EL SOL MELOSO

«…sintió un conocido «aliento» en su nuca, animándolo a entregarse a la luz más bella que pudo conocer…»

Sentado a la puerta de su casa, comenzada la tarde, la poca brisa del temprano levante terminaba agonizando. La calma ganaba su sitio sin interrumpir la belleza del templado día, provocando en el excitado anciano, sin saber porqué, deseo de eternizar el momento tan especial.

Aún valiéndose con cierta dificultad, conducía de vez en cuando el viejo automóvil escapando al mínimo descuido cuando la pasión de cualquier instante alborotaba su gozo. Aquel día, como nunca, sintió la necesidad de dirigirse en busca de sus emociones donde, en soledad, fluía su vida pasada, no menos hermosa, por irrecuperable.

Raudo, inmerso en la belleza del momento, escapó en su vehículo a través de un angosto camino, que subiendo por la cara norte de una escarpada sierra, le llevaría hasta el collado donde esta vertía hacia el mar, llegando a unas viejas ruinas en la cumbre de las vertientes.

Allí, prudentemente y ayudándose en su cayado, anduvo hasta sentarse sobre el resto de un viejo muro, de forma que, girando su cabeza a levante encontraría una sorpresiva creciente luna pálida bajo el todavía luminoso cielo y, haciéndolo hasta poniente, observaría al astro rey, fuera ya de su cenit, camino de su ocaso.

Entre ambas visiones, un mar sereno, aterciopelado, le hacía llegar efluvios de orfandad al paso de un velero que, aunque con escaso viento, henchía sus velas que se le antojaron, ese día, blancas como sudarios.

En esa tarde inesperada, tan especial como apacible, recibía agradecido los últimos rayos del último sol que incidían acariciantes en su cara, con su media sonrisa de siempre.

La posición de aquella luna en el horizonte y el vector de la luz poniente, conformaban un sector lleno de mar calma y, en cuyo vértice, el rostro de aquel anciano iluminado por la última luz de miel de la tarde, por momentos, veía renacer su esplendor pasado, experimentando un sentimiento agradecido.

Bajando su mirada hacia sus manos, no pudo evitar imaginar en cada huella o líneas de su piel, indicios de su vida, sus entregas, aciertos, errores o decepciones, concluyendo que todo ello no hizo otra cosa que conformar una vida plena y apasionada, tanto como agradecida.

En instantes, llegaron los primeros recuerdos de, cuando poco más que adolescente, despertaría a los sentidos entre trenzas de espigas doradas en un lecho de abanicos azules, donde hilaría una singladura que quiso ser imposible.

Con tristeza recordó como la estela de las hélices de un barco, no siempre dibujan destinos, sino separaciones insalvables por mucho que el agitar de unas manos, ensayen futuros inexistentes.

Pensó como llegó a entender la perfección a la sombra de una luna esquiva, donde los sentidos reinaban en cada momento. Pero la falta de fe en cuanto sucedía y el puro placer, pareció no dejar hueco a lo profundo de instantes que, no eran solo eso, sino que pudieran haber sido eternos.

Ahora sabía no haber reconocido el miedo a lo que acontece, tan maravilloso como increíble, y lo que nos invalida para tomar decisiones en una sociedad de prejuicios.

Recordó como conjugó un imposible “je t´aime” en un marco de exótico azabache, mientras dibujaba el adiós más triste, paseando por la “Ciudad Rosa”.

Como lograría, con “piel de nieve”, compartir futuros, llegando tan lejos y alto, que la fría campiña de un lejano sur, se hizo monte y luego volcán que, inmisericorde, apagaría el destino.

Evocó sobrevolando en su “alfombra mágica” la palatina montaña roja acompañado de unos ojos de oscuro ámbar, adivinando que era el último cielo y, no otra cosa, lo que tocaban.

Y siempre decidido, como los antiguos romanos celosos del oriente sensual, construiría su existencia sobre su particular Babilonia de los sentidos, amando en cada momento hasta la saciedad, tal como el macedonio a la princesa de Bactria.

Nunca antes, como si una fuerza le obligara a hacerlo, había llegado a revivir tan nítido su pasado, pensaría impresionado.

Mientras, su corazón latía más acelerado por momentos, cuando la tarde se cerraba poco a poco sobre el anciano. A la vez, la última claridad, entregándose a su ocaso, iba dejando espacio para un nuevo amanecer que ya sería ajeno.

Totalmente desbocado de excitación, notó como si alguien golpeara suavemente en su hombro y volviéndose, el último rayo de luz vespertino lo cegó.

Sin saber cómo, tranquilo, sintió un conocido «aliento» en su nuca animándolo a entregarse a la luz más bella que pudo conocer, la de aquel cálido sol meloso en su ocaso, que lo abrigaría para siempre.

*Musica: «Vesti la giubba»-Pagliacci ( Ruggero Leoncavallo)

13 comentarios en “EL SOL MELOSO

  1. Qué enorme sorpresa encontrarte de nuevo aquí … y qué hermoso relato el de este narrador de piel de nieve que comparte futuros y sobrevuela el mundo en su alfombra mágica 🙂
    Un placer leerte, ¿quizás significa que vuelves? … ¡Ojalá!
    Un afectuoso saludo 🍃🍀

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  2. Me alegra verte de nuevo, te echaba de menos. Bueno no es que yo me prodigue más que tú, pero tus escritos no tienen ni punto de comparación. Ese atardecer que lo único que necesita es que por alguna rendija de la pantalla se cuele el sol en su huida junto con ese «aliento» que me puede recordar prólogos de noches sin sueño, pero con sueños. Un enorme placer en leerte. Un abrazo.

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    • Que gusto saludarte y agradecerte como siempre la atención de leerme. Yo también te debo muchas lecturas de tus dulces relatos, que no olvido. Pues si, aquí otra vez, sin saber hasta cuando, como y donde, pero seguro que nos reencontraremos siempre entre nuestras «letras».

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  3. Tal como prometí, he intentado ser lo más diligente que he podido para leer y disfrutar de un nuevo y ansiado relato tuyo, amigo PEPE.
    Como siempre y siendo fiel a tus principios, quizás entroncados en lo más íntimo de tu ser, la poesía y delicadeza vuelven a impregnar cada renglón y casi cada palabra de esta nostálgica y suave historia, y digo nostálgica en su doble vertiente de lector y actor que en un instante de su atardecer «otoñal» recuerda COMO LA ESTELA DE LAS HÉLICES DE UN BARCO, NO SIEMPRE DIBUJAN DESTINOS, SINO SEPARACIONES INSALVABLES POR MUCHO QUE EL AGITAR DE UNAS MANOS ENSAYEN FUTUROS INEXISTENTES.
    Relatos así nos hacen falta, cada vez más, a los que amamos y sentimos EL AMOR y LOS SENTIMIENTOS para intentar paliar y suavizar tanto vacío y enanez que invaden hoy por hoy cada mente INDIVIDUAL.
    Gracias PEPE, que cómo podrás observar no he podido ser tan duro y exigente como te dije esta mañana, ME HA SIDO IMPOSIBLE DESPUES DE LEERTE.
    Un abrazo fuerte.

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    • Hola,, tiene razón el Sr. Pepe, de que la hélices de un barco, no siempre dibujan destinos,,,, y tienes toda la razón Emilio al decir que » la mente INDIVIDUAL, intenta paliar tanto vacío y enanez»» pero si ablamos de Sentimientos, AMOR , porque tiene que haber tanto vacío si uno mismo se lo adjudica ?. Cuando has tenido una vida plena y agradecido por ello y tener el amor de Tú Vida , es mejor dar GRACIAS , cada segundo por la gente que te rodea y te AMA.
      El «Pobre Payaso» , si que llora por su perdida, su desesperación de NO SER AMADO.
      Gracias por Tú sabio comentario. Disculpas por intrometerme en el.

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