EL AÑO DE LA LUNA – Cap. II – El bazar de Ibn Yahf

zoco-2

“…nadie conocerá más hermoso ocaso que el tuyo Granada…,

pero no será mi mirada avasallada…, quien lo contemple…”.

Yasír cada día, en el instante que le era posible, se acercaba a casa de su señor y amigo Ben Al-Chaís. Habían sido muchos los años, las aventuras y desventuras juntos unidos por un destino que se empeñaba en separar sus vidas definitivamente.

En el camino, no dejaba de recordar aquellas conversaciones tan amenas, sus sencillas explicaciones sobre las complejas historias del mundo que tanto ayudaron a Yasír a entender la razón de su existencia, la de su gente, su tierra, su fe y en definitiva, aquel nuevo interés por vivir, que aquel hombre había despertado en su ser, en un momento de su vida, ordinario, sin norte, sin motivación alguna.

Ahora que el viejo amigo se entregaba envuelto en su eterna melancolía a sus últimos días, Yasír no podía entender como seria todo otra vez sin él, sin su conversación chispeante, sin sus silencios entendidos y compartidos, sus complicidades…, sin sus juegos y sueños contagiantes de eterna juventud, que se irían a su lado, con él, para siempre.

Al llegar lo encontró en su lecho, apacible, sereno, siempre tratando de atisbar a través de la pequeña ventana cualquier soplo de brisa novedosa. Incapaz de renunciar a nada, su alma casi escapada de su cuerpo, parecía seguir instalada en tanto sueño imposible. En el brillo de su mirada persistía la fuerza de siempre, capaz de lo más irrealizable. Todavía mirar esos pequeños ojos del viejo Al-Chaís, causaba cierta admiración a la vez que una gran confianza.

Siempre estuvo fresco en su recuerdo el instante cuando le conoció. De porte diferente, maneras educadas y marcada personalidad, no ausente de un halo de misticismo o misterio. Su aparente ausencia de cuanto le rodeaba, en contraste con su curiosidad disimulada por todo, impedía a veces llegar a conocerle profundamente en un primer momento y entender su atención, ocultada conscientemente, a lo más mínimo de su entorno. Dialogante aunque de ideas un tanto radicales, sensible a la belleza hasta la saciedad, de trato fácil pero distinguido en cada uno de sus gestos. Sin quererlo establecía siempre una distancia con sus interlocutores, provocando en ellos cualquier cosa menos indiferencia y un especial respeto, como si de alguien principal se tratara.

Contrastaba su personalidad con el resto de la gente que conocía. Desde la primera vez, Yasír advirtió que Ben Al-Chaís no era un hombre corriente, común, de los de Ifriqiyah, ni aún de entre los más refinados del país; posiblemente su procedencia… su cultura. Ajeno a lo religioso mucho más que el resto, su amor y constante defensa de la individualidad, le hacia tan diferente.

Yasír le censuraba bromeando a veces su ausencia en las mezquitas; su apenas observancia de las oraciones diarias. Entonces le repetía a menudo: “No hay que buscarle mucho, –bromeaba- Él puede estar en cualquier rincón; a veces pienso que es un poco cada uno de nosotros; Alá es grande porque es la suma del ánimo de todos los hombres y todos somos Alá, cada uno en nuestra singularidad, en diminutas proporciones”. Según Al-Chaís, el desprecio al hombre, lo era a Dios: “Tu eres también mi Dios, mi Dios amigo Yasír, y como tal hemos de reconocernos”, le decía con su media sonrisa socarrona habitual, desconcertándole y haciéndole dudar en ocasiones de su halo místico.

Fue su encuentro en un día caluroso del final de aquel verano agobiante que no parecía terminar, a la caída de la tarde. Abu Yasír vivía en Mahdia, sureste de Ifriqiyah al sur del golfo de Hammámet, la población nacida y desarrollada a la sombra de la ciudad de Kairuán, en el interior. Construida por los conquistadores de esta ultima, en la calida costa oriental del país, se había convertido en la ciudad sureña berebere mas prospera. Frecuentada por mercaderes procedentes del Atlas y de las poblaciones del sureste del Gran Erg Oriental; tras su paso por los mercados de Kairuán, tenían obligado final de viaje en Mahdia, donde compraban mercancías y productos llegados por mar o tierra desde Tunes y oriente, especialmente de El Cairo, y que distribuían en el viaje de vuelta otra vez en Kairuán y entre las tribus y poblaciones beréberes camino a sus lugares de origen.

Esa tarde, cansado tras el trabajo de varios días con unos comerciantes, a los que ayudo a organizar y contabilizar la compra de mercancías adquiridas en el puerto y su posterior disposición en una recua de camellos que cruzaría en caravana el país hacia el oeste, se dirigió junto a ellos al zoco, con la intención de “colocarles” algún producto más, comisionado por amigos propietarios de bazares con los que habitualmente trapicheaba y donde de paso, calmaría su sed a la vez que tranquilizaría su espíritu con una buena pipa.

Tras la marcha de los mercaderes y cobrados sus servicios tras arduo regate, Yasír se dirigió al zoco de la medina, donde acabada la tarde acudía con frecuencia por ser el centro del chismorreo de la ciudad y también donde se conocían y comentaban las novedades llegadas de oriente y en especial de Tunes, capital política de todo Ifriqiyah.

Tienda bazar

El bazar de Ibn Yahf, donde se reunía con sus conocidos casi cada día, estaba situado al sur de la medina, en el extremo del bullicioso barrio comercial, no muy alejado del mar. Era uno de los pocos lugares en Mahdia donde se podía comprar o trapichear con cualquier cosa. En un rincón del zoco, el más alejado de cualquier otro de su gremio, sin embargo era conocido por la profusión y exotismo de sus productos, de los más novedosos que llegaban a la medina, así como por el “relajado” ambiente de sus reuniones o veladas, tras el cierre vespertino.

En un caótico desorden se exhibían toda clase de mercaderías de origen berebere: ornatos en plata, bisutería, pieles y alfombras. También gran profusión de géneros, especies, perfumes, traídos de oriente de tanta demanda en una sociedad abierta a lo novedoso y desde donde posteriormente se irradiaba el comercio hacia el interior, el sur y suroeste del país.

Ese “mare mágnum” de objetos, cacerolas, artesanías de latón y bronce, cerámicas…, expuestas a la puerta del negocio, conformaban un laberinto de acceso hasta su interior, donde se encontraban las piezas mas delicadas o preciosas. Allí, el aroma de aceites y fragancias dulces, empalagosas, como las esencias de flores, el ámbar o el azmicle, tan en uso en los baños de los más pudientes, inundaban con cierta pesadez el ambiente.

A la caída de la tarde, su dueño recogía la parte del tenderete que exhibía en el exterior, en la calle, y tras su cierre al anochecer, compartía encantado la tertulia con los amigos que se instalaban en su local, alrededor de un te o algo más…, y la consabida pipa.

Ben Al-Chaís había llegado al bazar advertido de su popularidad en la vida de Mahdia. Se le había dicho que los más inquietos, interesantes y liberales personajes de la ciudad se reunían casi diariamente en este lugar donde se discutía la más rabiosa actualidad social o cultural, además de las obviamente intrascendentes y amenas conversaciones propias de una charla amistosa.

Tras presentarse y saludar a Ibn Yahf, este se dirigió a los contertulios presentes e hizo una amable introducción de su persona como recién llegado a Mahdia, explicando, ante la asombro de ellos, su procedencia andalusí. Tras los normales saludos, se instalaron en una agradable conversación, donde Al-Chaís, era asaeteado con insistente curiosidad, pregunta tras pregunta, sobre todo lo concerniente con su país y los motivos de su llegada a Ifriqiyah.

– ¡Alá, os guarde…! –exclamaba con gesto de preocupación un anciano asiduo al bazar- ¿y dices que Zayan Ben Marcanix, rindió Valencia al cristiano Rey Jaime?

– Si, si…, sus tropas fueron diezmadas y la ayuda de Abú Hafs, vuestro Sultán, mi Señor, fue insuficiente. El fiel Ben Al-Abbar, enviado por el rey valenciano que en su día requirió su ayuda, ha llegado a Tunes de nuevo, y aquí vive huido. El rey D. Fernando hostiga continuamente los reinos de Al Ándalus, a la que los hace pagar parias. La Córdoba de los Omeya, es cristiana. Al Ándalus, agoniza y la ambición de sus reyezuelos les impide verlo.

Abu Yasír acababa de llegar al bazar. Lentamente, desde la entrada, avanzó hacia el interior del local deteniéndose a cada paso, sin antes siquiera de saludar a los presentes, perplejo por lo que iba escuchando de la voz de aquel hombre.

– ¿Quién eres…? -exclamó, al tiempo que se acomodaba en su rincón habitual, impresionado por el desconocido, mientras ansioso, se hacia de una pipa-. Granada es fuerte…dicen, culta, rica…; los reyes cristianos se dice guerrean entre ellos, incluso aliados con los árabes…, a conveniencia…

Su voz, mientras exhalaba el tranquilizante humo de su primera inhalación, se dirigió al extraño, sin poder disimular el asombro por lo oído.

– ¿Cómo puedes saberlo…? – lo increpó de nuevo, seguidamente.

– Me llamo Ben Al-Chaís. Alá nos guarde a todos. Llegue a Ifriqiyah a principio de este año. Vivía en Tunes, un poco tiempo en Kairuán, y ahora lo haré aquí en Mahdia…, no sé cuánto.

Mezquita Tunez-1-Recortada

Su acento le pareció chocante. Su léxico del más clásico y elegante árabe y su forma de hablar sentenciando en cada frase de su relato, le produjo todavía más curiosidad.

– ¿De donde vienes pues en realidad amigo, que hablas con ese conocimiento…?

– De Al Ándalus. Nací en Granada y he venido con parte de mi familia al amparo de Abú Hafs, vuestro Sultán, al que Dios guarde. El nos acoge y nos ampara. Al Ándalus se desmorona, nuestros reyes inconscientes, se entregan a los infieles o luchan a su lado contra sus propios hermanos, solo por conservar el pequeño poder de sus exiguos reinos, en su mayoría hoy vasallos de los reyes cristianos.

Mi padre, mi familia de origen cordobesa, no quieren contemplar el ocaso del sueño más hermoso del Islam – respondió con voz pausada pero segura, dirigiendo su mirada a occidente, en un gesto de añoranza.

Mientras hablaba, Yasír no dejaba de observarle. Podría rondar los cuarenta años o algunos más sin aparentarlo. De estatura media, apariencia esbelta y cabello largo castaño sin cubrir por turbante alguno, emanaba de su figura con facilidad el relato melancólico, entre palabras tan correctas como sentidas, a las que llenaba de verosimilitud el aplomo de su porte.

– Perdona, se bienvenido…, yo soy Abu Yasír; llámame Yasír, así me conocen todos – le correspondió, no si no con un gesto de admiración y preocupación disimulada, a la vez que lo invitó a fumar de su pipa. Cordial, Al-Chaís aceptó agradecido, ocupando un lugar cercano al recién presentado.

– Mi padre, Sid Chaís Al-Fasíd -continuó Ben Al-Chaís-, es amigo de Ben Al-Abbar. Estuvieron juntos en su juventud en escaramuzas contra los cristianos. Le conoció cuando era secretario de los reyes de Valencia Abú Zaid y después de Zayan Ben Marcanix, en uno de sus viajes a este reino. Después tuvieron una gran relación epistolar. Ambos son hombres sabios que preocupados por su tiempo, intercambiaban conocimientos y novedades que a sus reinos afectaban.

… Cuando cayó Valencia en manos del Rey Jaime, Ben Al-Abbar, huyó primeramente al sur, llegando hasta Granada. Pero este era hombre que no silenciaba pensamientos y sus temores, criticas o advertencias siempre fueron mal recibidos, volviéndose incomodo para el Emir Muhammad, nuestro rey granadino. Mi padre preparó su huida a Tunes, país que el conocía y que a través de sus descripciones siempre nos resultó atractivo, como un oasis en nuestras preocupaciones, una esperanza, un rincón donde pensar si el destino se mostraba implacable con Al Ándalus.

Los presentes escuchaban atónitos lo que para ellos eran noticias de gran novedad y no menos preocupación, y que solo conocían por relatos aislados, inconexos o extemporáneos. Las noticias del progresivo desastre y caída de los reinos árabes de Al Ándalus y otras similares como la constante amenaza de turcos y normandos sobre Ifriqiyah, eran ocultadas al pueblo por conveniencia política o estrategia social de los gobernantes, posiblemente.

El resultado fallido de la ayuda del Sultán de Tunes al rey árabe de Valencia, fue también censurado y conocido por pocos al cabo de mucho tiempo, quizás por no mostrar al pueblo los recién llegados “hafsies” al poder debilidad militar, empeñados en esos momentos en la estabilidad del joven sultanato y su prosperidad.

– Ben Al-Abbar, una vez en Tunes – prosiguió Al-Chaís – nos envió una misiva, donde agradecía a mi padre la ayuda en su salida de Al Ándalus, a la vez que nos hacia saber que el Sultán le expresó su voluntad de proteger a los creyentes huidos del acoso cristiano en la península. También nos hacia saber su visión propicia y su deseo de participar del conocimiento de las artes y el progreso científico de las gentes de Al Ándalus, y estos serian bien recibidos e invitados a divulgar y desarrollar sus nociones en Ifriqiyah.

– ¿Y es esa la razón, el motivo…, el fin de tu venida…? – preguntó el viejo Al Faquir, que momentos antes se sorprendía y lamentaba, al conocer en voz de Al-Chaís la caída del reino de Valencia.

– En Granada, en el minarete de la mezquita mayor, hay un gallo con las alas abiertas al que llamamos “el gallo de los vientos” y del que se dice que es talismán para los “malos vientos”. Si un día desapareciera, estos azotarían nuestro reino y con ellos llegaría su destrucción.

… Una tarde, que mi padre regresaba de la Alcazaba Qadima del Al-Bayyazin, tras despachar con el Emir Muhámmad –siguió relatando-, a su paso por la gran mezquita, observó que al gallo del minarete faltándole un ala, se encontraba medio caído.

Fasíd Al-Chaís, mi padre, llegó a casa cariacontecido. Ese mismo día conoció la noticia de que tras la caída de Córdoba y ahora Valencia, también el reino de Jaén peligraba, por falta de ayuda y entendimiento entre los reyes árabes. Fernando, el llamado Santo, lo hostigaba.

… Jaén terminó por darse a D. Fernando, y creerme –apuntilló Al-Chaís-, nuestro Emir de Granada fue a su encuentro proclamándose su vasallo y concertando las parias exigidas por el rey cristiano a cambio de respetar la frontera nazarí.

… Mi padre, entendió que el final estaría no muy lejano para los divididos pueblos de Al Ándalus enzarzados en luchas y saqueos fratricidas, para las que no dudaban en aliarse con el infiel.

… Ese día, al llegar a su casa, entristecido y apesadumbrado, dirigió su mirada al valle coronado con el sol poniente, al tiempo que murmuraba:

“…nadie conocerá más hermoso ocaso que el tuyo, Granada…,

pero no será mi mirada avasallada…, quien lo contemple…”.

Albaicin-5

El viejo Al-Faquír y los que allí se encontraban escuchando el relato de Al-Chaís, no movieron un músculo. Boquiabiertos…, durante unos instantes inmersos en el melancólico relato sobre Al Ándalus. Aspiraron de sus pipas, apuraron sus bebidas, como cogiendo hálito, antes de exclamar: “¡Ala nos guarde…!”.

– Y bien, Al-Chaís… ¿Qué fue de tu familia, tu padre?…, ¿qué harás ahora entre nosotros…? – volvió a interpelar Yasír, con mas curiosidad por el personaje y su historia en cada momento y a la vez rompiendo el silencio reinante.

– Soy único hijo. Mi padre y su actual mujer Faráh –mi madre, murió en Granada cuando yo era casi un niño- viven en Tunes. Trabajan para el Sultán. Su cometido es ordenar y preparar la divulgación de los conocimientos andalusíes y aplicarlos en lo conveniente en todo Ifriqiyah.

… Con nosotros y por deseo de Ben Al-Abbar, en nombre de Abú Hafs vuestro Señor, trajimos y procuramos seguir importando cuanto se puede de las ciencias y usos de Al Ándalus. La enseñanza y aplicación de su contenido es la labor que nos ha sido encomendada, como a otros andalusíes, venidos antes que nosotros y que siguen llegando.

… Como mi padre en el norte – prosiguió-, fuimos nombrados háchibs o comisionados en distintos territorios por vuestro sultán. Mi destino fue el sur, en la ciudad de Kairuán donde viví un tiempo, pero pedí a nuestro Señor licencia para instalarme en Mahdia, por su gran parecido a la costa de mi país, haciéndome mas fácil mi integración y llevaderos mis primeros tiempos lejos de mi patria.

… He de ordenar y dirigir estas divulgaciones desde aquí, en Mahdia, Kairuán, a todo el sur y el oeste…, es el espacio que se me ha asignado en mi cometido.

Poco podía imaginar Abu Yasír en aquel instante, que su futuro estaría ligado por mucho tiempo al de aquel hombre. Que tras conocerle y aceptar colaborar en el desarrollo de su labor, no volvería nunca más a sus acostumbrados trabajos habituales con los mercaderes y camelleros, único medio, por otra parte, que le permitía y posibilitaba hasta entonces, su anárquica vida. No volvería a sentirse más como en ocasiones, mal pagado o exhausto y ante la ordinariez cotidiana de las gentes que hasta entonces acostumbraba.

Tampoco le resultaría difícil a Al-Chaís, la relación con Yasír. También muerta la madre de éste cuando era niño, creció al amparo de una pareja acomodada de ancianos sin hijos de Mahdia. De educación relativa, estas personas transmitieron un poso de ilustración y modales al adolescente Yasír, algo impensable en los jóvenes de su clase. Por eso le resultaba mas natural de lo habitual, el desenvolverse con soltura y cortesía entre las gentes y visitantes de la ciudad, sus relaciones con mercaderes.

De carácter desinteresado, trato afable y de ciertos conocimientos generales, Yasir inspiraba confianza a conocidos y a quienes contrataban sus servicios sin apenas conocerle, a la vez que era aceptado en las tertulias del bazar, entre gente mas principal, por su talante.

Desde el primer momento entre Al-Chaís y Yasír, hubo esa extraña capacidad de comunicación, que espontáneamente hace simpatizar a las personas. Tras ese breve intercambio de presentaciones en el bazar de Ibn Yahf, siguieron conversando con el resto de la tertulia como si se conocieran tiempo largo.

Entre los presentes, el viejo Al-Faquír, antiguo almotacén del zoco, cada vez con más curiosidad y confianza en el recién llegado, insistió:

– Dime Al-Chaís, ¿y que harás en Mahdia, que nos enseñaras, que nos pueda afectar de inmediato…? – preguntó entusiasmándose, cada momento mas con el personaje.

– Conocemos y hemos desarrollado la filosofía, medicina, astronomía, aritmética, geometría, la agricultura moderna y sus sistemas de irrigación, música, alquimia, la arquitectura, las artesanías de metales, forja, sedas, tapicerías, cerámica y marfiles, la fabricación del mejor papel del mundo.

… El arte de la mensajeria con aves adiestradas con diversos fines; traemos con nosotros bibliografía de nuestros pensadores y eruditos, de nuestras traducciones de la cultura helénica, romana, todo ello, conocimientos que hasta ahora ignora casi en su totalidad el mundo infiel e hizo grande y poderosa a Al Ándalus, como contribuirá a hacerlo aún mas a Tunes, a todo Ifriqiyah.

… También es especial interés del Sultán – continuó hablando – el desarrollo y adaptación en lo recomendable de las leyes del comercio andalusí, los métodos y documentos de pago, el sistema impositivo general, los impuestos a la mercadería ambulante o extranjera; en general el trato discriminatorio a la presencia de mercancías, según procedencia y tipología, establecer sus tasas, precios y normalización de medidas, y en definitiva su aplicación igualitaria en todo el territorio.

… El ordenamiento del comercio en Al Ándalus está reglado, tratando de igualar derechos y obligaciones con el objeto de homogeneizar y responsabilizar los actos comerciales. Para Mahdia, en cuanto su importancia como una de las puertas principales del oriente por mar y tierra – prosiguió Al-Chaís – y Kairuán, centro de expedición e intercambio comercial con el interior occidental y los pueblos beréberes del sur, así como para el resto de este país en auge, el desarrollo mejor regulado del comercio abundará en su progreso y reconocimiento, como lo fue en el mío. Creo que de inmediato habrá cambios que os beneficiaran.

– ¿Más impuestos…? esto encarecerá todavía mas la vida y nos empobrecerá en alguna medida ¿no? – intervino Yasír, sonriendo con cara de mal augurio.

– No necesariamente. Podremos implantar y desarrollar nuevas manufacturas y productos hasta la fecha impensables en oriente; el comercio ha de ser mas favorable a nuestra gente.

… Mercaderes y consignatarios, tendrán mas confianza en el contrato comercial y esto redundará en mas transacciones que a la postre, generarán mas actividad de todo tipo, así como el progreso de la sociedad por la afluencia de nuevos conocimientos llegados entre los mas numerosos y seguros intercambios comerciales, allende de nuestras fronteras – sentenció Al-Chaís.

– Yo fui almotacén, zabazoque del zoco, en Kairuán y mas tarde en Mahdia, recaudador de los derechos de mercadería -siguió hablando el anciano Al-Faquír-, función harto desagradable a veces, precisamente por su aplicación difícil, un tanto arbitraria. Hoy, mi hijo Jattar Abd-Faquir y su familia se encargan de este cometido. Su responsabilidad a estos efectos es también para varios pueblos al sur de Kairuán, exceptuando esta ciudad. Soy afortunado en conocer de primera mano las venturas que nos llegan. Quiero que conozcas a mi familia; serás bienvenido en mi casa.

– Alá te conoce generoso y por ello te ha premiado sin duda. Estaré contigo y los tuyos agradecido por tu invitación y tu amistad, que seguro, hará más placentera mi estancia entre vosotros.

Ibn Yahf el propietario del negocio, le espetó curioso:

– ¿Como te sientes ahora, aquí en Ifriqiyah…?

– Me he preocupado antes de llegar, en la medida posible, un poco de conoceros; también he intentado, lo que mi corto tiempo en vuestro país me ha permitido, saber de vuestras costumbres e historia, para profundizar en vuestro respeto.

… Este país tiene gran similitud con el mío. Ambos, desde su existencia han sufrido múltiples y variadas invasiones de diferentes culturas y credos. Sus gentes son propicias al rápido entendimiento, al aprendizaje. Esta diversidad que fue en su día, fundió lo mejor de cada raza, de cada sociedad y el resultante es gente abierta, más permisiva de lo habitual, moderadamente ortodoxa en lo debido, abierta al intercambio de conocimientos y donde cada persona se realiza y valora, según sirve al resto. Me siento ilusionado en esta tierra. Es como empezar de nuevo, un nuevo sueño…, tras el perdido.

… Ben Al-Abbar –siguió explicando-, el político y poeta amigo de mi padre y de vuestro Sultán, al que El Poderoso guarde –¡Así sea…!, exclamaron algunos vagamente-, cuando visitó Granada antes de su venida huido a Ifriqiyah, nos describió esta tierra como muy similar en el reino nazarí, a las tierras de Almería, entre Sierra Nevada y el mar, rodeada por el noroeste de un área desértica de gran belleza en contraste con las vegas fértiles de su levante y poniente.

… Nos relataba –siguió refiriéndose a Ben Al-Abbar y sus narraciones sobre Ifriqiyah, Tunes- su clima cálido, paisajes esplendorosos a caballo de grandes montañas.

… El Atlas a poniente…, y playas de tibias aguas mediterráneas al norte y oriente. Al sur, amplias las estepas, desiertos o ergs con mágicos oasis donde el valeroso pueblo berebere comenzó a escribir la historia de vuestros días.

… Ya sabíamos también por Ben Al-Abbar, de la Ciudad Santa de Kairuán, la primer metrópoli creada por los creyentes en estas tierras de franca analogía en su génesis con la Córdoba de Al Ándalus; luego la comercial Mahdia, pujante como Granada a la caída de los califas. Nos habló de Tunes, cosmopolita y sagrada urbe…de su gran mezquita…

… En mi corta estancia entre vosotros, todo me queda casi por conocer, pero sobre estas bases, ¿qué puedo esperar si no que el gozo de profundizar en ello…?, en cada detalle que me acerque…

– ¡A nuestras mujeres…já, já, já…! –interrumpió bromeando Yasír, en medio de las risas de todos.

– ¡Ya estoy advertido de su hermosura, Yasír…!. Las rosas son rosas en cualquier edén, pero hasta el más experto jardinero, se cuidará de sus espinas –siguió la broma Al-Chaís, mientras dirigía su mirada a la trastienda del bazar, donde los escondidos ojos de unas sirvientas medio asomadas a través de una puerta entreabierta, seguían con entusiasmo indisimulado las palabras del atrayente forastero.

– ¿Pero, y tu país… ¿como es esa tierra, amigo?, háblanos de Al Ándalus, de Granada…? –insistió Ibn Yahf, el dueño del viejo bazar.

– ¡Ah…, Granada, Al Ándalus…! –prosiguió tras una pausa, cariacontecido-. Deberéis perdonarme, no será justo quizás ni imparcial, quien llora el destierro, por hermosa acogida que tuviera en lugar otro alguno. ¿Quién, aún acomodado en los brazos de su nueva y joven amante, no evoca en gozo dolido, un otrora bálsamo amoroso que te robara el destino?

Al-Chaís, volvió su mirada hacia la nada. Su voz recogida de tristeza y en el tono melancólico iniciado, casi poético, continuó:

– ¡Granada, Al Ándalus…! –repitió una vez mas- ¡Tierra de las tierras…! Cumbres nevadas, inalcanzables madres de ríos de plata que inventan valles inimaginables, donde la delicada flor del almendro viste virginal la primavera, para ser desflorada entre el gozo de las miradas.

…Donde el suave viento del sur invita al sosiego de las olas, que se duermen en lecho de arena fina…, poco a poco…, mutando su fuerza en mansos arrullos a la orilla amorosa…, en el Mediterráneo andalusí.

Playa-2

El acento lejano de su perfecto y elegante árabe, el tono lírico de su relato, hacía a los presentes respirar acompasadamente entre las pausas del mismo, sin gesticulación alguna, si no para acomodarse lo mas próximo al narrador, y no perder detalle de la historia.

– Hasta no hace mucho -cambió el tono embelesado de sus recuerdos-, Córdoba era el manantial del conocimiento. Sus gentes cada día mas influenciadas por el racionalismo de sus pensadores, eran cada vez más reacias al pensamiento puro ortodoxo sin más. Al Ándalus, desde su florecimiento, durante los Emires y Califas cordobeses y hasta hace poco, había sido la sociedad permisiva en los credos y en las costumbres; la avanzada de la cultura y del pensamiento.

… La avaricia sin limites de militares y políticos despertó en guerras intestinas y fratricidas, como os expliqué, que favorecieron el avance reconquistador de los reyes cristianos; hasta entonces, durante años, tuvimos incluso buena relación con el infiel. Sus reyes aceptaron algunos de nuestros usos y costumbres; algunos, abrazaron la fe del Profeta; otros llegaron a respetarla.

… Al Ándalus todo es, ¡era…! –enfatizó de nuevo- la huerta de Alá, voluptuosa, sensual…, dispuesto lecho, donde cada amante podía sentirse el más príncipe de su momento y donde el arma mas poderosa, en el único trance posible y deseado, se blandía hasta la extenuación, rindiendo su fuerza en las cúspides de la pasión…, en mágica y amorosa batalla.

El sensual y sentido acento empleado en su relato por Al-Chaís, maravilló a la audiencia, todavía mas sobrecogida por el trasfondo triste de la narración. Las mujeres, en el quicio de la puerta, escondidas tras el cortinaje por donde apenas entreveían, desviaron sus miradas ruborizadas, al escuchar sus últimas palabras, envueltas en sus hiyabs.

– El reino granadino -terminó diciendo Al-Chaís- surgió como el último reflejo del espíritu del caído Califato de Córdoba. Aunque tardío y menguado, nació con la vocación de mantener y progresar en la tolerancia califal. Pero la reclusión que impone el constante estado de asedio cristiano, ha hecho instalarse paulatinamente en su administración un sistema religioso-jurídico intransigente, propio de los últimos almohades.

Para todos los presentes Al Ándalus…, Granada, eran una hermosa leyenda. Se les antojaba la nueva Damasco occidental, donde la sensibilidad y el conocimiento árabe se recreaban en una tierra de indescriptible belleza y singularidad.

– La joya del Islam…-terminó Ben Al-Chaís, entregado a sus recuerdos.

– La joya del Islam…-murmuraron apagadamente, con tristeza al unísono los hombres, mientras las mujeres, llevando sus manos hasta sus tapadas bocas, desaparecieron apresuradas, tras las cortinas de la puerta donde asomaban hasta ese instante su curiosidad.

El bullicio de la calle despertó la mirada dormida de Abu Yasír en los recuerdos de aquellos días en el bazar, en los que conoció al amigo y señor. La voz de éste, requiriéndole, le devolvió a la estancia donde se encontraban.

– Yasír…

– Si, mi Señor…

– Acércate…, abre un poco mas la ventana…deja que me llegue esta brisa ¿el sur, verdad…? Si, si…, cuanto tiempo…, la reconocería entre vendavales…, de entre mil desiertos…¡Oh Al Fée…! ¿Recuerdas…? Casi morimos cruzándolo; ¡no podré pagártelo…!, me seguiste sin preguntar, ¡me salvaste sin alzar la voz…, como si nada…!, incluso tu miedo, superior al mió al cruzar el erg, hazaña casi imposible para dos neófitos como nosotros, no te impidió animarme en busca de mi imposible.

– Tú, tenias la fuerza Chaís y yo fui tu tercer brazo, solo eso. Sin ti no hubiera aprendido a soñar. Contigo, en Al Fée, supe que podía morir en el camino, pero que nada eres, si no persigues tus sueños. La verdad, tengo que reconocer que esos sueños y desventuras tuyos, los hice míos.

Chaís, con los ojos humedecidos al escuchar a su amigo, ocultó su mirada dirigiéndola hacia la ventana por donde se colaba la brisa de sus recuerdos. El murmullo de unos niños jugando a la sombra de un próximo jardín de datileras y el abaniqueo de sus palmas junto al fresco entrante, le trasladó a un tiempo que no se resignaba a ser pasado.

– Sabes Yasír…

– ¿Si…?

– Lo he tenido todo…

– ¡Menos dinero…! –bromeó, casi sin poder, el amigo.

– ¡Hubiera sido inútil el oro de todo el mundo…! Tú y mis sueños vividos… ¿Quién puede atesorar tanto gozo sin precio, si no te es generosamente dado…?.

Alá es bueno, pues aun en mis adversidades, me señaló con tu amistad…, y aquellos ojos… ¿quién puede morir cada día… de amor…?

Yasír, observando al viejo Ben Al-Chaís, murmuró para sí: “Que haré yo ahora, sin meta propia”.

Palmeras anochecer-1-Recortado

Continuará…

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