EL ANCIANO y el mar

 

Piedra ancha-1-recortada

Podría tener bastante más de ¡muchos años!, con todavía andar erguido y la dignidad que siempre intentó que le acompañara. Solo un bastón clásico, de los de siempre de madera anudada, le servía de ayuda y cierto apoyo en los instantes más precisos de su ya lento caminar.

Ese día de primavera recién estrenada y en contra de las recomendaciones sobre sus salidas solitarias, había cogido el viejo coche con imperiosa necesidad y sin comunicar a nadie su destino, se dirigió directo al cercano mar, a pocos kilómetros de casa.

Pareció tener la necesidad repentina de hablar con su viejo amigo, esa porción del mediterráneo que se le concedió en especial dote, con su nacimiento en lo más oriental de la tierra que lo vio nacer.

Una vez allí, con trabajo, anduvo por la playa sobre la arena, las piedras o pequeñas escorias,  empeñado, despacio y guardando su equilibrio con la ayuda del viejo bastón,  hasta llegar a una gran roca que a modo de mirador sobre las olas que la batían, pudo sentarse y contemplar el universo de su vida, posiblemente lo que le hizo arribar hasta allí, ese día.

El aíre fresco del sur insuficiente para “volar” su sombrero de paja portaba en suspensión gotas, salpicaduras de agua al romper sobre la roca,  que no solo parecían no molestarle, si no que refrescaban sus facciones adquiriendo su rostro un brillo especial.

De repente miró hacia tierra, la playa al pié de aquellas viejas casas existentes,  nublándose su mirada con la imagen de una hermosa mujer de ojos claros, que protectora, estaba pendiente de él.

Cambiando de ángulo y dirigiéndola esta vez hasta una pequeña cala donde todo el mundo se bañaba, encontró un hombre maduro lleno de vitalidad llamando su atención,  cariñoso, como invitándolo al baño.

Sus ojos de un raro indefinido color más aún a sus años, no pudieron evitar humedecerse preguntándose si mereció la pena crecer.

La persistente, pero no molesta brisa sureña, le hizo girarse de nuevo y observar un pequeño «bote» regresando a tierra tras la recogida de algún modesto “palangre”, que con suerte, le daría ese día para comer a su dueño.

A su recuerdo llegaron historias de viejos pescadores, que empeñados, nos fueron dejando huérfanos de amistad a tantos y algún velero desahuciado de su mejor viento.

Cerrando los ojos, sintió como si allí estuvieran todavía dos jinetes sobre sus rodillas que justificaban por si solas toda una vida, esperando como no, el juego en el agua con él.

Al levantar sus ojos humedecidos hacia levante, imponente y hermosa, la gran sierra plateada que tantas veces y por diferentes motivos subió, bajó, conoció ramblas, rincones, todas sus entrañas en la plenitud de su vida y hasta donde escondió amores en barrancos perdidos y prendidos de amor.

El Playazo-1Otra vez al mar, su mirada todavía viva y escrutadora, observó las olas convertidas en mensajería de pasados, errores y aciertos, abandonos, decisiones e indecisiones, en definitiva adivinando en el recuerdo como él, solo él y aquella sociedad, habían labrado su adolescencia,  juventud y madurez, su destino.

Pensó en el tiempo en que vivió, las renuncias a las que la sociedad obligaba con su doble moral o quizás única, pero adaptada de forma hipócrita a las clases emergentes tras aquel largo periodo de oscuridad que le tocó vivir desde su niñez y sufrir en su juventud, moldeando voluntades imponiendo convencionalismos, que terminarían conformando la mayor parte de los fracasos anímicos adolescentes.

Todas las miradas que gozó, cada par de ojos que lo cautivaron, todos y cada uno de ellos, conservaban en el recuerdo la frescura de su momento, la pasión del instante, todos vivos en su memoria, los besos robados que dejaron estelas de imposibles pasando la más melancólica de las facturas, rompiendo puentes que parecían eternos.

Pudiera parecer que el anciano había ido hasta su amigo el mar para contemplar su vida mirando en rededor, observándose hacia el exterior, como tratando únicamente de recuperar lo mejor de sus recuerdos.

Pero no, miraba al mar haciéndolo a la vez testigo de su introspección despertado a la realidad de lo que ahora era su vida, en definitiva, venía a rendir cuentas de su pasado y a la vez entregar su presente emocionado.

Con  gesto agradecido apreció haberse sentido querido, amado, tanto como él lo hizo a cuanto la vida puso en su camino, pues si no lo hubiera hecho, su existencia no hubiera tenido valor alguno.

Los recuerdos de sus compañeros de juegos, los sueños que hicieron realidad, los años de aventuras, viajes inundando sitios y lugares con sentimientos de juventud y amor “desde la primera vista” de su adolescencia.

Hasta entonces había pensado que pocas cosas pueden entristecer más que la perdida de la juventud, la de nuestro propio ser tal cual fuimos, aquellas fuerzas capaces de conquistar el mundo, de las emociones que pretendimos eternas ¿qué ilusiones nos podían restar con nuestra aparente decrepitud?.

Nunca nos dimos suficiente cuenta de que todo nace herido y que solo el conocimiento alivia hasta la última tranquilidad.

Recordó como aquella persona a la que tanto quería y en la que se miraba orgulloso, le enviaba poemas de John Keats, de los que solo se podía salir vivo, aislándote en su belleza, sobreponiéndote a veces al contenido.

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Levanto la cabeza y  con la mirada en el mágico azul, meditaba:

¿Como iba a entristecerse?, no podría. Había tenido todo, si acaso más cigarra que hormiga, su corazón es una cuenta corriente de números imposibles, de percepciones, sentimientos, aventuras, que no todos podrían pagar. Su caudal, cualquier cosa menos  que una vida miserable, le impedía no estar agradecido y prepararse para el siguiente paso, el premio final que sin mirar atrás al pasado, es el único esplendor posible: el presente.

A su memoria le llegaron entonces las hermosas palabras del delicado William Wordsworth:

“Aunque ya nada pueda devolvernos la hora del esplendor en la hierba,
de la gloria en las flores, no debemos afligirnos,
porque la belleza subsiste en el recuerdo…”.

Y aunque siempre fervoroso de la hermosura de sus versos, el anciano no acostumbrado a renuncia alguna , si hubieran coincidido en el tiempo, habría sugerido matizar al gran poeta.

Se resistía a que existiera únicamente “la belleza que subsiste en el recuerdo”  sin calibrar que el presente, es un gozo donde se acumula la experiencia del pasado,  a la vez que el ultimo  esplendor posible, ese día que todavía vives clarividente,  generoso con tu entorno, por modesto que sea.

Esos ojos que ahora te miran, las manos que te cuidan, esa sonrisa que te regalan, te impiden afligirte y equipararlo a tiempo pasado alguno, si acaso, valorarlo en su conjunto como la vida que le tocó gozar, el hatillo de emociones que el anciano dispuso  para una historia sin final.

Levantándose de la gran roca con la ayuda del bastón, dirigió una última mirada con inocultable melancolía a su viejo amigo el mar, prometiéndose que cada minuto del tiempo que le quedara, no se abstendría jamás de la contemplación de la vida, porque si “la belleza subsiste en el recuerdo, vive únicamente en la emoción del presente”.

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* Música: «Una furtiva lacrima» versión sinfónica de «L´elisir d´amore», de Gaetano Donizetti.

 

 

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