EL AÑO DE LA LUNA – Cap. XI – El destino de Rasha

Atardecer Mahdia-2

Nunca más saldrá el sol para mi…, sino por tu recuerdo

La joven Rasha, desde la partida y estancia de su amigo de Al Ándalus en Kairuán, más prolongada de lo esperado, sufría un gran desasosiego. Las comidillas y comentarios de ese tiempo en la Ciudad Santa le habían llegado, perturbándola y sumiéndola en un estado de gran ansiedad y celos, más aún, conocido su regreso.

La velada ofrecida al Alfaquí Idris Al Mushin y demás principales personajes, había tenido cierto eco también en Mahdia, que si bien solo se conocían detalles de su desarrollo de forma superficial, estos apuntaban al éxito del granadino entre los invitados y en especial con alguna mujer sin identificar.

Por otra parte Rasha, había sabido de su relación en el trabajo con varias colaboradoras y en especial con la joven Muún-Anaí, de la que se relataba su creciente hermosura y, todo aún sin relacionarlo, le llevo durante tiempo a un estado de nerviosismo que afectaba el trato cotidiano en su entorno y familia.

Su padre Ulem Al Hakim, junto a su madre Fátima, le habían instado repetidas veces a tomar de una vez la decisión de casarse con Abdel Rahim, su prometido, discusión de la que procuraba evadirse con o sin excusa alguna, provocando recelos y sospechas en ellos.

Coincidiendo con el regreso de Ben Al-Chaís  a Mahdia, Fátima su madre, provocó una seria conversación con la joven.

– Rasha, hija mía, – le habló con ternura su madre, encontrándose ambas solas mientras recogían unas verduras en el ajardinado huerto de su casa – no sé hasta cuando puedes dilatar una decisión que te conviene. Tengo miedo – prosiguió – por cuanto pasa por tu cabeza.

– ¿Que dices madre…? – la miro sorprendida y la vez que bajando la mirada, trataba de eludir el tema de la conversación.

– Soy tu madre y nada te afecta sin que yo lo detecte. Mis silencios han sido de cautela, de amor por ti, pero… ¿hasta cuando podré ignorar lo que ambas conocemos , a sabiendas de que te perjudica?

Fátima tomo a su hija por un brazo y arropándola contra su pecho, continuó hablándole.

– Desde hace tiempo, nunca hemos tratado de esto. He sentido un gran remordimiento, si así es, cuando siendo una adolescente, impidiendo junto a tu padre la relación con aquel joven del servicio, que pensamos no era lo mejor para ti. Desde entonces, tu vida social ha sido nula y tu comportamiento errante, hasta que llegó…

– ¡No sigas madre…!, por favor…

– ¡Si lo haré…, he de hacerlo! – trataba de insistir Fátima, cuando se percibieron ambas de la llegada de Ulem Al Hakim, el padre de la muchacha.

El hombre, llegando hasta ellas, notó la tensión entre ambas y una vez cerca de las mujeres, se dirigió a su hija, que detectó en su serio semblante alguna nueva que no sería de su agrado.

– Rasha…, – se dirigió a su hija, en tono grave- he recibido una carta del padre de Abdel Rahim, con quien acordamos tu matrimonio, instándome a cerrar el tema de tu boda y sus detalles. No puedo ni quiero dilatar más este asunto. Creo que te juegas mucho, sabes que te conviene y así está decidido.

– ¿Decidido? – preguntó la joven un tanto airada a su padre – ¿Decidido, mí destino? ¿Decidida mi desgracia? ¿Quién soy para ti, si no que solo un objeto de conveniente negocio?

– ¡Rasha…! – llamó su madre la atención a la joven, a la vez que asustada y sorprendida, cubría en parte su gesto de asombro con el hiyab, mientras miraba con temor a su esposo, temiendo su reacción

– ¡Si, no puedo más! – prosiguió la joven entre sollozos – No siento otra cosa que la amistad impuesta por vosotros con Abdel Rahim, no soportaré una vida desgraciada a su lado, no, no lo haré con mi voluntad, hagáis de mi lo que hagáis.

En ese instante, la faz de Ulem Al Hakim, el padre de la muchacha, se tiñó con un gesto de furia y abalanzándose hacia ella, levantó su brazo con la intención de golpearla en el rostro.

La madre, adivinando el propósito violento de su marido, se interpuso entre ambos tratando de evitar el golpe, mientras suplicaba a su colérico esposo se contuviera, pero de tal desafortunada manera, que la mujer recibió de soslayo parte de su violento gesto mientras abrazaba, tratando de proteger a la joven y cayendo ambas al suelo desequilibradas.

Allí, resguardándola con su cuerpo, recibieron la furia de aquel hombre, que entre insultos e improperios, persistía en golpear a su hija, mientras le juraba que habría de acatar su voluntad.

Ante el escándalo provocado por la situación, una vieja sirviente de gran confianza, acudió al lugar y acercándose al hombre enfurecido mientras pedía misericordia para las mujeres, lo asió por su brazo, retirándolo como pudo de la escena, quizás solo gracias al respeto que la anciana, que había criado a casi todos, inspiraba a la familia y al enfurecido padre.

Madre e hija, entre llantos, escaparon al interior de la casa dirigiéndose a la habitación de Rasha, de la que le pidió se abstuviera de salir, hasta que su padre se apaciguara y ella, meditando su deber, aceptara su voluntad y lo que era su destino indiscutible.

El día transcurrió tenso, sin apenas palabras entre ellos. Rasha permaneció en su habitación, de donde no se ausentó para nada. La vieja anciana del servicio, le procuraba las comidas, ante la negativa de la joven de salir de su estancia.

Esa misma tarde, Ulem Al Hakim, su padre, se dirigió a su esposa y en tono decidido, le habló:

Paisaje poblado-1– Fátima, he de ir unos días al poblado de El Bahira, en cuanto regrese, tendré una reunión con el padre de Abdel Rahim, para concertar los detalles y fecha de la boda de Rasha con su prometido. No permitiré ni de tu hija ni de ti, la más mínima discusión o titubeo en este asunto de gran trascendencia para todos y en especial para ella. Se hará lo que yo diga y como yo diga, y en caso contrario y quien lo discuta, dejará de pisar esta casa el resto de sus días. Alá es mi testigo.

– Alabado sea el Señor, esposo mío. Así se hará según tu criterio, aunque entierre mi alma entre tanto sufrimiento que Rasha nos provoca.

Al día siguiente, cuando la madre de Rasha supuso alejado en su camino a su esposo, entró en la habitación de la joven y tras abrazarla cariñosamente y llorar juntas, no tuvo otra opción que comunicarle la decisión de su padre, tratando de explicarle, sin convencimiento alguno, que podría ser lo mejor para ella.

– Amaras a Abdel Rahim, ten seguridad de ello, como yo amé a tu padre, al que solo conocí días antes de mis nupcias. Son nuestras costumbres; nuestra fe se fundamente en la obediencia a nuestro señor, tu padre y Alá lo asiste sin duda.

… Ahora eres joven, –prosiguió- y los jóvenes solo veis el momento que conocéis y no más allá; luego con la serenidad que otorga la madurez, veras como no erraste y el amor se afianzará. Veras el pasado como un agradable pasaje de tu vida y entenderás lo peligroso que pudo ser. Abdel Rahim te ama, lo ha demostrado con su perseverancia, aún con tu frialdad de trato a veces. Es un hombre sin más experiencia que la disfrutada contigo. ¿Cómo puedes pensar en arriesgarte con esa persona tan distante en educación y costumbres, tan experimentado en el amor, del que puedes ser su víctima; no, tu destino es otro.

– ¿Mi destino, madre? No existe el destino; nadie sabe, solo Dios, que hay de porvenir, ¿mi destino?, no, no, y mil veces no…, ese no es mi destino, si acaso mi renuncia a vivir y a ser amada como nunca lo fui antes. ¡Qué más da el tiempo que perdure, qué más da si soy su víctima temporal! ¿Quién podrá darme tanto, por breve que sea el momento, entre sus brazos?

La joven Rasha, arrancó a llorar desconsoladamente, abrazaba a su madre, mientras esta acariciaba su hermoso pelo acaracolado, las dos en abrazo fundido en el infortunio.

De repente Rasha, desasiéndose, a la vez que enjugaba sus lágrimas en el pico del hiyab, la miro dulcemente y mientras acariciaba su cara y secaba las lagrimas de la mujer, le dijo:

– Madre, que sea la voluntad de Alá. No llores, cumpliré el deseo de mi padre aunque me sienta la mujer más desafortunada del mundo. Solo te pido una cosa: he de verle y seré discreta.

Rahsa-2La madre asintió con un movimiento de su cabeza y mirándola fijamente le pidió toda cautela retirándose entre sollozos, abandonando la estancia, con un presagio extraño y doloroso que no la abandonaría.

Aprovechando el viaje de Ulem Al Hakim, Rasha hizo venir a su tía Shalah, hermana de su padre, su más fiel confidente, al tanto de todo y que tantas veces amañaba los encuentros de la joven con el hombre de Al Ándalus.

– Que no haré por ti mi niña, aunque me cueste la vida, si con ello torna la sonrisa a tu cara; aunque sea un momento, vive lo que yo nunca pude vivir…, aunque me cueste la vida, que Alá me perdone.

Temprano, a la mañana siguiente, Shalah conocedora de los movimientos de Ben Al-Chaís, se dirigió al amanecer hasta la playa, junto al promontorio donde el granadino tenía la casa y cerca de por donde debía transitar en dirección a su despacho en la medina.

Allí aguardó su paso en una zona, la menos transitada para, tras verlo venir y de forma reservada, acercarse en su dirección con la cara cubierta por su velo y disimular un encuentro fortuito.

– El Todopoderoso te guarde Ben Al-Chaís, mis ojos se alegran de verte de nuevo.

– Te saludo mujer, pero ¿quién eres?, ¡Ah…! disculpa, disculpa ¿como estas Shalah?, no te había reconocido – devolvió el saludo a la mujer con precaución y voz templada, a sabiendas que podían ser observados.

– Bendito seas, he de irme, pero antes , tengo para ti este recado. Dios te guarde.

Shalah entregó un pequeño trozo de papel disimuladamente entre las manos del hombre a la vez que fingía un saludo o despedida.

La mañana que despertó tranquila para el hombre de Granada, se conmocionó con el solo roce del pequeño mensaje entre sus manos. El corazón de aquel hombre que no había olvidado a Rasha, latía rápido y nervioso, ansioso y alterado por una situación compleja, complicada, que él no había buscado y que de bruces se daba irremediablemente en su vida.

Sin explicación suficiente para su entendimiento, el lobo solitario, el buscón de amor impenitente, el rey de la soledad y la melancolía, ardía en hogueras encontradas, pero de fuegos coincidentes en su alma perdida.

Oscurecida la tarde, la noche trataba de inundar con su oscuridad las almas, mientras una luna radiante en el horizonte, apagaba el fulgor del firmamento estrellado erigiéndose en protagonista.

Los caballos en el establo, se agitaron nerviosos al detectar el mínimo ruido provocado por pasos extraños cerca de la vivienda, que llegaban por detrás, la parte menos visible desde la playa, donde todavía algún pescador pertrechaba sus aperos para hacerse a la mar en la madrugada.

mahdia casa-3Al-Chaís, en el salón de su casa inclinado sobre unos cojines y apoyado sobre una mesa baja, a la luz de un par de candiles de aceite, trataba de leer algunos documentos sin conseguirlo. Sabía que esa noche tendría una vista.

En esos instantes, unos leves golpes en su puerta, anunciaron discretamente la llegada de alguien.

– ¿Quién llama…?

– Abre, abre, por Dios…, soy el muchacho…, quien esperas…

En sus esporádicas visitas a la casa del granadino la joven Rasha, siempre aparecía con un atuendo a modo de un joven mozo, que con ligero turbante, podía muy bien hacerla pasar desapercibida.

Ben Al-Chaís, casi temblando abrió la puerta de su casa y ante si encontró los hermosos ojos de Rasha, que en un ligero movimiento, descubrió su cabeza dejando caer al suelo el turbante que cubría su hermoso pelo rizado, a la vez que sus brazos, como desesperados, se enredaron en el cuello de aquel hombre, mientras sus labios carnosos encontraban la razón de su deseo, en la boca del granadino.

No se dijeron nada. Él la tomo entre sus brazos y casi arrastrándose ambos, tras cerrar la puerta, enlazados y a pasos torpes, llegaron hasta el fondo de la estancia donde unos cojines de gran tamaño dieron cobijo a sus cuerpos. Sin hablar ni mediar palabra durante algún tiempo, todo fue un regalo de besos y caricias, de miradas y mimos, en definitiva, de gozo y contemplación mutua.

– Amado mío…

– Preciosa Rasha…

Fueron las únicas palabras durante instantes, hasta que la ternura se trocó en diablura, en puro deseo. Fue entonces cuando Al-Chaís, irguiéndola desde la cintura, sin decir nada, caminaron hacia las escaleras que conducían al primer piso, la algorfa de la vivienda, hasta la alcoba del granadino, dejando por el camino un reguero de prendas, de tal modo, que sus cuerpos llegaron erizados y semidesnudos hasta la cama enfrentada a la pequeña ventana, por donde la noche se colaba curiosa y espectadora.

Tras una larga y gozosa entrega, en lo que solo sería un breve descanso a unos deseos sin fin, la joven apoyando su cabeza sobre el pecho desnudo del andalusí, escondía sus ojos humedecidos, tratando sin poder ni saber como aceptar el futuro de su vida, alejada del aquel hombre con el que, solo entre sus brazos, adivinaba todos los horizontes anhelados desde su niñez soñadora.

Mientras tanto, Al-Chaís acariciaba la todavía acalorada suave piel de Rasha intuyendo de alguna forma la razón de su tristeza, sin atreverse a preguntarle.

A la vez, él, tampoco llegaba a entender como toda esta situación arribaba a su vida tras tantos años de soledad, solo salteada de encuentros fortuitos u ocasionales, en búsqueda constante de una razón, de un presentimiento, de algo o alguien que debería llegar a su vida, llenarla, compartirla y en la medida de lo posible ayudarle a dejar atrás el drama de su huida de Granada y mas aún, de sus trágicos presentimientos, de sus temores sobre el futuro de su mágica ciudad, de los colores del agua, de la nieve, de la roja montaña abrazada por sus cantarinos ríos, de su vega, de su medina soñada.

No dejaba de pensar, como en tan relativamente breve espacio de tiempo, llegó a su vida la hermosa Rasha, que si bien en estos momentos le despertaba toda la ternura y pasión imaginables, no podía impedir, ni en los instantes más gozosos entre sus brazos, hacer desaparecer de su imaginación el recuerdo de Muún-Anaí.

Muun-Anai-3La niña mujer, que irrumpiendo en su alma de forma sorpresiva, inesperada, había logrado con su sola presencia y esa mirada de ámbar indescriptible, transportarlo a un estadio del que no podía ni quería escapar.  Presentía que su aparición, lo dirigía a un destino impredecible, pero de alguna forma siempre esperado o deseado en el tiempo y ahora ineludiblemente ligado a ella. Ni en este instante, pudo aislarse de su recuerdo.

Rompiendo el silencio del momento y entre sollozos desesperados, Rasha asaeteó con disimuladas preguntas sobre su estancia en Kariuán a su amante, con el único fin de    conocer respuestas a las habladurías sobre su éxito, en especial con alguna mujer y sin referirse nunca a Muún-Anaí, motivo de sus celos desbocados.

El hombre de Granada, apenas evasívamente, podía contestarle manteniendo alta su mirada. El recuerdo de la niña mujer, inundaba irremediablemente la estancia, dejando un halo de inseguridad irrespirable, preludio de un adiós inevitable.

Rasha, ante la falta de respuestas de su amado, resignada, confesó al granadino su drama ineludible, la voluntad inquebrantable de su padre de desposarla con el joven Ulem Al Hakim, al que verdaderamente no le unía, solo que el afecto adquirido en el tiempo de una relación impuesta por intereses familiares, a la que se hubiera resignado como tanta mujer, sin la aparición de Al-Chaís en su vida.

Con cara triste, sin ánimo en medio del silencio de su amante, fue recogiendo sus prendas desperdigadas por toda la estancia y tras vestirse, antes de colocarse el pequeño turbante de su disfraz de muchacho, se acercó al hombre, besándolo dulcemente en sus labios, mientras le decía:

– Nunca más saldrá el sol para mi…, sino por tu recuerdo.

Ambos se fundieron en un tierno y breve abrazo y, con los ojos humedecidos, no pudieron decirse adiós, como si ese destino en el que Al-Chaís no creía, tuviera la última palabra.

Esta vez, a la salida de la muchacha de la casa del granadino, ni los caballos, ni el viejo perro sin amo que se solía otorgarse la vigilancia de los corrales a cambio de unos restos ocasionales de comida, manifestaron inquietud alguna.

Al-Chaís, sentado sobre el lecho donde todavía latían los gozos, dirigió una mirada triste y perdida a la pequeña ventana, donde en la lejanía de un mar sedoso, rielaba una luna más protagonista que nunca, robándole el sueño.

paloma mensajera-4A la salida del sol, temprano y como siempre, llegaba su criado y amigo Abu Yasír, primero a los corrales para alistar a los animales y, luego tocando en su puerta, anunciándole su presencia para el cotidiano trabajo. En esta ocasión, con más apremio de lo acostumbrado, llamando su atención excitado, mientras señalaba al cielo:

– ¡Mi Señor, una paloma…, una paloma de Kairuán!
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                Continuará…

2 comentarios en “EL AÑO DE LA LUNA – Cap. XI – El destino de Rasha

  1. El destino de Rasha era ese. Todos tenemos uno y aunque nos gustase saberlo, será el que sea.Y lo describes de forma tan bella que me parece estar viviendo ese encuentro con su querido Ben Al-Chais. No hizo falta hablar. Transportarse al séptimo cielo y…soñar. Bella historia y me guardo la frase que resume el recuerdo de un amor imposible…»– Nunca más saldrá el sol para mi…, sino por tu recuerdo.»
    Un abrazo y feliz tarde.

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