingente musulmán.
… Excepto la región norteña de Covadonga y con la relativa pasividad de los pobladores ante la invasión, ocuparon la península Ibérica a la que llamaron en toda su extensión “Al Ándalus: Tierra de Vándalos”. Siglos de ocupación, de marcado progreso, en las artes, arquitectura, literatura, filosofía, matemáticas…, fueron la base del mito de Al Ándalus: cruce de culturas, tierra de encuentros…, ese crisol del mestizaje fecundo.
– La joya del Islam… – murmuró otra vez más, con admiración, Yasír.
– Si, un pueblo que con propio saber, se abrió paso entre los árabes de oriente y de occidente. La fusión entre las diferentes razas árabes, beréberes, hispanos, judíos y visigodos en un ambiente tolerante, propició el progreso general de Al Ándalus y del resto de Europa.
– Es admirable, admirable…- balbuceó Yasír, respetando el pausado ritmo de las palabras de su amigo.
– Más de cincuenta años –continuó ensimismado Al-Chaís- se mantuvo el reinado de varios emires que administraban el país en nombre del Califato de Damasco, hasta que luchas sucesorias en Siria acabaron con el poder de los Omeyas, provocando la huida del joven príncipe Abderrahmán y su llegada a la península Ibérica.
… Fue éste, Yasír, quién creó el estado andalusí, El Emirato de Córdoba, si bien dependiente políticamente de Bagdad, dada la distancia a ésta, gozó de total y real autonomía, y donde gobernaron ocho emires, en un periodo cultural brillante. Mas tarde, aproximadamente dos siglos después, fue Abderrahmán III quien, desprendiéndose de cualquier resto de dependencia de Damasco, proclamó nuestro Califato, el Califato de Córdoba, declarándose a la vez nuestro “Emir Al-Muminin”, “Príncipe de los Creyentes”. Fue el gran jefe incontestable del poder político y religioso de la comunidad andalusí.
– Es apasionante el oírte hablar de tu país, de su historia, en primera persona… ¿tu…, tu gente, sois árabes…?.
– Si, claro, Yasír…, pero en la medida que esto pueda entenderse actualmente, como en tu propio caso. Mis antepasados llegaron directamente, encandilados por la leyenda de Al Ándalus, desde Siria. La decadencia de nuestro Califato provocada por sus luchas políticas, animaron a mi familia, muy ligada a los Omeya en desgracia, a esta aventura. Fue en tiempo del gran Emir de Córdoba, Abdallah, cuando Al Ándalus dependía todavía de Damasco. Una vez aquí, como te he explicado, el mestizaje y cruce de culturas con beréberes, cristianos principalmente y judíos, enriqueció nuestra sangre, nuestro talante…¡esto es Al Ándalus…!, los árabes andalusíes… -terminó Al-Chaís, no sin un halo de tristeza en su voz.
– Es hermosa la historia…, tú historia Al-Chaís…, pero desconsuela ver como se reproducen los fracasos del hombre…, en los momentos de más brillantez…, destrozando su propia obra.
– Así es Yasír. Dices la verdad. Fíjate…, pertenece a esta época del califato de Córdoba, donde vivieron mis antepasados, el mayor esplendor de Al Ándalus. El desarrollo de las artes, arquitectura, letras…., la convirtieron en una potencia reconocida, política y económica. La corte califal estaba rodeada de intelectuales que mantenían contactos con Bagdad, el resto de reinos árabes del Magreb, Tunes, Bizancio y el norte de Europa. Las vías comerciales del mediterráneo fueron restablecidas y los mercaderes volvieron a protagonizar el auge del negocio, tras el gris paso de los visigodos por Hispania.
… Córdoba era, hasta su caída en manos cristianas, la ciudad mas poblada de occidente. Los gremios artesanales todavía son de la mayor importancia. La joyería, cerámica, textiles, papel…, circulan con la marca de Al Ándalus en oriente y occidente, al norte y al sur. Nuestras comunidades árabes son populosas ciudades en comparación con las aldeas, al norte, de los cristianos.
… Durante el califato, la arquitectura resurge y encandila al mundo. La Mezquita cordobesa, el palacio de Medina Azahara…, sensibilidades imposibles entre los bárbaros que habitaban este país. El florecimiento urbano es visible en Sevilla, Málaga, Granada, con más de veinte mil habitantes y Almería con más de treinta mil; Valencia y Toledo con casi cuarenta mil.
… Y a pesar de todo este florecimiento cultural, de una convivencia pacifica de las tres grandes religiones, árabe, judía y cristiana, sobreviene el descontento del pueblo por los abusos y codicia de las clases superiores que se materializa en revueltas. La milicia asola haciendas, el pueblo huye y hasta la agricultura comenzó a debilitarse, originando la disminución de los tributos y la debilidad del ejército.
Apasionado, inmerso en su relato, Ben Al-Chaís desmenuzaba con rabia contenida la historia de su pueblo. De vez en cuando, oteaba el final de la calle por donde caminaban, como buscando un horizonte donde situar su tristeza. Yasír, apenas sin parpadear asistía fascinado al escenario de sus palabras, incrédulo ante la gran tragedia que iba conociendo del pueblo andalusí.
– ¿Como es posible que tanta sabiduría y progreso, se desgrane de forma tan estéril…?- se sorprendió Yasír.
– Los sucesores de los primeros Omeyas, no todos realizaron un gobierno adecuado. Hace unos dos siglos, la crisis desatada, dio paso a una guerra civil que duró veintidós años y que terminó con el Califato cordobés, por increíble que parezca.
… Al Ándalus se desmembró en fragmentados reinos de “banderías”, reinos de Taifas. Sus señores se erigieron en nuevos reyezuelos de las ciudades más importantes mientras los cristianos no dudan en aprovechar nuestra debilidad, sometiéndonos a una política de parias…
– ¿parias…? – pregunto, sin entender Yasír.
– Si…, cobrándonos tributos para garantizar una relativa seguridad a nuestras fronteras. Es el fin del Imperio Árabe Andalusí, si bien su resistencia a la reconquista cristiana, desde hace tiempo ya, se torna en una agonía que viene durando siglos.
… Cuando recientemente Córdoba cae ante Fernando, el llamado Rey Santo y Jaén mas tarde, Granada, justo estrenado el gobierno nazarí y el más importante de los reinos de Taifas, se somete tributaria al mismo rey castellano y pagamos parias actualmente, por el respeto, quien sabe hasta cuando de nuestras fronteras, como te comenté en alguna otra ocasión.
– Tu historia es tan hermosa como triste, Al-Chaís…, y me conmueve…
– Si, mi buen Yasír, pero desgraciadamente, mucho me temo, que se está entonando el último canto del mágico concierto andalusí.
Los dos amigos siguieron caminando en cómplice silencio por una callejuela que les llevaba hacia el mar, no muy lejos de la casa, en lo alto de un pequeño promontorio, donde Ben Al-Chaís vivía desde que llegó a Madhia.
Allí, a veces aturdido por su suerte, podía confundir efluvios mediterráneos en las noches de delirante soledad, mientras que de su mente no escapaba la imagen de aquel viejo ciego y su laúd cantando:
¡Ay…, mi mezquita cansada de voz apagada…!
¡Ay…, de mis álamos grises…, Ay…, de mi agua clara…!
¡Ay…, de Jaén…, de mi Córdoba llana…!
¡Ay…, de mi tierra cristiana…!
… a la orilla del Rió Darro, cuando se despedía de Granada.
Continuará…
Animo Pepe,sigue ilustrandonos con la historia. Saludos.
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Sorprendida gratamente.
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Me alegra. Sigue distrayéndote con mis historias, donde todos podríamos situarnos seguramente, en ese o este tiempo. Gracias.
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He tenido que retroceder en el tiempo y el espacio para empezar la historia, que promete… La seguiré con atención, aunque a mi ritmo, no tengo demasiado tiempo.
Abrazos.
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Muchas gracias Estrella, por dedicar un poco de tu tiempo a esta mi primera novela. Espero que te guste y, si así es, la compartas con tus allegados. Un saludo.
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