LLÉVAME a Granada

Granada-3

“Tómame a tu antojo, llévame en tu alfombra mágica…”

Al primer destino de sus fantasías, recordaba antaño llegar por una sinuosa carretera que, tras cruzar un angosto y emboscado puerto de montaña, se erigía en antesala del gran valle donde, varada la vieja ciudad, despertaban los sentidos con la sola contemplación.

Derramándose desde las estribaciones de la gran sierra y abrazada por dos ríos, se descuelga perezosa a los pies de un hermoso y alto barrio cuajado de erguidos cipreses, a modo de ejército custodio de tanta belleza.

Mientras, al no mucho, en universos paralelos sin sospecharse y alejados el uno del otro, tanto ella como él, bregaban tratando de encontrar salida a sus vidas atrapadas en diferentes desencantados laberintos y frustraciones.

Cada uno, en su huida sin intuirlo, se aproximaba al otro en la suya, hasta tropezarse en un encuentro accidental donde sus soledades descubrirían, entre todo tipo de miedos, un remanso en la corriente acelerada de sus existencias.

Fuente-de-las-Granadas-1– ¿Conoces Granada? – interpeló a su joven y reciente amiga.

– ¡Oh sí, claro, he ido en alguna ocasión a esquiar a Sierra Nevada!

– ¿Pero Granada…?

– Bueno, la verdad, es que…, apenas en profundidad, pero creo que es muy bonita ¿y a ti, te gusta esquiar?

– En alguna breve ocasión lo hice, pero cuando voy…, en fin, no sé si lo entiendes, voy a Granada, es otra cosa. Igual te gustaría conocerla realmente alguna vez.

– Hablas como si te embrujara…

– ¿Sabes? He de ir por cuestión de trabajo, que si bien no me llevará mucho tiempo, podríamos aprovechar para que la conocieras mejor. Podría mostrarte, lo que es y significa para mí.

Ella sonrió ante la proposición, contestándole:

– Podría ser una buena o mala idea ¿no crees? ¿Por qué no lo hablamos en estos días?

– Me parece bien – asintió él, esperanzado en la posibilidad.

Ese fin de semana, sentidos y emociones que despertaban, incitaban a plegarse al momento. Sin reconocer el miedo a lo que acontecía, todo tan novedoso como increíble, invitaba a dejarse llevar.

Sierra Nevada-2Decidido el viaje y llegando por la nueva autovía, la abandonaron intencionadamente tomando la vieja carretera hasta un mirador ante una acuarela de viviendas encaramadas sobre el margen de un pequeño río de angosto discurrir y que, en su otra ribera, se coronaba  por un imponente recinto palaciego amurallado que, perfilado en un macizo montañoso todavía con nieves primaverales, se resistía a dejar de ser para sus ojos, Sierra Nevada.

Aparcados y deseoso de mostrar su “pasión”, él hombre, instintivamente la tomó de la mano, invitándola a la contemplación del magnífico espectáculo.

– ¡Mira, Granada…! Todo cuanto ves, la vega, es el manto donde se exalta esta ciudad entre las corrientes del Darro y el Genil, que se entroniza en la roja montaña y termina coronándose con el amurallado entorno de un palacio de «palacios».

– Es impensable, como llegando hasta aquí en tantas ocasiones, no me detuve lo suficiente ante todo esto… – murmuraba sin soltar su mano y sorprendida con tantas y nuevas sensaciones.

Le narraba cómo se encontraban sobre un cerro que, frente a la colina de La Sabika, desvestía para sus ojos la voluptuosa fortaleza nazarí. Entre ambas alturas, mágicos barrios moriscos se derramaban, transportándolos en el tiempo.

– Te apasiona esta tierra… ¿Por qué de esta forma? – le preguntó sin aún soltar su mano  – La observas no se con que mirada, como si fuera la primera o última vez que lo hicieras, ¡me sorprendes…!

Calle centro Granada-1Y tenía razón. Su amigo parecía describirle cuanto acontecía en el instante, desde la etérea perspectiva de una ausencia de la que no iba a poder sustraerse en toda su vida.

“Esta es mi ciudad, casi la tuya también. Aquí se acabaron mis sueños”.

Él la miró fijamente por un momento. Sus miradas coincidentes, parecían ganar la batalla de la confianza. Ella, desasiéndose de su mano y acercándose con una leve sonrisa, besó su mejilla mientras le decía rendida:

– Vámonos…, quiero recorrer, descubrir todo, de tu voz.

Hotel Carmen-1Una cómoda habitación en la última planta del viejo y céntrico pero confortable hotel que había sido durante años su parada obligada, permitía la contemplación de la parte alta de la ciudad que, según oscurecería, las luminarias de calles y monumentos no harían otra cosa, colándose por la ventana, que encantar el instante solo para ellos.

La vista de la agradable estancia, con un solo y amplio lecho, debió de producir algún rubor a la joven, que orillando el momento y algo azarosa, sugirió:

– Creo que debemos cambiarnos y salir. Todavía hay luz y ardo en deseos de pasear contigo por tanto lugar que conocerás, sorprendiéndome.

Un vestido “suelto” de seda gris con finos tirantes y generoso escote, denunciaba su hermoso cuerpo, que en total libertad sin ataduras y sincronía, se mecía a cada uno de sus movimientos mientras caminaba. Un amplio pañuelo del mismo tejido en tonos rojos, blanco y azulón, a modo de complemento, incitaba a su contemplación.

Abandonando la vieja avenida donde se encontraba el hotel, en dirección ascendente, ansioso, le advertía:

– ¿Estarás dispuesta a caminar? Es temprano todavía y largo cuanto ver.

Al poco estaban en una estrecha calle, antesala de las callejuelas que conducían al Albaicín, anunciando sin reparos que se adentraban en una vieja medina de las «mil y unas noches», cuando abocaron la calle de los antiguos caldereros y artesanos.

Calle Caldederias-1Engalanada de multicolores lámparas orientales y con un penetrante olor a incienso, cuero y variadas especias, en su ascendente trepar hacia el barrio alto, el sorpresivo y escueto zoco, se desordenaba en sus márgenes con los tenderetes de atractivas tiendas multicolores, con exóticas ofertas.

Algún que otro pequeño particular bar y lujuriosas teterías, conformaban una estética pasmosa, que los transportaba como en un viaje a las «ciudades santas».

Parados en la puerta de una tetería que prometía una escandalosa atmósfera oriental, le dijo:

– No podemos pasar de largo… ¿Entramos?

Teteria As Sirat-Calle la Chrca-32Un ambiente de escasa luz, desde seductoras lámparas colgadas entre ligeras cortinas translucidas multicolores de pálido organdí, dejaban adivinar rincones donde, entre generosos cojines con figuras geométricas, se arrullaban parejas entregadas a su intimidad.

Sentados en un apartado rincón, el destello de una lámpara de aceite sobre una mesita octogonal frente a ellos, iluminaba la cara de la joven denunciando sentirse atrapada por tanta sensualidad.

Un muchacho de apariencia magrebí, colocó sobre la mesa un par de atractivos vasos de cristal y una tetera con té y menta, que junto a los efluvios del incienso quemado en la sala, embriagó a la pareja, hasta tal modo que ella diría:

– Jamás me había sentido así, es como ser…

– ¿Mi rehén, en esta “torre” de la Cautiva? – la interrumpió su amigo, contemplándola.

Sin poder resistirlo, el hombre tomando entre sus manos con delicadeza la cara de la joven, no pudo evitar la tentación de besarla, con tal ternura y pasión a la vez compartida, que no pudieron separar sus labios, verdaderos esclavos del deseo mutuo, mientras les permitió la respiración.

Frente a ellos sobre un velador, un frutero con granadas, alegoría sin duda a la ciudad, sorprendió a la joven relajando el instante.

– ¡Granadas…! – exclamó al descubrirlas.

– Si ¿sabías que de esta fruta mágica toma nombre esta ciudad?

– Si, pero… ¿mágica? – se interesó la joven.

Granadas-1– Mágica y sagrada en ocasiones. La hija de Zeus, Afrodita, la diosa griega del amor, según la leyenda fue quien plantó el primer granado. También Hades, dios de la Oscuridad, sedujo a la hermosa Perséfone, dándole a probar su fruto.

… El templo de Jerusalén – continuó – estuvo decorado en sus capiteles por órdenes de granadas y hasta el mismo Salomón, diseñó su corona inspirado en el cáliz de su flor.

… Cuando arribaron los árabes, en el Albaicín  proliferaban los granados, nombrándolo Hizn Garnata. Más tarde los ziríes de Medina Elvira, trasladaron su capital a la actual ubicación, llamándola definitivamente Medina Garnata. La dinastía nazarí, terminaría de bordar este sueño.

–  ¡Que curioso y hermoso cuanto relatas! ¡que diferente es todo a tu voz…!

Tras abandonar la tetería, no parecían las empinadas calles del barrio alto y el vivaz andar de la pareja, producirles cansancio alguno. Más cómplices y entregados cada instante, parecieran desear, sin fin, la exótica aventura.

Así llegaron hasta el jardín de una mezquita cerca de un conocido mirador, pero suficiente atalaya, donde gentes enmudecidas, rendían justo homenaje a la iluminada Alhambra, de la que poco se podía decir algo más, sino que su callada contemplación.

Plaza Santa AnaAdentrándose en el barrio hasta donde pudieron coger un taxi, se dirigieron a una conocida plaza situada entre el moderno centro y el río Darro, que discurría embovedado bajo ella y hasta el final de la misma, donde emergía su viejo cauce, bordeado de una carrera o pequeña calle serpenteante, inventada para los sentidos.

– En realidad – explicaba a la joven – la histórica y monumental Granada, no sería nada sin el cada día de sus dramas y alegrías, ese aroma a incienso y ciprés, nuestros pasos perdidos en sus calles y el aire que solo en ella se respira.

… Esta ciudad – continuó – si bien insoslayable por si sola, no es sino, el universo conformado con lo cotidiano de sus gentes, esa  esfera de cristal, continente de sueños y esperanzas, capaz de engullirlos, haciéndolos parte de su todo.

Inmersos en esa magia, cada palabra, cada gesto entre ambos, cada paseo por sus angostas callejuelas, conformaban un triangulo amoroso y sensual, con la ciudad como vértice más lujurioso, escribiendo destinos.

Carrera del Darro-2El apretado paseo por la orilla del río, donde plateaban sobre su cantarina corriente la luces de la calle, los llevo exhaustos hasta un pequeño bar haciendo esquina, donde  sentados a su puerta, retomaron fuerzas.

A la vez que prendidos en su conversación, observados por una torre iluminada, la que llaman de la Vela y que sí antaño, su campana  anunciaba el peligro a las gentes, aquella noche parecía lucir solo para su complacencia.

Paseando ya sin prisas en el frescor de la madrugada, tras llegar al hotel, se le ocurrió prender una varita de incienso, recuerdo de la tetería.

El no muy surtido “mini bar”, apenas dio opción a preparar un par de copas y dejando la luz lo más tenue posible, se creó en la habitación una atmósfera de leyenda, mientras ella se cambiaba.

A la salida del baño, su hermoso cuerpo al contraluz de la poca claridad que se colaba por el amplio ventanal desde la calle y el erótico olor a incienso, convirtió el cuarto en una voluptuosa “jaima” anclada en la mitad del desierto de sus almas.

Acercando decidida su total desnudez hasta él, se le ofreció sin dudarlo.

– Tómame a tu antojo, llévame en tu alfombra mágica…

Como dos zarzas, entretejidos sus cuerpos, se entregaron al viaje más lujurioso y desmedido. Fueron, volvieron, llegaron y regresaron en mágicos, repetitivos y cortos trayectos, que quisieron interminables, hasta que rendidos de puro gozo, en un desordenado abrazo, aguardaron dormidos el amanecer.

Con el sol ya casi en lo más alto y dispuestos para el regreso, antes, debía aquel hombre entregar cierta documentación, objeto de su viaje a Granada.

Alcaicería-1Como un paseo más en el soleado y hermoso día, de camino a donde debía ir para ello, pasaron por el antiguo y colorido mercado de la seda, un bazar de entramadas callejas donde se vendía y fabricaba este tejido, además de platerías, cerámicas y taraceados, en plena medina y donde en los múltiples “fonduqs” existentes, se alojarían los mercaderes transeúntes antaño.

Finalmente llegaron a un edificio de traza oficial donde, en segundos, a través de una ventanilla, entregó unos expedientes. Asombrada por la celeridad del trámite, la joven le preguntó:

– ¿Este era el motivo de venir…?

– No. Solo la excusa.

OLYMPUS DIGITAL CAMERAPasó algún tiempo desde aquel viaje, cuando en la costa del levante, un fin de semana de día soleado, con una mar insólita de apacible belleza y la justa brisa para mover el velero, otra vez juntos, navegaban abstraídos en el único sonido del flameo en la vela o la roda del barco quebrando la mar a su paso.

Él, a la rueda, la vio salir de la cabina sin más prenda que una copa en su mano, acercándosele sin parpadear.

Temiendo el temporal que amenazaba, amolló escotas suavizando la ceñida del velero y colocando tan raudo como pudo el piloto automático, rumbo al horizonte.

Ya a su lado, la joven humedeció sus labios en el rojo vino y besándolo con toda la sensualidad imaginable, le susurró:

– Llévame a Granada…

Y la llevó a Granada.

9 comentarios en “LLÉVAME a Granada

  1. No me tienes que llevar porque acabo de llegar. La ciudad mágica, mi ciudad, aunque no viva ahora en ella, pero me vio nacer. Aquella por la que los reyes lloran y los poetas recitan en sus versos. No te cansas nunca de pasear por ella porque una vez allí te fundes con su paisaje y formas parte de él. No podías haber hecho una «fotografía» mejor que esta bellísima descripción de Granada. Un abrazo ya de nuevo año y una muy feliz noche.

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  2. Continente de belleza y melancolía, Granada, la de Aixa, Moraima e Isabél de Solis (la «Soraya esclava y reina»), es la caja mágica taraceada de la sensualidad.
    No sé si has leído mi entrada «El Fantasma de Fez», si lo haces veras otra «señal» de mi dependencia.
    Como siempre, gracias por tu lectura y, como no, feliz año entrado y buenas noches.

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