MAR de otoño

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«Y mientras las miradas permanezcan capaces de llenar silencios, fuera del tiempo, habrá un lugar de encuentro…»

Obligado en su cita anual, desde el principio de los días cuando la tierra se entregó a orbitar, enamorada imposible de una estrella a la que jamás podría acercarse, llegó sin avisar.

Los flujos y reflujos, seguramente fruto de su estado anímico según las elípticas distancias, la acercaban o alejaban periódicamente de su imposible “dorado”, determinando finalmente las estaciones, estadios de diferente carácter que la afectarían, tanto a ella, como a lo más intimo de toda la vida que albergaba, en cada una de sus fases.

Así, como a regañadientes, una vez más su viejo amigo el otoño, la ya inseparable compañía instalada en el resto de la vida de aquel hombre, llegaba más díscolo que nunca y nada dispuesto todavía a rendirse a los restos del último tiempo amable, haciendo suyas las agonizantes tardes todavía soleadas, aunque no le pertenecieran.

La incipiente estación se presentaba aún con la suficiente luz como para señalar irrenunciables caminos y que, aún presagiándose las naturales penumbras por llegar, estas no iban a ser tales, si acaso, el telón de fondo donde habrían de brillar con más fuerza cualquiera de nuestras voluntades o la suma de cuantos momentos vividos o que vivimos, no otra cosa que lo que nos define.

Aquella mañana, tenía la sensación de no haber amanecido a sus deseos, que a través de aquella ventana, no asomó el día a su antojo, enajenándolo de su contemplación más deseada.

Por la tarde decidió escapar, aislarse en alguno de sus lugares favoritos para recomponer sus recuerdos, mientras se rendía la luz de esa hora, apocada por unas nubes que teñían el ambiente de cierta tristeza, como a sabiendas de su melancolía.

Llegado junto al rompeolas de una solitaria playa, el hermoso mar se mecía entre pequeñas y juguetonas olas, que no hacían otra cosa que exacerbar su imaginación, invitándolo al recreo de cada una de sus emociones, de sus ausencias.

Los cantos rodados en la orillada playa, humedecidos, brillaban destilando la última claridad. El mar, eterno dueño de sus “azules” independiente del paso del tiempo, pugnaba con un cielo encapotado empeñado en regalarle tintes grises que, aunque hiriéndolo, lo hermoseaban.

A la postre, mar y cielo con sus reflejos en melodiosa liza, no hicieron otra cosa que regalar a aquel hombre en soledad, el espectáculo más hermoso e inesperado de una belleza tan sorpresiva como inapelable, un “mar de otoño” de sedosos colores en mezcla de imposible determinación, pura evocación de un equilibrio estético inimaginable.

Mar de otoño-2Mirando como las cadentes olas que, conforme llegaban y se rendían a sus pies entre el reflejo del aplomado cielo, dibujaban ondas, imaginarios rostros reconocibles en la lejanía, cada vez más cercanos en su percepción y con los que sentía instalarse en un parlamento sin palabras.

Las pequeñas ondulaciones se abanicaban pestañeando envueltas en formas de mágica mirada que, acercándose hasta poca distancia, desaparecían tras la silente conversación, dejándolo en deseosa espera, hasta llegar la siguiente con su inevitable mensaje.

Era un sentimiento que le resultaba conocido.

¿Cuántas palabras habría intercambiado, sin tan siquiera pronunciarlas?

¿Cuántos deseos ardieron escondidos, en esa invulnerable corta distancia de una mirada?

Y dándose al recuerdo, llegaron hasta él aquellos ojos de “mar de otoño”, de azulados grises como los amaneceres de vidrio luminoso, que le deslumbraran la mañana de un  frío mes, sorprendiéndolo y tatuando en su piel a fuego el momento.

Aquella mirada siempre recogida, melancólica a veces, resignada otras y curiosa siempre, que le llegara de forma extemporánea con el brillo de las pequeñas piedras lavadas en las riberas transparentes, limpia, clara, inconformista, soñadora indisimulada y apasionada inspiradora.

Aquel escalofrío recién llegado, regalo de un mar imposible, no hizo sino reafirmarlo en la idea de que en mitad de la oscuridad, recóndita, siempre hay luz. Que lo imposible, será lo que merezca la pena. Que solo en su contemplación, se erige la belleza. Que insistiría siempre en su encuentro.

Que somos lo que hacemos, la suma de lo andado, de nuestro anhelo presente y por cuanto merece la pena morir viviendo, sin renuncias, por inútil o agotador que parezca el esfuerzo.

Y mientras las miradas permanezcan capaces de llenar silencios, fuera del tiempo, habrá un lugar de encuentro donde, aunque las estrellas sean otras, amarse de una vez fuera del miedo.

Entonces, se acercaría a ella y, como el viejo Cohen,  le pediría…

“Oh, déjame ver tu belleza cuando los testigos se hayan ido,
déjame sentir moverte como lo hacen en Babilonia.
Muéstrame despacio aquello de lo que solo conozco los límites.
Llévame bailando hasta el fin del amor…”

Cuando, como en aquella tarde, un desatado “mar de otoño”, lo inunde todo.

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* Música: Nocturno, Opus 9, nº 2– Frédéric Chopin – (Vadim Chimovich)
** Versos de Leonard Cohen (Dance to me, to the end of love)

19 comentarios en “MAR de otoño

  1. El mar en otoño está de todas las maneras y de ninguna a la vez, todo depende de cómo lo mires y lo sientas. Imagino a ese hombre solitario dejándose abrazar por los suspiros de las olas, en ese vaivén de lo que viene y va sin detenerse. Dices bien, no hay mares imposibles y siendo lo posible lo que pasa a veces, muchas, hay luz en medio de la penumbra para sorprenderte, deslumbrarte y llevarte allá donde el horizonte, siempre ávido de amor y esperanza, está majestuoso esperándote. Síguelo mirando con amor en cualquier estación, seguirá estando ahí. Como siempre tus maravillosas palabras me han llevado lejos con el regalo de una música fantástica. Un abrazo y feliz semana.

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    • La mejor BELLEZA ,,
      Es poder tener un gran relato, sentir un atardecer en Valldemosa en los jardines de Chopin y su musica..
      Y la voz de Leonard .
      Cómo has podido Pepe juntar tanta BELLEZA .
      Gracias por estos momentos, donde te puedes evadir y estar flotando en un mar de nubes.

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  2. El otoño con sus días grises, los árboles desnudándose ante el invierno, las tardes más cortas… es la estación de la melancolía, de la nostalgia, para mí también es, a pesar de su belleza, la estación que más tristeza me da. Es por la luz, la falta de luz quiero decir…
    Las miradas son auténticas conversaciones en las que no es posible fingir.
    Un escrito lleno de poesía, gracias.
    Un abrazo.

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  3. Como siempre leer este relato es desinhibirse y aliarse con la poesía y el sentimiento.
    A mí personalmente me relaja leerte y siempre, siempre, siempre me hace más humano y sensible, son renglones de vida y sentimiento. Yo comparo la mayoría de tus relatos con un VALIUM, la hermosa diferencia es que el valium relaja el cuerpo y tus relatos logran hacerlo con el ALMA. Como siempre te digo SEGUIMOS…!!!!!!
    Un abrazo.

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  4. ¡Je, je, je…! Mi querido amigo acabas de inventar de forma amable y generosa el «fármaco-escritor», capaz de templar las almas con alguno de sus modestos relatos y, si es así, lo celebro, aunque he de confesarte que mi propósito podría ser este, y además el contrario: sosegada, pero conscientemente, excitar los sentimientos, invitar a soñar, ahuyentar el espíritu de la renuncia y «tomar» la belleza de allí de donde venga, por extemporánea o imposible que parezca, porque siempre, todo…, está en nuestras manos. Muchas gracias.

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