OTOÑO en Agmat

«El arquero era el destino…»

Al-Mutamid-4En el verano de 1091, los almorávides se hicieron de la taifa más esplendorosa y culta de Al Ándalus, Sevilla, la más poderosa. Su caudillo Ibn Tasufin ordenó que su rey, destituido y prisionero, fuera desterrado a Marruecos en el alejado aduar de Agmat, poblado bereber  de poco más que chozas y cabañas de palos y barro.

El tercer y último rey sevillano de la dinastía de los abbadíes Al-Mutamid y su adorada esposa Itimad, pasaron los últimos cuatro años de sus vidas en el recuerdo de amargo contraste entre el pasado de sus antiguos alcázares y palaciegas residencias con la pobreza más lúgubre en la que vivían en su destierro sin que la llama del amor se apagara entre ellos, dedicado a escribir los más bellos poemas de su vida y en el desconocimiento de los lugareños sobre su identidad.

En 1095, en ese mismo sombrío aduar , el rey poeta hubo de dar tierra a su amada reina entre lágrimas de sangre, tal fue su dolor y la soledad en que quedó.

Seguramente aquel tiempo nunca fue consciente de ser el más entristecido y nostálgico de cuantos se vivieron en el apartado poblado africano de Agmat, al sur de Marrakech. A los pocos meses de la pérdida de su reina, Al-Mutamid el Gran Poeta que fue rey, entregado a sus recuerdos y a un destino inapelable, dejó de existir.
Agmat-3Nadie, durante su destierro en aquel lugar, llegó a conocer su condición noble en la Sevilla andalusí, ni el caudal intelectual de su persona. Si acaso intuían, fuera alguien principal de Al-Ándalus, al otro lado del estrecho, en sufrida condena. Eran los extranjeros penados.

Nacido en Beja, Portugal en 1040, había venido al mundo para los excesos de los sentidos. Para ello fue educado.

Su familia los Banu Abbad, árabes de procedencia yemení, se consideraban la más alta nobleza de Al-Ándalus, por la gran afluencia de beréberes llegados en tiempos de Almanzor.

Nunca un Príncipe tuvo un destino tan sorprendentemente hermoso y un final tan desconsolado.

Entregado a las emociones desde su niñez, fue enviado a los doce años a Silves en el Algarve portugués donde nació, para dejar su educación en manos de Ben Ammar, hombre culto, poeta de talento probado pero intrigante, de edad no mucho mayor que él pero de discutible moral y comportamiento, hecho que entonces su padre el rey Al Mutadid no podía sospechar.

Ben Ammar introdujo al joven Príncipe Al- Mutamid en todos los placeres de la carne, sin olvidar su formación literaria y la de su espíritu, de tal forma que se creó una gran amistad entre ellos, más bien una gran dependencia afectiva que lo marcó de por vida hasta que más tarde, sintiéndose traicionado, a la misma mano del rey, sucumbiría.

Su padre lo hizo venir de Silves, separándole de la influencia de éste y dándole ocasión de probar su valor militar, como así demostró, cuando fue enviado a  tomar  Málaga donde fracasaría por causas ajenas a él . El rey lo perdonó no decapitándolo, como hizo con su hijo primogénito, además de hacerle venir a Sevilla ya como su heredero dinástico.

Persona de físico agraciado y espíritu de gran valor, espontaneidad, sensibilidad y a la vez severo e  indulgente, fue entregándose cada vez más a la intelectualidad, en especial la poesía, rodeándose de eruditos como Ibn Hazm, Al-Bakrï, Al-Zarkali, Ibn Hamdís, Ib Al-Labbana, Ib Zaydún y muchos otros grandes literatos que frecuentaron su corte, sin olvidar la constante presencia de Ben Ammar, también gran poeta. Fue precisamente esta entrega a las artes, postergando  y de algún modo no atendiendo con acierto sus obligaciones de gobernante, por lo que más tarde pagaría riguroso precio.

Ya rey de Sevilla, el tercero y último de los abbadíes, gran mujeriego  que al igual que su padre, se decía tener un harem por el que pasaron  más de ochocientas concubinas, curiosamente nunca tuvo suerte en el amor, entregado a  la constante búsqueda de la belleza y la poesía, entre pasiones pasajeras. Ni entre tanta abundancia habida en sus alcobas, encontraría a la que dedicar su vida, la favorita soñada, idealizada.

al-mutamid-reunionesBregó en continua pugna con el resto de taifas, por que fuera Sevilla la más significativa, expandiéndola y elevándola a la más culta y refinada de todas ellas, consiguiendo de mano de su sensibilidad, que fuera el epicentro de la poesía galante, de la literatura, alcanzando  durante su reinado el máximo esplendor.

Los orillados caminos en los márgenes del Guadalquivir se habían convertido en recorrido habitual del Príncipe y sus acompañantes,  donde practicaban la poesía como un ejercicio de virtuosa intelectualidad e ingenio.

Allí por las riberas del río, el joven rey paseando  se entregaba a juegos poéticos y literarios junto a su amigo Ben Ammar, costumbre popular por aquel entonces y que consistía, como en una justa literaria, en la que uno de ellos iniciaba un verso que el otro debería continuar o concluir.

Al-Mutamid al observar el viento levantar pequeñas ondas sobre el agua del cauce, se le ocurrió glosar:

– La brisa convierte al río en una cota de malla…»

Y cuando esperaba la respuesta o continuidad del verso por parte de Ben Ammar,  una voz de mujer en la cercanía, inspirada, contestaba:

“Mejor cota no se halla, como la congele el frío…!”.

Observando en su derredor, vieron a una joven de gran belleza que llevando un borrico salia de entre los juncos,  en dirección a Triana por el puente de las barcas.

Almutamid y Romaykiya-1El sorprendido Al-Mutamid se obsesionó de tal forma por aquella joven que ordenó a Ben Ammar seguirla y tratar de saber de ella. Así haciéndolo, llegó hasta un modesto taller de alfarería en Triana propiedad de un tal Romaicq. Preguntándole por el nombre de la muchacha, éste le dijo “Rumaikyya”, por tratarse de ser su esclava.

Ben Ammar, adecuadamente, explicó al alfarero quien era y de parte de quien estaba allí, proponiéndole la compra de la joven esclava para su rey. Posiblemente por precaución o respeto a tan principal personaje y con el pretexto de que la joven no era muy valiosa por su escaso apego al trabajo, el alfarero la regaló a su Señor, sin más.

Desde el día que Rumaikyya llegó al Alcázar sevillano, Al-Mutamid aún pudiéndolo hacer, no solo no tomó esposa sino que tampoco recibió visita de concubina alguna de su harem, dedicando toda su atención desde ese momento a la que fue joven esclava , agasajándola con joyas, haciéndola vestir de sedas y muselinas de algodón bordado, como si de una princesa se tratara y a la que desde ese momento llamó Itimad.

Tan enamorado estaba de la joven , que ni siquiera jamas prestó atención al hecho de que algunas voces  de  los ortodoxos jueces en la corte, murmuraran sobre su mala o excesiva influencia en el rey.

The harem dance, oil on canvas, 65 x 115 cm

Se la culpaba además de llevar al Emir hasta los más voluptuosos y lujuriosos placeres, el vino, las ausencias de la mezquita, así como de convertir la taifa sevillana en el principal centro de reuniones libertinas y culturales de Al-Ándalus, por su afición compartida con su esposo a la literatura, convirtiéndose en una gran poetisa. Aquellos mismos jueces, que más tarde traicionarían a su rey.

La primera noche que la llamó hasta sus aposentos, la recibió con el máximo de los respetos y delicadeza entre versos galantes, rindiéndose a la belleza de su presencia pero sin ocultar en su semblante la necesidad de poseerla.

“¡Oh mi elegida entre todos los seres humanos!
¡Oh Estrella! ¡Oh luna!
¡Oh rama cuando camina,
oh gacela cuando mira!
¡Oh aliento del jardín, cuando
le agita la brisa de la aurora!…”

La joven cayó totalmente enamorada de su rey, entregándose sin pudor alguno al juego amoroso propuesto con solo mirarla. Se decía en los “corrillos” de la corte, que no hubo nunca en el Alcázar, noche tan ardiente como eterna.

Al-Mutamid fascinado ante su hermosa desnudez, la amó con tal pasión, que desde ese día no hubo más mujer en su alcoba que Itimad, la que haría su esposa y con la que viviría hasta los últimos días de su vida, una de las más grandes historias de amor y desventura conocida.

«El corazón persiste y ya no cesa;
la pasión es grande y no se oculta;
las lágrimas corren como las gotas de lluvia,
el cuerpo se agita con su color amarillo;
y esto sucede cuando la cosa es así:
¿Qué sería, si de mí se apartase?

Itimad triste-1Un día que Itimad se encontraba triste y taciturna, al preguntar el rey por la razón de su estado, ella contestó:

– Mi amado …, como echo de menos mi trabajo de niña en Triana…, amasar con mis pies el barro que luego modelaría, crear a mi imaginación figuras con que jugar, regalarte y mostrarte mi amor…

Al-Mutamid ordenó llenar un patio del Alcázar con barro que mandó perfumar con agua de rosas, almizcle, alcanfor, azúcar, canela, jengibre, ámbar y demás cuantos perfumes que en su reino se encontraran, para que su esposa pudiera hundir sus pies en tan aromático lecho,  con el solo objeto de que la sonrisa volviera a la cara de su amada Itimad, como así fue, pasando días felices en continuo juego con sus esclavas como una niña feliz.

Cada día más entregado a la poesía, las artes y a su vida personal, la taifa sevillana, como las demás en cierto descuido y desalertadas, se vieron turbadas por el acoso pujante del castellano rey Alfonso VI, aprovechando sus debilidades.

La desventura para el rey poeta comenzaba a fraguarse sobre su reino, hasta el hecho de sufrir la traición de su amigo, maestro y antiguo consejero. Los hijos del rey sevillano fueron su gran pasión conocida y sin hacérselo saber, Ben Ammar entregó como rehén a uno de ellos al Conde Ramón Berenguer II, interesado en la conquista de la taifa de Murcia. Tal decepción sufrió, que ordenó su captura por unos mercenarios, que entregándoselo, el propio rey con sus manos, decapitó sin piedad.

Zalaca-1

A partir de entonces, se fue forjando su desgracia. Primero, perdiendo a sus dos hijos mayores en la guerra y más tarde y definitivamente, con su llamada a los almorávides en su ayuda para defenderse del rey Alfonso VI en la batalla de Zalaca, ayuda que a la postre fue nefasta, su perdición.

Tras estos movimientos, Yusuf, consciente de su debilidad y la del resto de las taifas, volvió. Pero en esta ocasión se hizo de todos estos reinos , cayendo  primero Sevilla, el más esplendoroso y pujante, ayudado por aquellos jueces  de su corte que otrora criticaron la vida del rey poeta y a su esposa Itimad.

Al-Mutamid fue hecho prisionero y encadenado como un villano. Desde los muelles del Guadalquivir, mientras el pueblo lo despedía flagelándose entre lamentos y llantos, su rey tomaba el camino del destierro en África junto a Itimad su reina, acompañándole como una harapienta, a la vez que tuvieron que ver a su hija vendida como esclava  y al resto de su familia totalmente despojada.

Alcazar-1«Sevilla,
¡Ay qué lejos!
¡Ay Sevilla!
La única cadena que yo siento…»

El rey poeta, llegó prisionero a Tánger con sus acompañantes antes de su destino definitivo en el aduar de Agmat. Dolorosamente, vivió  lo suficiente  para ver a su reina e hijas trabajando como hilanderas para subsistir. Pero lo más trágico, fue el tener que sufrir la muerte de su amada esposa  Itimad, su reina, a la que sobreviviría solo unos meses.

Al-Mutamid dedicó sus últimos días a escribir los más bellos poemas  que nunca hiciera antes: al tiempo que se fue…, a toda la belleza de su vida anterior…, a Sevilla… y a las cadenas con las que no pudieron rendir su condición.

“Extranjero y cautivo en tierra de africanos,
llorarán por él, el cotrado y el mimbar;
llorarán por él los filos cortantes y las lanzas,
y derramarán lágrimas abundantes;

Llorarán por él el rocío y el aroma en el Zahi y el Zahir,
sus palacios, que antes le buscaban y ahora le ignoran;
cuando se diga que, en Agmat, ha muerto su generosidad
y que no se puede esperar que vuelva hasta la Resurrección.

¡Dios decrete en Sevilla la muerte mía,
y allí se abran nuestras tumbas en la Resurrección!”.

Aquel otoño en Agmat de 1095, el más imposible, triste y melancólico de todos los habidos, vio como a los cincuenta y cinco años de edad, el último de los reyes de Sevilla Abu I-Qasim Muhammad Al-Mutamid, el poeta que fue rey, abandonaba este mundo para incorporarse, protagonista, a la leyenda más hermosa de la que hombre alguno pudo formar parte.

Tumba de Al-Mutamid y su hijo en Agmat-1
Junto a su esposa Itimad, «Al-Sayyidat Kubra» (la Gran Señora) y uno de sus hijos, allí descansa en «la tumba del extranjero», bajo tres modestas losas “iluminadas” de multicolores azulejos andalusíes predominando el verde, que parecen brillar con la sola intención de recordar la grandeza de sus moradores.

 “¡Cuantas flechas me lanzaron los días al corazón…!
El arquero era el destino…”

 

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