EL DRAGÓN volador

Rio Amarillo-1-Recortada


“El hierro bueno no se utiliza para clavos, y los hombres buenos no se hacen soldados…”

En las montañas de Bayan Har, nace el río Amarillo o Huáng Hé, madre de la civilización China, que serpenteando de oeste a este y de sur a norte, atraviesa una vasta meseta arrastrando sus turbulentas aguas, lodos, arena muy fina e incluso partículas de los maizales entre los que discurre, otorgándole el característico color por el que se le conoce, hasta desembocar al este, en el mar de Bohai.

Cercana y, a la mitad de su curso, Yinyué había nacido en la aldea de Shiké, donde vivía con su padre Kuaisú y una hermana de este, Diyá, que lo había criado tras morir su madre en el parto.

Aún con catorce años, era un joven fuerte y ciertamente corpulento, pareciendo mayor para su edad. A la vez, era un muchacho sensible y trabajador que admiraba a su padre sobre todas las cosas, resultándole doloroso el contemplarlo realizar extenuado su arduo trabajo en la cosecha del arroz, que aún siendo buena, tras pagar los impuestos al emperador, apenas podrían vivir con el resto.

Padre con erhu-1Yinyué destacaba entre todos los adolescentes de su edad especialmente por su sensibilidad artística, hecho que aprovechó su padre, gran intérprete del “erhu”, para transmitirle, entre otros, los conocimientos de este instrumento de cuerda y arco, convirtiéndolo en un virtuoso del mismo, hasta tal punto de superarlo en técnica y ejecución.

Un día de entonces, se interrumpió la tranquilidad de la aldea. Unos soldados del emperador Yang Kuang, el más autoritario de su dinastía, se presentaron reclamando a todos los jóvenes mayores de dieciséis años, para un servicio obligatorio de más de veinte meses meses de trabajos en la reconstrucción del Gran Canal, obra de gran porte que pretendía la regularización de avenidas y regadíos, así como tramos fluviales navegables para el comercio y con la única remuneración que su deficiente manutención.

Cuando padre e hijo se dirigían a su trabajo, un soldado a caballo y con tono despótico, se dirigió a ellos:

– ¡Eh tu, hombre…! ¿Dónde vas con ese muchacho? ¿No sabes que ha de dirigirse al punto de encuentro, para marchar con los demás al servicio del emperador?

– Disculpe soldado… – contestó Kuaisú – es mi hijo y solo tiene catorce años, por lo que no está obligado…

– No trates de engañarme buen hombre, no te creo respecto a su edad y de cualquier modo, es lo suficiente fuerte y corpulento para trabajar, así que alístate muchacho y disponte a partir, si no temes las consecuencias.

En su casa, y mientras le preparaban el pequeño hatillo para el viaje, su padre, sin poder evitar una mirada de tristeza, le dijo:

– No temas Yinyué, todo irá bien y volveremos a vernos pronto. Yo guardaré tu “erhu”, hasta tu vuelta y volveremos a tocar juntos.

Con lagrimas en sus ojos y en lo más recóndito de su alma, sabía que de esos trabajos muchos no volverían y su temor lo angustiaba, desconsolado. Un breve abrazo de despedida, contenía toda la tristeza del universo en aquellos instantes, pues cuanto tenían, era únicamente el uno para el otro.

Trabajndo para el emperador-1Al llegar a la zona del Gran Canal en construcción, donde estaría unos dos años entre piedras y barrizales, tenía la esperanza de encontrar a Haoyú, un amigo de su aldea, como así fue, haciéndole su compañía más llevadera la dura tarea, aunque al poco tiempo, serían separados en diferentes cuadrillas, para su desasosiego.

No mucho tiempo después y, antes de llegar al final de su trabajo, reagrupados los obreros, preguntaría de nuevo por su amigo, con la mala noticia de su muerte. Fueron estos días los más tristes de ese tiempo mientras, a punto de volver a sus casas, meditaba junto al resto de supervivientes, como habían entregado dos años de su juventud, famélicos, enfermos, cubiertos de barro y lodo, bajo la tiranía del emperador.

Cuando regresó a su pueblo, en realidad no lo encontró muy cambiado, aunque durante el regreso, no cejaba en preguntarse como estarían los suyos y especialmente su padre, que deseando verlo, soñaba con volver a tocar el “urhu” junto a él, como en toda su niñez.

Caída la tarde llegó a su casa, donde Diyá, su tía, lo saludó y tras corresponderle el joven, raudo preguntó por su padre. Su tía, mirándolo con tristeza y preocupación, le dijo:

– No busques a tu padre, no lo encontraras.

– ¿Acaso está todavía en el campo trabajando? – preguntó preocupado.

– No Yinyué, no hijo mío – le contestó su tía, envuelta en sollozos – tu padre murió hace un año, agotado por el trabajo, la miseria y la tristeza de no saber de ti.

Aunque endurecida su alma por estos años de inhumanos trabajos forzados y todo cuanto había visto a su alrededor, sin perder compostura, el joven lloró contenidamente y, cuando pudo articular palabra, preguntó:

Erhu-1– ¿Dónde está mi “erhu”? – a lo que su tía respondió:

– Aquí, tu padre me encargó insistentemente que lo cuidara para entregártelo a tu regreso.

Le costó mucho aceptar la nueva situación y mientras trabajaba para recuperar algo de lo perdido en este tiempo, recordaría sus enseñanzas:

“Si eres paciente en un momento de ira, escaparás a cien días de tristeza”

Pero odio y rencor, comenzaron a crecer en su alma contra los ricos y el propio emperador, al observar la explotación a la que sus gentes eran sometidas, no muy diferente en el fondo a lo sufrido en el Gran Canal, durante sus dos años de casi esclavitud.

Solo un consuelo le quedaba, tomando el viejo “erhu” y tocándolo los atardeceres que podía, como si fuera su sonido lo único tranquilizante en su vida y, que sin saberlo, la cambiaría.

Por aquel tiempo, la contestación a los abusos de la dinastía Sui, fue creciendo y los círculos de jóvenes artesanos de pensamiento más contestatario, fueron organizándose con la esperanza de acabar con la tiranía de ricos y nobles que sometían a su pueblo.

– No puedes volver la espalda a tu pueblo ¿Vas a seguir entregando tu esfuerzo a estos explotadores? – le dirían tratando sumarlo a su movimiento e invitándolo a asistir a sus clandestinas reuniones.

– ¡Si, ya está bien! – le decía otro – ¡Cambiemos el lodo y barro de nuestro yugo por fuego, y nuestras herramientas por armas!

Durante unos años, Yinyué y sus compañeros provocaron toda clase de revueltas y cuando presentían que serian derrotados, inusitadamente, contaron con ayuda de parte de la nobleza interesada en derrocar al emperador, hasta conseguirlo.

Casi una década, desde que los soldados lo llevaron obligado a los trabajos del Gran Canal, la dinastía Sui, fue derrotada por el rencor y el odio de las sometidas gentes, dando paso a un periodo de esperanzas.

Abandonadas las armas, Yinyué volvió a su aldea donde trabajando un tiempo, pudo recobrar parte de las tierras de las que el emperador despojaría a su padre y, si bien la paz había vuelto, su alma seguía herida. En su mente no se borraban los tiempos de sus trabajos forzados, la muerte de su amigo, de su padre y la confiscación de sus pocos bienes.

Entonces, entendiendo que aquel ya no era su lugar y vendiendo cuanto tenía, marchó a la gran ciudad de Changan, donde se dedicaría únicamente a interpretar y tratar de vivir de la música, con su inseparable “erhu”. 

El joven trató de acercarse a las inmediaciones del palacio, donde los artistas podían ser escuchados y, con suerte, recibir alguna moneda con la que sobrevivir.

Un día mientras tocaba su instrumento ensimismado, al acabar la canción, descubrió la sombra de alguien que lo observaba con gran atención.

Un hombre mayor de buen porte, se dirigió a él:

– Para ser un hombre de pueblo, tocas muy bien el “erhu” – le dijo, delatado por su humilde vestimenta.

Entre ellos surgió una agradable conversación sobre arte en general, terminando invitándolo a acompañarlo a un lugar donde se reunían todo tipo de artistas y músicos, que si bien de familias acomodadas o ricas, lo aceptarían por su gran calidad instrumental.

Por primera vez en mucho tiempo, se sintió orgulloso recordando las enseñanzas de su padre, prometiéndole en su memoria, no cambiar nunca más su instrumento por trabajo alguno y menos, un arma.

Libelula-3-Recortada

Paseando por los jardines donde solía tocar, un “dragón volador”, una libélula, se posó frente a él sobre el tallo de una planta,  quieto y en inestable equilibrio o suspensión, volando luego veloz con torpeza, como si no fuera su voluntad quien lo dirigiera, sino el viento a su capricho.

Tras observarlo, se diría a sí mismo haber sido como el “dragón volador” que su destino desconoce sin importarle, pero desde ese día se prometería no ser viento alguno, sino,  la música del “erhu”, quién dictara su camino.

Pasado un tiempo Yinyué tenía ya poco más de treinta años, cuando reinaba la nueva dinastía Tang y seguía frecuentando los jardines de palacio donde interpretaba placentero sus canciones, recibiendo pequeñas obsequios o dádivas de su amigos ricos que, aunque escasas, le permitían mal vivir.

A veces por su precaria situación, volvía a su cabeza el eterno temor de tener que volver a su aldea, a los campos de arroz, a la explotación milenaria, que el nuevo poder tampoco atajaba, faltando al deseo de su padre que le pidió no dejar nunca su instrumento y su música, como medio de vida.

Pero su suerte cambiaría. Aquel hombre que lo descubriera como buen interprete deambulando por los parques públicos, acompañado de un anciano, llegó una tarde hasta donde se encontraba, mientras lo señalaba, diciéndole:

– Este es el joven intérprete del “erhu” del que te hablé…

Así fue como Yinyué, logró entrar a palacio, llegando a estar regularmente remunerado y pudiendo hasta vestir decorosamente, como músico en la corte.

Un día interpretando para el emperador, rodeado este de más de treinta jóvenes concubinas de gran belleza, observó como una de ellas, la más singular, prestaba su atención en él, sin disimulo alguno.

Era una mujer de gran belleza, pequeña y proporcionada de pelo oscuro largo recogido. Su cara de tez blanca sedosa, enmarcaba unos ojos negros y su boca, jardín de una sola amapola. Le resultó difícil dejar de observarla, cruzando miradas con ella de forma indisimulada, hasta que se dio por acabada la reunión.

– ¿Quién es esa mujer tan atractiva, la más cercana al emperador? – preguntó a quién pudo.

– Es Chenféng…

Chénféng-3-Recortada

– ¿Chenféng…? – preguntó el joven interesado por su nombre.

– Si, Chenféng o “Brisa de la mañana”, la concubina favorita del emperador, la más hermosa de todas.

– ¿Te gusta, no…? – le preguntaría otro de los músicos sonriendo – Es algo solo para fantasear, dedícate a tu música sin más ilusiones, ja, ja, ja… – terminaron riendo todos.

Pero más tarde en la soledad de su lecho, Yinyué no dejaba de pensar en la inasequible mujer, extrañado de que nunca alguna otra,  había subyugado su atención de esta manera, concluyendo que había venido a interesarse por alguien de “otro” mundo, para él, tan irreal como imposible.

Un día como otro cualquiera, cuando tocaba el “erhu” en un lugar escondido entre bambúes en los jardines de palacio, le sorprendió una voz que, tan amable como dulce, llamó su atención:

– Que hermosas canciones ejecutas y que bien interpretadas, debes proceder de una familia noble, por tus grandes conocimientos musicales.

Al levantar su mirada Yinyué se encontró con la hermosa joven, a la que con cierta vergüenza, le respondió:

– No, señora mi procedencia es humilde, vengo de los campos de arroz entre el lodo y el barro, solo soy un campesino.

– No debes avergonzarte de tus orígenes sencillos, yo también vengo de una familia humilde que, en pago de impuestos, fui entregada al emperador – le respondió la hermosa Chenféng, sin apartar la mirada de la del joven – pero tu música me apasiona.

– ¿Tocas algún instrumento? – preguntó Yinyué a la joven, de forma espontanea.

– No. Fui enseñada para otros menesteres cortesanos y nada en cuanto a disciplina alguna artística. Pero ¿tú podrías enseñarme, verdad? – lo sorprendería con su pregunta.

Aún a sabiendas del peligro que podía correr, el joven no pudo ni quiso negarse, aceptando encantado la proposición de la hermosa Chenféng.

Chénféng y erhu-1A partir de entonces, ambos, de forma clandestina cuando caía la tarde y hasta el anochecer, se encontraban con frecuencia en los rincones más escondidos de los jardines de palacio y, fascinada por su enseñanza, al no mucho tiempo la joven llegaría a ser una buena intérprete del “erhu”.

Cada día, su «cercanía», se hacía más intensa y sus encuentros deseados sin disimulo alguno, más allá de la simple música.

Una de esas tardes, Chenféng llegaría desbordante y más hermosa que nunca. Vestía un “hanfu” de seda con falda estrecha e intenso azul oscuro y, sobre ella, una túnica ancha de largas mangas con dibujos orientales, perfilada con anchos ribetes de tonos azulados celestes , todo ello anudado con una ancha faja del mismo azul que la falda, que a su espalda, concluía en un gran y vistoso lazo.

Perplejo y excitado por la «aparición», Yinyué, sin pensarlo se levantó y, acercándose  hacia ella, como si hubieran tenido el mismo pensamiento, ambos se fundieron en un definitivo abrazo cuajado de todas las caricias imaginables mientras, en pleno éxtasis, caían fundidos sobre la cuidada hierba del ajardinado suelo.

Chenféng, liberándose de la faja que sujetaba su túnica, ofreció toda la desnudez de su torso al joven, mientras le decía:

– Tómame como y cuanto quieras, pues nunca quise más placer de nadie, que el deseo que tú me despiertas.

Semidesnudos, sus manos, más que acariciarse mutuamente, parecían tañer sus cuerpos tal instrumentos en perfecta y armónica ejecución, llegando repetitivos, sin fin, hasta cada rincón de sus sentidos. Ternura y locura, se alternaban, pareciendo no haber amado nunca antes o, hacerlo por última vez, hasta la extenuación.

Los encuentros se repetirían cada vez con más intensidad y gozo, hasta que un día un eunuco de la corte al cuidado de las concubinas reales, habiendo observado las continuas salidas de palacio de Chenféng, se dispuso a seguirla y observar la razón de sus ausencias, descubriendo sus ardientes entregas con el músico cortesano del “erhu”.

Ante la gravedad de los hechos denunciados y por orden imperial, el eunuco, acompañado por guardias del emperador, detuvieron a Yinyué, quien entendió al ser descubierto que probablemente este, sería el último día de su vida.

El emperador, perdonó la vida a Chenféng, la más preciada de sus concubinas, pero no tuvo piedad para Yinyué, aunque por su gran habilidad musical, le ofreció escoger entre su ejecución inmediata o la oportunidad de ser enviado como milicia a la Gran Muralla, en defensa de los bárbaros fronterizos.

Por un instante, mientras recordaba la imagen de su pobre padre como un esclavo derrotado entre el barro de los campos de arroz, observó a un “dragón volador” que, como en otras ocasiones, se detuvo sobre un brote de bambú, concluyendo que quizás su vida hubiera sido irremediablemente hasta entonces, como la de la libélula, presa del viento y de impreciso rumbo.

LIBELULA-6-Recortada

Pero, por esta vez, su destino estaba en sus manos.

Yinyué miró provocativo al emperador, respondiendo a su ofrecimiento con un proverbio que su padre le enseñaría de niño:

“El hierro bueno no se utiliza para clavos, y los hombres buenos no se hacen soldados”.

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*Música: «Lovers» – (Shigeru Umebayashi).
**Inspirado en viejos proverbios y cuentos medievales chinos.

10 comentarios en “EL DRAGÓN volador

  1. Una bella historia en donde se funde la música y los sentidos. Y siempre el amor, ese que dicen que lo cura todo, pero que es el origen de muchos desasosiegos. Da igual que sea en la China de la Gran Muralla o en el s. XXI con toda la tecnología a nuestro alcance. El corazón solo siente, no sabe de épocas. Un abrazo querido amigo con estas historias que siempre nos dejas.

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  2. Aunque un poco tarde, termino de leer esta bella historia y la verdad ME HA GUSTADO, así de simple y claro.
    Es una narración que una vez comenzada se lee al tirón, no puedes, ni quieres dejar de hacerlo, ya que a un continente bien orquestado y dinámico, se alía a un contenido universal y atemporáneo como es el AMOR a la familia y el ENAMORAMIENTO PROHIBIDO, como vive y siente nuestro personaje.
    En definitiva TODOS nos sentimos parte y arte de este delicioso relato, porque además acaba siendo moralizante, enseñándonos una grandilocuente reflexión como es la que nos ofrece al final esta sinfonía escrita.
    Como siempre digo: SEGUIMOS!!!!!!

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