«…entre la arena teñida de sangre, continuó escuchándose la canción de esperanza y tragedia…»
Hans Leip, era hijo de un estibador de Hamburgo que, con sensibilidades artísticas, intentaba construir su vida cuando fue llamado a filas y acuartelado en Berlín entrado 1.915.
Allí, todavía un muchacho, se encontró sumido en la soledad e incertidumbre del ambiente de la gran ciudad industrializada, que lo empequeñecía aún más, con su mera contemplación.
Durante su periodo de acuartelamiento, pudo ocurrir, que dos mujeres de forma fortuita, llegaron a la vida del joven soldado despertando encontrados sentimientos, de los que no sabría escapar.
Lilí, una rubia y fogosa dependienta, de trato cercano y sencillo carácter, con la que creía haber logrado cierta estabilidad emocional e, inopinadamente, Marleen, morena, sofisticada y liberal enfermera, que aunque novia de un amigo suyo, no pudieron evitar lo inevitable.
Hans, sin claridad en sus sentimientos, terminó manteniendo una doble relación con ambas jóvenes, en un tiempo convulso, donde todo el amor era poco.
Cada noche y, alternadas las ocasiones, tras gozosas tardes de amor en una vieja pensión berlinesa, se despedían bajo la tenue luz de una farola en la angosta y oscura callejuela cercana al cuartel, agotando los últimos instantes de su franquía.
Uno de esos días, en la hora límite de su vuelta, el centinela en la garita de entrada, reconociéndolo, llamó su atención con cierta vehemencia y la máxima cautela que pudo:
– ¡Hans…, vamos Hans…! ¡Es tarde, entra! no sé qué pasa, pero creo que algo ocurre, todos están en “orden” de visita, rápido, pueden arrestarte.
El soldado, separándose de su chica, corrió hacia el interior y, tras unas mínimas advertencias de su amigo el centinela, desapareció presuroso tras la gran puerta de entrada del viejo y ruinoso edificio, sin imaginar la suerte que le aguardaba.
Pasaron unos días en un sospechado tenso ambiente, que degeneraría en prebélico, cuando a Hans le fue comunicado su traslado al frente ruso, iniciada La Gran Guerra, entre arengas de lo que prometía ser como una hazaña patriótica del Reich y sus aliados.
No solo estaba asustado por un destino incierto, sino desolado por el temor de perder lo único atesorado, el calor de aquellos brazos cuando más los necesitaba.
Sin horizontes para un regreso, el único consuelo que pudo llevarse para el viaje más amargo de su vida, fue la esperanza de que un día habría de volver junto a la farola, frente al viejo cuartel de siempre, donde ellas estarían esperándole.
Lo que en principio se les mostró como una aventura de conquista y gloria, no tardaría en convertirse en un camino sin retorno, donde quedarían para siempre sepultadas vidas, esperanzas e ilusiones de tantos jóvenes, envenenados por la codicia del imperialismo y la supremacía nacionalista.
Durante ese tiempo y según la guerra derivaba a su estado más violento y decepcionante, apenas los recuerdos de sus hogares, familias o amores ausentes, podían mantener en los jóvenes soldados, la confianza en un regreso.
Con dotes literarias, finalmente desde el frente de Los Cárpatos cuando era posible, Hans no solo escribía encendidas cartas a sus amantes, desolado por la lejanía y expresándoles su deseo de vuelta sino, que a la vez, recreaba su recuerdo en hermosos poemas evocando sus despedidas a la luz de aquella vieja farola frente al acuartelamiento berlinés y, entre ellos quizás el más sentido, “La canción de un joven soldado de guardia”.
Abatido en la desesperanza de su incierto futuro, más tarde añadiría a este poema dos trágicas estrofas con el relato final de la muerte del soldado, no otra que la suya.
Pero con más suerte que muchos de sus compañeros, tras ser herido durante la guerra, fue evacuado a Berlín, donde se encontraría solo y sin nadie que lo esperara. No mucho después, el dramático fracaso en la contienda de su país, que lo dejaría empobrecido, roto, rendido y humillado, le hurtaría cualquier horizonte o esperanza, a él y a casi a toda su generación superviviente.
Consternado, sin trabajo y con solo sus dotes de escritor, logró publicar su modesta obra unos años más tarde, cuando descubierto su poema por un conocido músico de la época, este, compuso un tema de corte nacionalista y alegórico a los valores del soldado alemán, con la letra de Hans, no sin antes eliminar aquellas estrofas ultimas “trágicas y perdedoras”, no compartidas ni convenientes para la épica del nazismo emergente.
“Desde el espacio en el silencio
Desde las entrañas de la tierra
Me despertarán del eterno sueño
Tus labios lleno de amor
Y cuando las nieblas de la noche se arremolinen
Yo estaré junto a la farola
Como antes Lili Marleen…
Como antes Lili Marleen”
La canción, se conocería finalmente como “Lilí Marleen”, los nombres combinados de sus dos antiguas amantes, en la que Hans quiso “unirlas”, lleno de recuerdos. La grabación, interpretada por la cantante Lale Andersen un poco más tarde, pasó sin pena ni gloria entre el público alemán.
Pudiera parecer insuficiente el dolor humillante que Alemania soportó con el fracaso de la Gran Guerra, cuando en 1.940, se iniciaba la Segunda Guerra Mundial, en un ambiente otra vez y peor, ensalzado de revancha y delirios supremacistas.
En una taberna del viejo Berlín y antes de partir al frente, un grupo de jóvenes oficiales, se reunían en una alegre fiesta de despedida entre ellos, según sus destinos los separarían.
Un suboficial presente, tenía el disco de la alemana Lale Andersen, con aquella canción “Lilí Marleen”, y sin más intención que de animar la reunión, la reprodujo para sus compañeros.
La romántica y melancólica historia del «soldado y la chica bajo la farola»
prometiendo su vuelta tras el combate, cautivó a los jóvenes suboficiales, conjurándose a que esta sería su canción, la de todos, simbolizando en “Lilí Marleen” la novia del soldado alemán que eternamente los esperaría.
Aquel grupo de muchachos atados a la incertidumbre, al poco tiempo fue enviado al frente de las arenas desérticas, donde se integraron en el Afrika Korps.
Uno de ellos, el teniente Karl Heinz, poco antes fue derivado a Yugoslavia, donde se haría cargo de Radio Belgrado con el propósito, por su centralidad geográfica, de dirigir las emisiones militares y propagandas del Reich. Karl llevaría consigo el disco de “Lilí Marleen”.
El joven teniente, recordando la última reunión con sus compañeros en su despedida berlinesa, ahora en los desiertos de África, todas las noches les dedicaba la canción, que a su vez podía escucharse en casi todo los territorios en guerra. Tal fue el éxito, que cada día a las 21 h. 57 m. se emitía, cerrando la programación diaria de la emisora en Yugoslavia.
Los soldados aliados, percibieron con la precisión horaria que se suspendía el fuego alemán, a la vez que escuchaban desde las enfrentadas posiciones atrincheradas, día tras día y en esos momentos la misma canción, calando tanto en ellos, que el tema se popularizaría en ambos frentes, haciéndose de todos y respetando ambos bandos el alto el fuego, a esa hora en la que se emitía “Lilí Marleen”.
Lothar, el suboficial responsable de la radio en una de las trincheras, minutos antes de la diaria emisión, se afanaba en buscar la frecuencia de Radio Belgrado. Una vez sintonizada y, a la hora justa infaliblemente, aumentaba el volumen de su receptor, de forma que a lo largo de sus trincheras y otros como él en cadena, hacían posible escuchar la canción, en total silencio, como si de una liturgia se tratara.
Los ingleses, dejaron de limitarse a escuchar agazapados desde la lejanía y, habiendo dado con la frecuencia, sintonizaban con la emisora escuchando la canción, que se había convertido en el símbolo de las nostalgias de todos los combatientes.
En esos instantes, ambos bandos, entre el silencio mas sepulcral mientras la melancólica canción sonaba, los soldados aprovechaban para llenar su pensamiento con evocaciones de sus ausencias más dolorosas.
“Frente al cuartel, ante el portón,
Había una farola, y aún se encuentra allí
Allí volveremos a encontrarnos
Bajo la farola estaremos
Como antes Lili Marleen…
Como antes Lili Marleen”
El soldado Jochen, emocionado mientras escuchaba, contemplaba una foto de su joven esposa, mientras sus ojos humedecidos no podían ocultar su desesperanza.
Klaus, a su lado, escribía una breve nota a su novia, de la que no tenía noticias en meses, con la esperanza de que ella, sin haberlo olvidado, recibiera las suyas y supiera que estaba vivo, que no tenía otro deseo, que el poder abrazarla de nuevo.
Otros mentalmente canturreaban la melodía, en la que reflejados como en un espejo, se reconocían y proyectaban sus expectaciones.
En la arena del desierto, en todos los frentes, trincheras y bunkers, barcos o submarinos de la armada, el dolor y el alejamiento se vivían de igual manera, mientras “Lilí Marlene”, la idílica novia de cada uno de los contendientes, se conformaba como el mensaje de sus anhelos, el impulso para seguir resistiendo, sin presagiar que para aquella canción, nunca se escribió un final.
Aquella milicia del AfriKa Korps, a los que especialmente un compañero dedicaba la canción desde Belgrado, solo les quedaba eso. Y como la letra de la canción, su esperanza se debatía en medio de la incertidumbre, entre el amor y la tragedia.
Cada tarde, sin decirlo, les embargaba el miedo, de que cualquiera granada o disparo perdido, acabara con sus vidas. La ya notoria debilidad del desaprovisionado ejercito alemán, el avance continuo aliado y sus trincheras convertidas cada día en tumbas de juventud sacrificada, solo les dejaba el ensueño de que llegando esa hora de las 21 h. 57 m., el silencio, que a otra sería de muerte, se transformara en regocijo por haber vencido a ese día e, ilusionados, renovar fuerzas y esperanza para el próximo, no otro que de incierto amanecer.
En el caluroso agosto africano, el intercambio de fuego de todo tipo entre las cercanas líneas, los carros de combate o desde la artillería más alejada, se hizo asfixiante. Los sanitarios apenas podían atender a tanto herido, a la vez que ayudaban a recomponer el entablillado foso atrincherado medio destrozado.
Aquel día parecía no oscurecer nunca, ni querer dar un respiro a tanto drama entre los combatientes, que ya solo pensaban en poder llegar hasta la soñada hora de la retransmisión desde Belgrado y reponer esperanzas.
El fragor del bombardeo y disparos parecía no parar, aunque todos ellos en ambos frentes, sabían que en ese momento, como cada día, se haría el silencio de las armas en ambos bandos, entregados a la fragilidad de sus almas.
Tal era la ansiedad por ese instante, que Lothar, el responsable de la radio en una de las trincheras, ayudado por un par de compañeros, un minuto antes de la hora de emisión, se afanaban en sintonizar la frecuencia, mientras como cada noche, el intercambio de disparos y el silencio deseado por todos, comenzaba a imperar en el ambiente.
En ese breve intervalo, inesperado, se escuchó sobre ellos el silbido de un proyectil de mortero, que seguramente disparado inconscientemente el último segundo antes de la “tregua”, vino a caer sobre el grupo de soldados alemanes, mientras sintonizaban la emisora.
En el silencio lúgubre que continuó a la explosión, la radio de Lothar proyectada a varios metros de los cuerpos destrozados de los jóvenes soldados, quedó conectada y, entre la arena teñida de sangre, continuó escuchándose aquella canción de esperanza y tragedia, entre lastimeros llantos de compañeros heridos, conscientes de la desdicha.
“Lilí Marleen”, la novia de todos aquellos muchachos, la mujer idealizada que esperaría sus regresos bajo la farola junto al viejo cuartel, esa noche aciaga, pareciera haber querido abandonar Berlín, para que, derramándose sobre sus cuerpos ensangrentados, sintieran su último abrazo.
* Musica: «Lilí Marleen» – (Norbert Schultze – Hans Leip) – Roy Etzel.
Como una melodía encandiló a tantas y diferentes personas. Solo el amor puede hacer eso. Había leído algo y lo he vuelto a recordar contigo. A mí que tanto me gusta la música me has emocionado esta mañana de sábado. Gracias. Un abrazo.
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Gracias a ti por emocionarte, dando la medida de tu sensibilidad entre tanta esperanza y tragedia que esta música simbolizó.
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