EL AÑO DE LA LUNA – Cap. III – Dejando Granada

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¡Granada…, pasto de los ojos, elevación de las almas…!

Ben Al-Chaís se había instalado, fuera de la medina, en una modesta pero agradable casa de dos plantas desde donde se podía ver el mar, al final de un barrio de pescadores en Mahdia. En el exterior un establo o caballeriza, daba cobijo a un par de caballos, el mejor de ellos un negro berberisco, regalo del Sultán, para sus desplazamientos.

El extremo de la pequeña bahía que conformaba la playa al final del caserío y lo alto de un pequeño promontorio donde se encontraba la vivienda, le otorgaban una cierta privilegiada pero discreta situación, cosa de la que se había preocupado mucho por su afán de independencia y privacidad.

En la planta baja, un acceso breve a modo de zaguán, daba paso hasta el salón, una estancia de buenas dimensiones, donde normalmente leía, trabajaba o podía recibir a sus amistades. Dos ventanas, una al sur y otra a levante, abrían la vista al mar que tanto necesitaba, ese horizonte en donde situaba y dormía  sus recuerdos.

Frente a estas, y sobre el suelo cubierto en casi su totalidad por una gran alfombra damasquina, un grupo numeroso de grandes y vistosos cojines rodeaban un gran brasero. A los lados, casi en las esquinas, flanqueaban dos mesitas de madera taraceadas que había traído de Granada, todo ello denunciando el exquisito gusto y singularidad de su dueño.

Varias lámparas de aceite, algunas de varias mechas y delicado diseño, distribuidas con sentido práctico y a la vez decorativo, se sumaban al adorno e iluminaban la llegada de la noche.

Infinidad de códices se disponían en oquedades a modo de librerías en los muros o sobre el escaso mobiliario revelando por uso su asidua consulta, mientras que piezas de cerámica de Al Ándalus y unos visillos de organdí, de suaves pero jubilosos tonos en los huecos de puertas y ventanas, se mecían con la brisa entrante, otorgando un aspecto elegante y delicado a la vivienda.

A otra única habitación más, donde se ubicaba una cocina de medianas dimensiones y momentáneamente con lo imprescindible, se accedía mediante un corto pasillo, que a su vez daba paso a un gran patio que hizo adornar con macetas a la usanza cordobesa, engalanando a su vez el brocal de un aljibe.

En un rincón, el acceso a una letrina independiente; a su lado un baño de dimensiones modestas, pero apropiadas, con un banco de piedra y con dos pozas para agua tibia la una y templada la otra, que mandó instalar a su llegada, al hábito granadino.

Arriba, en la algorfa o planta alta a la que se accedía mediante una no muy amplia escalera en caracol, se habían habilitado gracias a su buen tamaño dos habitaciones más.

Como el salón de la planta baja sobre el que se situaba, una amplia alcoba albergaba un lecho de generosas dimensiones ubicado frente a las ventanas que apuntaban al mismo horizonte de siempre.

Una mesita baja provista de jofaina y una gran jarra de agua; otra mesa donde trabajar, dos pequeños armarios embutidos en la pared, junto a varios cojines de vistosos colores y dos cómodos sillones bajos de piel, inusuales en Mahdia, eran todo el ajuar de la estancia, junto a más códices, libros, manuscritos y numerosos objetos de procedencia andalusí que le acompañarían el resto de su vida.

Lámparas de aceite decoraban e iluminaban la intimidad del cuarto. Los huecos, como en el salón abajo, se adornaban de los mismos ligeros visillos que encantaban toda la casa con sus vuelos.

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La otra habitación, momentáneamente dedicada a trastero y repleta de legajos, contenía todo tipo de material oficial, técnico o didáctico a falta de ordenar, que necesitaría en el desarrollo de su labor hasta su ubicación en un despacho en la medina, dispuesto para su trabajo, y que se encontraba adecuándose en estos días con ese destino.

Toda la casa nada mas entrar, denotaba un ambiente cálido, acogedor y delicadamente sensual no exento de refinamiento, por otra parte, propio de su ocupante.

Los detalles andalusíes y algún que otro objeto o mueble de “toque” cristiano, abundaban aún mas en la originalidad del lugar y ayudaban a ubicar la personalidad de su propietario en la imaginación de sus visitantes, si bien escasos ciertamente debido al carácter sobrio de Al-Chaís en cuanto a ajetreos sociales, pero suficientes para divulgar su impresión y convertir al recién llegado en una especie de leyenda en Mahdia.

Con Abu Yasír, el joven al que conociera en el bazar de Ibn Yahf, gracias a su discreción y relativa formación comparativamente con lo que podía encontrar a su alrededor, había entablado una relación laboral y amistosa, que le habría llevado a convertirle en su hombre de confianza. Para Yasír, trabajar a las órdenes de Al-Chaís, y recibir un salario oficial directo del sultanato, le hizo recobrar la autoestima perdida en su anterior vida.

– Dicen…, se comenta…, que eres un Príncipe de Granada caído en desgracia política, al que nuestro Señor Abu Hafs protege en su exilio –comentó Yasír a su amigo, mientras hacían atillos con libros y pertrechos que mas tarde tendrían que transportar al local de la medina, centro donde habrían de atender, encauzar y desarrollar su cometido en Mahdia y desde donde proyectarían sus visitas al interior y todo el sur de Ifriqiyah.

– Yasír…, Yasír…, no seas majadero…! –bromeó Al-Chaís-. Solo soy un hombre de mi tiempo, de un país avanzado, donde su cultura y costumbres, lógicamente, me pueden hacer diferente o singular a vuestros ojos, pero que al cabo del tiempo conoceréis en mi justa medida y me veras como nada especial…, ja, ja, ja…

– ¡No lo entenderé…! ¿y como llegasteis hasta aquí sin problemas evidentes?, si no sois personas principales…, ¿como gozáis del favor del Sultán? –insistió Yasír.

– ¿Otra vez Yasír…? Si es verdad…, mi padre Sid Fasíd Al-Chaís y yo, desempeñábamos labores importantes propias de eruditos y consejeros en el gobierno de Granada. Fuimos una especie de consejeros de alto rango, a modo de háchibs…

– ¿Háchibs…? un Háchib es un cargo raro, pero muy importante en Ifriqiyah –se sorprendió Yasír.

– Si, una especie de hombres de gran confianza para nuestro Señor y con cierto poder. Nuestro cometido era designado y dependía directamente del Emir, consistente primordialmente en el estudio y desarrollo de legislaciones, ciencias y humanidades de posible aplicación en el reino, mediante la observación principalmente del derecho, el comercio, astronomía aplicada a la navegación y especialmente la cultura griega y romana.

… Si, hemos sido personas con importantes privilegios en Granada. Hemos viajado a Córdoba, Toledo, Lisboa…, todo al Ándalus, donde hemos seguido la estela intelectual de otros árabes, romanos y griegos, para el estudio y traducción de materias clásicas, humanidades, y de conceptos científicos actuales que abundarían sin duda en el progreso y modernización de Al Ándalus, y que no es, si no, la continuación del espíritu del caído Califato. Mi padre y yo, con algunos otros intelectuales, hemos estado por todo el país con este estatus de háchibs, como diplomáticos o científicos, respetados por unos y otros, para los estudios que te he reseñado.

…Después trasladábamos y discutíamos con los visires y sus eruditos los conocimientos adquiridos. En temas humanísticos sometíamos nuestras conclusiones a los alfaquíes de Granada, estos contrastarían su contenido y determinarían su compatibilidad con la “sharia”, nuestra ley islámica, y como no, mas aún con su propia conciencia o interpretación religiosa. ¡Jodidos alfaquíes y ulemas…! –exclamo Al-Chaís con cierta indignación-, que a veces sin racionalidad alguna, anclados en el pasado y en sus prejuicios de particular fe, impiden el progreso y la modernidad de un pueblo demasiado “ligado” a su Dios personal, ignorando el mensaje tolerante original de nuestro credo –sentenció.

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– ¡Uhm…! Ahora veo porqué tienes fama de irreverente, porque, has de saberlo, ¡tienes fama de irreverente…! –continuó divertido Yasír.

– No es irreverencia Yasír. A Dios lo que es de Dios, al hombre lo que es del hombre…, para su progreso. Su libertad no existirá sin conocimiento.

– Pero eso, es una forma de irreverencia. El Islam, es una forma global de administrar nuestra sociedad, siempre desde la perspectiva de Dios ¿No…?

– No exactamente Yasír. Nacimos libres. Nuestro credo es tolerante, permisivo y nos induce a obrar con justicia y bondad. Somos los hombres con nuestras interpretaciones convenientes, quienes ahogan la evolución humana en nombre de la supuesta fe.

En Al Ándalus, quizás por el desarrollo de nuestra propia cultura de alguna manera, o por las influencias de pueblos como los griegos y romanos, se caminaba hacia una sociedad mas moderna, equilibrada y relajada. Pero todo fue cambiando para mal.

… Quiero que me entiendas. En definitiva y por lo que te interesas, si a la insolidaridad entre los pueblos andalusíes unimos todo este creciente hastío intelectual, un gran retroceso de la tolerancia y la triste realidad de Al Ándalus, en plena y agónica entrega al infiel por los propios deméritos de nuestros gobernantes como te he dicho, y a los que advertimos hasta la saciedad de sus responsabilidades y consecuencias, comprenderás nuestra situación personal en Granada.

… Visires, alfaquíes, ulemas, cadíes, muftíes, del aparato oficial, fieles a sus intereses, a la retórica de su conveniente personal fe, prefieren seguir conservando sus privilegios en Granada, en continua adulación al Emir Muhammad, ignorando el peligro cristiano. Estos procuraron que nuestras observaciones se consideraran como deslealtad al Emír, llegando a provocar sus dudas y haciéndonos a mi familia y otros intelectuales granadinos, llegar a ser mal vistos, reprendidos, considerados nocivos para el reino.

…¡Todo ello –continuó-, por denunciar egoísmos y prerrogativas de personajes que pensando únicamente en perpetuarse a cualquier precio en privilegiadas posiciones, aunque inevitablemente efímeras, debilitan el espíritu musulmán fragmentándolo y animando el ímpetu reconquistador cristiano…!.

… Por eso estamos aquí, por no haber tenido quien atienda nuestra denuncias y temores, por haber perdido la confianza de Muhammad, por comenzar a ser vigilados y perseguidas nuestras ideas, por no querer como ya te dicho tantas veces, ver agonizar el sueño andalusí, en definitiva, por no someternos al fanatismo intolerante, ni al vasallaje del infiel.

…Por esto vinimos a Ifriqiyah, Yasír. Ben Al-Abbar, el amigo de mi padre, el poeta y consejero del rey caído valenciano Zayan Ben Marcanix y también amigo de vuestro Sultán Abú Hafs, como ya sabes, nos habla de este país que disfruta de un periodo de paz y prosperidad con el buen gobierno hafsida.

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… Como en otras ocasiones también te comenté, El Sultán, de mano de Ben Al-Abbar, nos reconoce y acoge como hermanos, invitándonos a colaborar en el desarrollo de esta magnifica tierra. ¡Dios lo guarde…!, que en nuestro destierro, nos da la oportunidad de ser útiles y recrear el sueño perdido.

Nunca era fácil para Al-Chaís referirse a su salida de Al Ándalus. Tras las explicaciones a su amigo, se instaló en un silencio de sepulcral tristeza y mientras seguían ordenando y recogiendo bártulos para su posterior transporte, Ben Al-Chaís no pudo sustraerse de sus recuerdos.

Yasír comprendió en ese instante que la mente  de su amigo, escapaba a otro lugar, a otros tiempos y respetó momentáneamente su silencio, que sabía invadido de añoranzas.

Ben Al-Chaís nunca olvidaría su salida de Granada. Aquella madrugada, con intención de despedirse de unos familiares camino de  Orgiva, al sur de la Alpujarra donde descansarían antes de llegar a su destino, el mar que les separaría para siempre de su tierra. Mientras marchaban, no dejaba de descubrir detalles en los que, quizás por asidua vecindad, jamás percibieron.

Nunca la madre de las montañas…, Sierra Nevada, se había erguido ante la mirada de los viajeros con tanta hermosura. Sus cúspides, aún blancas, apuntaban a un cielo que comenzaba a clarear, limpio, pero sin respuesta para tanto desconsuelo.

La primavera recién llegada, vestía sus faldas de gozosos coloridos que perderían sus ojos para siempre. Los pequeños regueros de agua del deshielo, alegres y cantarinos antaño, se le antojaban tonada de despedida a cada momento que se alejaban del valle.

Apenas cambiarían palabra padre e hijo, durante el presuroso trotar de sus caballos al inicio de su marcha. Una vez en la mitad del collado que separaba el ya lejano valle del Genil y sus barranqueras, de la suave pendiente que inmediata vertería al sur, henchida por momentos de vegetación conforme descendía la altitud, ambos volvieron sus miradas. Atrás Granada, esplendorosa reina de la vega, empezaba a ser diminuta en la distancia e inconmensurable en sus recuerdos.

Sid Fasíd Al-Chaís detuvo el caballo, mientras la pequeña caravana continuaba su camino. Movió sus riendas haciendo girar al animal delicadamente, hasta encarar el mágico valle que abandonaban. Sin descomponer su figura, pero tratando de no ser visto, reprimiendo el gesto, lloró desconsoladamente, mientras susurraba:

– ¡Granada…, pasto de los ojos, elevación de las almas…!

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Al-Chaís, se acerco a su padre conmovido y le dijo:

– Padre, hay un lugar de donde viene el sol, al otro lado del mar, allí está la tierra que Alá nos da ahora con su bendición y Granada viene contigo. Miremos a Dios que nos guía.

Sin cambiar palabra, padre e hijo, se reunieron con el resto de los viajeros, tras ellos, como queriendo ocultarles su desanimo.

Un día después, Almuñecar a la vista, donde deberían embarcar, recreaba el paisaje con todo su verde esplendor iluminado por el sol poniente en las últimas horas de la tarde. La exigua comitiva, Ben Al-Chaís, su padre y la mujer de este, Faráh, con tres sirvientes, dos hombres y la mujer de uno de ellos, junto a tres caballos mas de carga, deberían llegar durante aquella madrugada a su punto de destino o mas bien de partida hacia una nueva vida, tras casi tres días de viaje.

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Mientras cabalgaban, Ben Al-Chaís no dejó de pensar en la gran paradoja que le vino a su mente. Este mismo lugar, Almuñecar, fue donde el joven Príncipe Omeya Abd al-Rahman, en el año de los cristianos 756, llego a Al Ándalus, huido de Damasco, tras la matanza de su familia de manos de los hashimies unidos a los alidas, y ¡otra vez la religión…!, partidarios del yerno del Profeta y con la excusa de su fe. Otra vez la historia, aunque menos cruenta, se repetía con cierta analogía.

Aquella misma madrugada de primavera, la galera llegada desde Tunes a la costa andalusí con preciados géneros desde oriente, tenía orden de transportar en su viaje de regreso y por orden del Sultán tunecino, a la familia de Fasíd Al-Chaís y su séquito, junto a enseres personales y materiales encomendados y acopiados, durante la larga espera y preparación del momento de su marcha, cargados en la nave antes de su llegada, disimulados entre el resto de las mercancías.

Solo diplomáticos o comerciantes de mercaderías preciosas, utilizaban para sus periplos, las alargadas y maniobrables galeras con remeros y grandes velas latinas,

dedicadas principalmente a la guerra, la defensa de las costas, el transporte de productos valiosos o la piratería. Al llegar a Almuñecar, en el mediterráneo granadino, el reconocido estatus de Sid Fasíd Al-Chaís y su hijo Ben Al-Chaís, sus sabidos constantes viajes en calidad de altos funcionarios, hicieron no despertar sospechas por el embarque con sus sirvientes, en la galera tunecina.

El piloto de la nave que había recibido a la familia con exquisita amabilidad y respeto, dio orden de soltar amarras y la embarcación, como movida por la inquebrantable voluntad de sus tripulantes, recibió el viento levante por su amura de babor, despegando de entre las finas arenas de la playa, en una mar tranquila,  que como consciente cómplice, se les brindaba puente de plata en su huida.

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La estilizada embarcación, ayudada al zarpar por el impulso de sus ordenes de remeros, se alejó lentamente de la costa hasta que las velas de sus dos mástiles, henchidas por el favorable céfiro, propició una tregua a los hombres en su cansino bogar.

Al-Chaís dirigió su mirada a la costa por última vez instalado en la proa del navío, donde la brisa entrante secaba sus lágrimas. El viejo Fasíd Al-Chaís permaneció como encantado, observando el último horizonte granadino que no volverían a gozar. Su joven mujer Faráh, cogida tiernamente a su brazo, compartía amorosa la tristeza del momento.

Todo se volvía recuerdos.

Abu Yasír, comprendió que había tocado en lo más sensible de Al-Chaís hablando de su salida de Granada. La relación con su jefe y amigo, si bien era tremendamente cordial, nunca estaba exenta de todo el respeto y discreción posible, guardando las distancias en los momentos oportunos, aunque sin tensión alguna. Señor y sirviente, parecían conocerse de toda la vida. En este instante entendió que era momento para cambiar de tema.

– Tendré que ir al zoco y hablar con un par de hombres para ir transportando todos estos fardos, cuando ordenes – sugirió tratando de escapar de la situación creada.

– Me parece bien Yasír, pero a la vez, no olvides que necesito servicio para mi casa, que no puede seguir en esta situación.

– Bien, hablaré con Ibn Yahf, el tiene mujeres a su cargo en el bazar; estas pueden conocer alguna que pueda prestarte sus servicios. Estoy seguro de ello. ¿Sabes que les caes bien…? Eres la comidilla entre ellas, creo…¡ je, je…!, que tienes éxito con las muchachas ¿No…? –bromeó Yasír, intentando distraer a su amigo.

– ¡Siempre con tus tonterías…! Soy un recién llegado a la zona y esto siempre produce cierta curiosidad, que puede interpretarse… como tú quieras, si así te gusta.

– Nunca me has hablado de tu vida… ¿estas casado?- Volvió a atreverse Yasír, en tono mas distendido, pero cuidadoso.

– Bueno, no suelo hablar de este tema, pero eres mi amigo y… en fin…, si, estuve casado en Granada. Tuve una mujer, hasta un par de años antes de venir a Ifriqiyah. No tuvimos hijos. Creo que la vida cortesana incompatible con los problemas políticos que asomaban a mi vida nos fue alejando, llegando a la conclusión que era una buena idea separarnos, divorciarnos de común acuerdo. Ella, procedente de una importante familia, joven y hermosa, tiene una nueva vida con un adinerado comerciante.

… La determinación de venir aquí, mi trabajo, me ayudará a olvidar, y posiblemente quien sabe, a reescribir la mía. Después, antes de mi venida tuve…, si…, hubo más mujeres…, y tuve una amante. Maravillosa mujer, fue una breve pero hermosa historia.

… Siempre he tenido la sensación de algo que tendrá que llegar definitivo a mi vida, pero no se cuando…, ni donde. De cualquier forma amigo –siguió, recuperando un tono mas alegre-, me gustan y necesito de las mujeres y aquí, por mi fe, que las hay hermosas ¡demasiado para tanta soledad…! – sonrió socarronamente Al-Chaís.

– Sinceramente – siguió la guasa Yasír- me da la espina, que encontraras fácilmente ¡campo para tu trilla, ja, ja, ja…!. De paso yo puedo ayudarte…, a conocer algunas…

– Pero tú tienes mujer e hijos…

– ¡Alá sabe de mi corazón grande… ¡

– ¡También de lo golfo que eres…!, Pero Dios las creó, y así le serviremos ¡rodeados de su obra…!- Ambos no pudieron ocultar su recobrado buen estado de animo y rieron juntos la broma, siguiendo con su trabajo.

– Dime Al-Chaís ¿Cómo es el “asunto…” de mujeres en Granada, en Al Ándalus…?- preguntó Yasír, en tono picaron y con especial brillo en sus ojos, mientras seguían ordenando legajos.

– Lo religioso, la ley, desgraciadamente, en Granada, perdido el espíritu cordobés paulatinamente, en este último tiempo se ha vuelto intransigente. Los alfaquíes, mas intolerantes cada día, escrutan constantemente el comportamiento de la sociedad, especialmente de la mujer, ahora que intentaban despegar en lo intelectual, pero ¡Granada es Granada…!, hay tabernas, vino…, cierto libertinaje y claro, mujeres…-sonrió Al-Chaís.

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– Y… ¿como son…? –insistió Yasír mas perverso que curioso.

– La mujer…, es la mujer, allí y aquí; ese ser del que, queramos evidenciarlo o no, no podemos ni queremos prescindir si poseemos un ápice de inteligencia. Pero en Al Ándalus el acceso a la educación les hizo ganar prestigio, cierta libertad, en definitiva autoafirmarse como persona, en función de su carácter, de su valía.

… En Córdoba, Toledo, en Sevilla…, en sus escuelas humanísticas, la mujer llegó a desempeñar funciones científicas reconocidas y así comenzaba aunque débilmente, a ser en el resto del país, y entre estos estrechos márgenes, empezaba a ofender al hombre el quebrar sus voluntades íntimas.

… Quizás el poso de la cultura romana, su mas relajadas costumbres, poco a poco impregnan nuestra sociedad, todo ello como te digo, con el acceso paulatino al hecho educativo, la hacia progresar como individuo; pero no olvides, la perdida del que te he dicho espíritu cordobés, desde la llegada de los almorávides y almohades, propician el control de los alfaquíes en la sociedad de Granada, haciéndose el ambiente agobiante.

– ¿Y a la hora de…, en su relación con los hombres…? – preguntó Yasír, con alguna pizca de morbosidad.

– El riesgo que corren a este respecto que sugieres, sigue siendo importante. Están, como entre vosotros, obligadas al recato y la fidelidad, en caso contrario no te tengo que explicar, pero la realidad es que una vez consumada cualquier situación, nada era tan dramático como mucho antes. El repudio, en caso de estar casada y entre las clases mas altas, se conviene entre las partes; eso sí, el honor del marido deberá quedar inmaculado y la responsabilidad negativa es siempre de la mujer. Te extrañará, pero no le resultará difícil ser aceptada de nuevo por la sociedad, sin depender de tutor alguno y perdida su virginidad, especialmente si encuentra un nuevo marido, cosa muy probable, si hay nueva dote o gran belleza de por medio.

… Otra cosa es que esta quede sin hombre largo tiempo, lo que llamáis aquí una “hajala” o mujer “sola”, que dependiendo de su comportamiento con los hombres, puede ser considerada, hipócritamente como pervertida o prostituta, a la vez que deseada.

…En realidad, en el juego amoroso, querido Yasír, nada hay nuevo en la huerta del Señor, y mil vericuetos encontrará, quien quiera buscar. Aquí y allí, ¿quién renunciará a la mejor mesa que Alá nos propuso…? ¿Qué mujer se resiste al sueño deseado o al retozo del que nunca participó, se le priva o no se le sabe dar…? Si…, el juego amoroso es un don de Alá. El riesgo lo merece, aunque necios y puritanos lo ignoren. Yo anduve el camino prohibido… ¡por veces…, ja, ja, ja…! y por veces lo peregrinaría de nuevo si mereciera la pena… – terminó sonriendo Al-Chaís.

Empezaba a oscurecer entretenidos en la conversación picaresca. Algo cansado y deseoso de un rato relajado entre amigos, Al-Chaís sugirió una idea a sabiendas de no ser mal recibida por su amigo.

– Es tarde Yasír, recojamos y ordenemos todo esto un poco. ¿Que te parece si tomamos un té en el bazar de Ibn Yahf?

– ¡No me lo creo…! ¡Por Alá que me parece justo y necesario, Chaís…!.

– Deja al Señor tranquilo… y hagámoslo por nuestro descanso merecido ¿no…?

– ¡Bueno, bueno…!, de paso trataremos de encontrar un par de hombres y comenzar a llevar cuando dispongas todo esto al local de la medina, aunque tardaremos varios días. Hablaremos también con Ibn Yahf de “alguna” mujer para el servicio de tu casa – arqueó maliciosamente sus cejas Yasír, acentuando el doble sentido de sus palabras.

– ¡Veamos que me deparas…! – siguió la broma su jefe, cada vez mas distendido.

Los dos amigos abandonaron la casa caminando frente a la playa  y dirigiéndose a la entrada de una angosta callejuela por donde solían atajar para llegar al zoco. El bullicio a estas horas comenzaba a decaer y los hombres se reunían a comentar en los bazares, tras la pipa y un buen té, las vicisitudes del día.

Durante el camino, Yasír no paraba de hacer preguntas sobre temas “picantuelos” e historias, que para divertirle, le brindaba Al-Chaís sobre su quehacer amoroso granadino. Por las sonrisas de ambos, era fácil adivinar lo ameno del tema y a veces, mientras se dirigían a la medina, debían bajar el tono de voz, para no ser advertida la materia de su conversación, al cruzarse con algún transeúnte.

A su llegada al zoco, Ibn Yahf, se disponía a recoger sus tenderetes en la puerta del bazar, como cada tarde al terminar la jornada antes de cerrar, cuando ambos asomaron por una esquina que daba vista al callejón donde se encontraba la tienda de este.

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– ¡Hombre, ya era hora!, sea bienvenido mi señor Al-Chaís; también tú Yasír. Varios días sin veros denotan la mucha faena que tenéis ¡o las pocas ganas de vernos…!

– Faena, mucha y ganas de venir más, pero mi jefe solo piensa en trabajo, trabajo, trabajo….-bromeó Yasír, contestando al saludo de Ibn Yahf.

– Me lo explico, ¡algo inusual para ti…! Ja, ja, ja…-apostilló el comerciante.

– La verdad amigo, es que tenemos tanto por estudiar, ordenar y hacer para nuestro traslado, que terminamos agotados, aunque esto durará poco más; bueno, pero aquí nos tienes sedientos y ansiosos de una buena charla –saludó Al-Chaís..

– ¡Y de una buena pipa…! – no pudo contenerse Yasír.

– Pasar, hay gente que se alegrara de vuestra presencia.

Ibn Yahf acompañó al interior del bazar a los recién llegados, sin disimular la satisfacción por su presencia.

– ¡Mirar a quien tenemos aquí…! – llamó la atención a los presentes inmersos en las apasionadas discusiones de siempre.

Los hombres allí reunidos levantaron sus cabezas y se mostraron deleitados por la sorpresa.

– ¡Alá os guarde, hermanos! Cara ofrecéis vuestra presencia para los viejos conocidos que se le alegran en veros –saludó el anciano y antiguo Zabazoque y cobrador de impuestos, Al-Faquir.

– Bien hallado seas Al-Faquir. Yo también gozo de volver a verte, a ti y a todos los presentes. Ya tenia de necesidad de un rato de asueto en vuestra compañía y de conocer el pulso de nuestra actualidad.

– Quiero presentarte a  nuestro zalmedina Abu Zahíd y a Ben Al-Muthadí responsable del orden en la ciudad –intervino Ibn Yahf dirigiéndose al recién llegado.

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– Alá os guarde. Conozco ya a nuestro caíd, al que me presenté nada mas llegar a Mahdia. En cuanto a ti Al-Muthadí, acepta mis respetos.

– Bienvenidos y agradecidos son. Recibe tu mi satisfacción por conocerte y a la vez los propios desde mi persona. Poco tiempo estas entre nosotros y eres personaje harto popular, si bien he de reconocer, desde tu discreción conocida. Es más quizás lo que se te imagina, que lo que se sabe por lo poco que prodigas tus apariciones publicas o en la mezquita, ¡excepto entre tus amigos del bazar…!.

– Tienes razón –contesto Al-Chaís captando el doble sentido del comentario-, pero es tanto el trabajo en la preparación de mis cometidos, que no quiero perder tiempo de más en satisfacer las encomiendas del Sultán, Dios lo guarde, principal norte para mi quehacer. Nuestros amigos, me acompañan en el poco tiempo de mi descanso y confortan mi estancia desde mi llegada, con gran generosidad, que aprecio.

No había pasado desapercibido, en el poco tiempo que Ben Al-Chaís residía en Mahdia, su carácter poco dado al exhibicionismo banal. Su posición, avalada por las prerrogativas del sultán a su persona y cargo, si bien le hacían acreedor del respeto de la  administración de la ciudad, de los ulemas, a los que todavía no había llegado apenas conocer y demás personajes religiosos, no le libraba de ser visto con cierta susceptibilidad, en especial por su procedencia y su fama de hombre poco apegado a la ortodoxia oficialista y religiosa.

Para los musulmanes sunnitas de Ifriqiyah, sus Alfaquíes e Imanes, Al Ándalus gozaba, desde los tiempos del Califato Omeya de famas paralelas. De un lado los progresos científicos y la riqueza del país, la colocaban como la más avanzada nación del mundo islámico, totalmente independiente de los califas orientales, de Damasco y Bagdad.

A su vez, la propia idiosincrasia del pueblo andalusí, nacida del encuentro y mestizaje de diferentes pueblos, como la influencia del legado cultural griego y romano, a la vista de estos religiosos tradicionales, le habían llevado a un ambiente de tolerancia y libertades, en detrimento del poder religioso, que mal se podía entender por los asfixiantes guardianes de la fe más ortodoxos de este lado musulmán.

Únicamente, las clases más altas de la sociedad, nobles y eruditos, con verdadera prudencia y cuido, conscientes de la necesidad de modernización de la sociedad y del excesivo poder de los religiosos, sentimiento compartido solapadamente por el Sultán Abú Hafs, entendían que el modelo andalusí, en todo su halo científico y cultural, podía ser el adecuado para su país, atentos de no caer en las motivaciones de su declive, ajeno al hecho cultural.

Al-Chaís y su fama de “irreverente”, basada únicamente en su constante alarde en la separación de lo humano y lo divino, sin ofensa al Creador, representaba para los ulemas algo más que todo eso. Todo su estilo y comportamiento personal, les parecía un desarraigo de lo tradicional, y lo peor, que calaba peligrosamente en los habitantes de Mahdia, quienes no ocultaban cierta admiración por el personaje.

Tampoco pasó desapercibido desde que llegó, su acercamiento a los círculos o personas conocidas como más tolerantes de la ciudad. El propio bazar de Ibn Yahf y sus sabidas por todos reuniones o tertulias, era un foro notorio de discusiones sobre el conocimiento y humanidades, vetadas a cualquier mortal de los de a pié, además de la fama frívola de sus conversaciones mas intrascendentes entre el trasiego de algún vino, hachís y mujeres.

La reunión se hizo amena y distendida por momentos llegando a su cenit cuando vieron entrar por la puerta del bazar a Ibn Al-Ansarí, piloto de una galera comercial recién llegado de Palermo y que en cada arribada a Mahdia, sorprendía a sus amigos con algún presente para compartir.

– Al-Chaís… -llamó la atención del andalusí, volviendo a hacer de introductor Ibn Yahf-, este es Ibn Al-Ansarí. Te hemos hablado en ocasiones de él y él también conoce de ti, aunque hasta ahora no hayáis coincidido. Es un gran navegante y hombre de mundo; siempre nos trae nuevas, que no dudo te interesaran y acaba de regresar de uno de sus viajes.

– He oído hablar tanto de tu persona, que deseaba conocerte -saludó Al-Chaís-. Alá te guarde. Ardo en deseos de charlar contigo y conocer las noticias que puedas darme.

– Gracias Ben Al-Chaís –replicó el recién llegado-. Ya te sabes bienvenido entre nosotros y desde ahora, a mi amistad.

– ¡Bueno…!, dejar para más tarde vuestras “lindezas” y ahora…, veamos… ¿qué traes, viejo Al-Ansarí, en esta ocasión a tus amigos…? –intervino descarado Yasír, al tiempo que se frotaba las manos.

El piloto, miró hacia la puerta del local, como cuidándose, y con sonrisa maliciosa, de un pequeño bulto que portaba, sacó con precaución una vasija de regular tamaño.

– ¡Ala nos perdone…, vino de Sicilia…! –exclamó con discreción.

El alboroto unánime pero comedido de los presentes, no paró hasta que sus vasos dispusieron del delicioso caldo. Tras la festejada cata con un brindis, la reunión desembocó en una de las más cordiales tertulias entre los asiduos.

El viejo Al-Faquír, que llegó a sentir gran aprecio y admiración por Al-Chaís desde el primer día, en medio de la agradable charla, brillándoles ya los ojos de forma sospechosa, no paraba en recordarle:

– ¡Mi familia esta deseosa de conocerte, y te esperamos…!

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Continuará…

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