EL AÑO DE LA LUNA – Cap. X – Retorno a Mahdia

atardecer mahdia-4-Recortada

“Las palmeras que susurran por la tarde, dibujan una sombra de luz de luna…»

No podía ni había razón para prolongar más su estancia en Kariouán. De momento, su trabajo allí había terminado y era inexcusable volver a Mahdia para continuar el desarrollo del mismo y la aplicación en otros lugares de Ifriqiyah.

– He de marchar, pero volveré en cuanto pueda, no deseo otra cosa que estar a tu lado.

– Lo sé, pero tengo miedo, allí te esperan…

Al Chaís la tomo por la cintura y recreándose en sus labios, le confesó:

– Llevo tanto esperándote, no sé qué pasará, pero hoy no entiendo una vida sin ti tras conocerte. No hay nada que nos separe si no es nuestra propia voluntad; el tiempo nos dará el uno con el otro para siempre, no sé cómo ni cuándo, solo sé que quiero tenerte y despertar cada día rendido a tu lado.

Al arrullo de sus palabras, Muún-Anaí como una zarza, serpenteó el cuerpo de aquel hombre que se creía exhausto, haciéndole retomar un imposible impulso que de nuevo los llevó al éxtasis.

Era un encuentro más de los muchos que prodigaron antes de la partida del granadino a Mahdia. Al lugar donde se encontraban, cercano a la abandonada mezquita en ruinas, se llegaba mediante una última senda, que cruzando el salobre barranquízo, subía hasta un altozano, donde concluía.

La vegetación era escasa en cuanto a arbolado, pero de cierta espesura la proliferación de arbustos y herbajas silvestres. De entre todas destacaba con profusión, una pequeña planta de pequeña y carnosa hoja que eclosionaba en altos tallos provistos de delicadas y alargadas florecillas blancas.

Casi al alcance de su mano, Al Chaís levantándose, cortó algunas de estas que llevó sobre el desnudo cuerpo de su amante. Nunca estuvo tan seguro de no haber contemplado, hasta ese momento, tanta hermosura .

La imagen del cuerpo dorado de Muún-Anaí, la belleza de sus ojos de acaramelado y oscuro ámbar, el contraste de las blancas florecillas entre las cúspides de sus pechos, todo ello enmarcado en la mirada irresistible de la joven que lo observaba, no tuvo más solución que la entrega, una vez más, hasta la extenuación.

Meses antes de su llegada a Kairuán, Al Chaís hizo despachar hasta la Ciudad Santa un envío de varias jaulas de palomas. Estaban enmarcadas en un programa de comunicaciones a desarrollar en toda Ifriqiyah, de carácter administrativo y militar, al uso en Al-Ándalus.

paloma mensajera-3Las aves, nacidas en Mahdia, ahora deberían crear nueva prole allí, para más tarde hacer lo mismo en los diversos puestos militares, al sur, Kasserine, Gafsa, Tozeur y más a levante, Gabes y Tatauine. Un encargado de su cuido y marcado, ya operaba en Kairuán, como en todo, a las órdenes de Al Chaís.

Previamente a su regreso a la ciudad costera y ante la imposibilidad de saber con exactitud cuando sería su vuelta, Al Chaís ordenó llevar a Muún-Anaí una jaula con algunas de estas palomas criadas allí, a la vez que otras nacidas en Kairuán irían con él.

Todo ello con la excusa de la experimentación del método y con las que si quería, podían comunicarse en total discreción, pues dio ordenes y estableció un código especial de marcas para algunas de ellas, que en caso de llegar a Kairuán serían entregadas exclusiva y personalmente a Muún-Anaí, de todos sabido, la mano derecha en su trabajo por lo que no levantaría sospecha alguna.

Llegado el día de la partida, esa noche, para evitar las horas más calurosas tras haberse despedido de la joven la tarde anterior, partió la pequeña caravana.

Al Chaís sobre su negro caballo Darro, como  Yasír e Issam en sus respectivas monturas, tomaron camino hacia Mahdia pero con la intención de hacer parada en El Jem  y visitar a su amigo el zalmedina Rahál Al Sharif y su mujer Sarat.

Mientras cabalgaba, en su cabeza no hubo lugar para el descanso. La nueva situación llegada con el reencuentro de la niña-mujer, le había envuelto en un halo de felicidad del que no disfrutaba en muchos años.

Y a la vez, quizá el eterno sentimiento de provisionalidad en su vida o a través de su gran intuición, algo le llenaba de temor, posiblemente injustificado, pero que latía en su mente llenándolo de cierta ansiedad.

No había tenido tiempo de digerir cuanto había sucedido y todavía menos atinar a entender como había llegado hasta aquella situación.

Entre tantas vicisitudes acaecidas en sus periplos ¿Cómo era posible que la visión de una niña unos años atrás, lo marcara sin presentirlo de la forma que lo hizo…? ¿Como fue que la reconociera al tanto tiempo y supiera desde el primer instante que era ella y que ya no habría otro objeto en su vida que poseerla…?

El maduro hombre de Al-Ándalus andaba perdido ante tanto nuevo sentimiento que lo abordaba y sin mas solución, que su entrega total al mismo.

Apenas pudo cambiar palabra con sus criados durante el trayecto que les llevó a El Jem, abstraído en sus pensamientos. Al mediodía, ya se avistaba el perfil de la ciudad.

Sobresaliendo en la planicie casi desértica de sus alrededores y sobre las casas, desde la suave colina donde se encontraban, aparecían desdibujadas pero imponentes, las órdenes de arcadas del colosal anfiteatro romano, dando fe de su proximidad.

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La mañana muy calurosa, había aconsejado un lento trote a los jinetes tratando de no agotar a las caballerías que alguna vece, con gestos nerviosos pero inteligentes, parecían adivinar la meta cercana.

Con objeto de dejar a sus criados en el mismo funduk que en su anterior estancia, bordearon la ciudad por el sur sin entrar en ella, hasta su puerta de acceso desde el camino a Mahdia, donde se encontraba el lugar de descanso.

Una vez allí, el mismo conocido alamín, les recibió cortésmente dando fonda a sus ayudantes hasta la madrugada del día siguiente, que partirían hasta su destino final.

Al Chaís una vez dispuesto el albergue de sus hombres, montó de nuevo su caballo y rehaciendo el corto trayecto de nuevo hacia el norte, se dirigió hacia la casa de su amigo el zalmedina.

Al paso del caballo, cercano ya al muro guarneciendo el jardín o huerto que rodeaba el hogar de sus amigos, una mujer que parecía acopiar agua en el brocal de un aljibe, abandonaba su cántaro.

Cubriendo su rostro sorprendida por la presencia del jinete y dirigiéndose presurosa al interior de la vivienda, daba aviso de quien llegaba, al que al parecer había reconocido.

Saliendo hasta el zaguán de su casa, con exteriorizada alegría, Rahál Al Sharif y su mujer Sarat dieron la bienvenida al visitante, a la vez que disponía que un criado diera agua y cuadra al animal, como a la sirvienta, adecuar el cuarto donde habría de asearse y descansar su amigo recién llegado.

Tras los saludos pertinentes compartieron un ligero almuerzo, tras el cual, Sarat aconsejó al granadino reposar un rato hasta caída la tarde, donde dispondrían de una familiar cena, una vez hubiera departido con los dos jóvenes hijos de la pareja, que no pensaban irse a la cama sin saludar al legendario hombre de Al-Ándalus.

Musico con laud-1Como era de esperar, ya en la noche mientras cenaban, recordarían la recepción ofrecida por Al Chaís en Kairuán, que según la opinión de sus amigos resultó de gran éxito, hecho comentado por todos los invitados tremendamente satisfechos de la velada.

Tampoco se les escapó, especialmente a Sarat, el semblante del andalusí más serio y reservado que de costumbre, lo que dio lugar a conjeturas y comentarios entre la pareja, llevándoles a tratar de conocer el verdadero estado de ánimo del amigo.

¿Como podría, tras su anterior estancia entre ellos, donde confesó prácticamente su especial amistad con Rasha, hablarles de su nueva y secreta relación? ¿Cómo explicaría la manera en que conoció a la joven Muún-Anaí, y como fue su reencuentro…?

¿Cómo revelaría que ésta, también como la primera, eran mujeres comprometidas…? En definitiva, ¿Cómo expresaría la forma de llegar a su vida de ellas, sin buscarlo, ni proponérselo…, y que fuera creíble?

La soledad de este hombre, era su peor angustia. No tenía a nadie con quien compartir sus circunstancias y sintiéndose arropado por la pareja, terminó confesándoles los detalles de su relación con Rasha y Muún-Anaí.

– Estamos seguros de que ha sido así- intervino Rahál Al Sharif, dirigiéndose a su amigo, a la vez que miraba a su mujer Sarat, la que intervino a continuación.

– Te conocemos y si bien te acompaña cierta fama de galán – afirmó la mujer con cierta sorna – también sabemos de tu discreción y de ser hombre que no busca aventuras, pero los lances del alma nos los sirve la vida, el momento. Es una hermosa historia, tu vida en si misma, está llena de acontecimientos de gran riqueza, solo debes de actuar con cautela.

– Si, mi amigo – continuó ahora su marido –  Abd Husayn, el prometido de Muún-Anaí es hijo de un prestigioso y viejo militar destacado en Tunes. Llegó hasta Kairuán con el solo objeto de ganar méritos, hacer carrera. Allí conoció a tu joven amiga, cuya familia encantada, celebró la relación. La influencia de su padre en las altas esferas del gobierno es grande, deberás tener tiento para resolver esta situación.

kairouan-3-Recortada– No tengo miedo a nada, ni a nadie. En estos momentos me preocupa únicamente poner orden en mi mente.

… Tengo la sensación – continuó el andalusí – de haber vivido el mayor tiempo de mi vida en una continua espera, llenándola a veces de sentimientos o, dudas.

… Pero al mismo tiempo –continuó – como otras tantas os he confesado, siempre he intuido que algo tendría que llegar, para bien o para mal, no para mi indiferencia, algo importante, irrenunciable.

– Ojala sea así, y si Alá te depara tu sueño, deberás de cualquier forma resolver

con prudencia esta encrucijada y decidir que te conviene – apuntilló el zalmedina.

– ¿Qué me conviene…? Solo, viejo amigo, me conviene soñar, y si acaso vivir el sueño. Después de tanta vida gris, sin sitio, solo quiero vivirlo y si Dios me lo brinda no renunciaré a nada, aunque todo me es tan novedoso que no he llegado, como os digo, a hacerme a la idea de cuanto se me ofrece.

… Quien me conocéis, sabéis que obraré siempre desde una gran consideración, pero ¿se puede en esta situación respetar el escenario, sin renunciar a tu voluntad? ¿Acaso se pretende ofender a nadie? ¿Y si por ello renuncias, no ofendes a tu propia persona, a tu vida?

– Sea como sea, – intervino Sarat, mirándolo dulcemente – estoy segura que será para tu bien y no debes privarte de tanta dicha, si así lo presientes y Él Todopoderoso lo quiere, mi buen Al-Chaís.

– ¡Bueno…! De cualquier forma, Al-Chaís ¿quién no te reprochará tu fama con las mujeres? Hay algo de cierto en ello, mi buen amigo ¿no? Ja…, ja…, ja…- bromeo Rahál Al Sharif, terminando con la seriedad del momento.

Tras la conversación y tratando de relajar un poco el ánimo del andalusí, los tres siguieron charlando animadamente recordando entre risas las caras de los religiosos, cuando se percataron de la presencia de mujeres en la recepción en Kairuán y aun más, imaginando sus comentarios, cuando al día siguiente conocieran el desarrollo de la recepción, los músicos y el coloquio final.

La velada con la pareja, terminó más pronto de lo habitual ya que en la misma madrugada, habría que retomar el resto del camino hasta Mahdia.

Antes del amanecer, un sirviente ya tenia dispuesto su negro corcel y tras haberse despedido de sus buenos amigos, tomo la dirección del funduk donde debía recoger a sus criados, para seguir su rumbo.

Ensimismado en sus pensamientos, tampoco cambió palabra con sus acompañantes en esta última etapa del trayecto hasta su casa. Ellos, con la discreción que siempre debían a su jefe, se miraban entre si entendiendo su falta de locuacidad, la ausencia de sus interesantes comentarios y explicaciones amenas durante el viaje.

Sus leales colaboradores y cómplices, también se encontraban confundidos de ver al hombre de tanto porte, aturdido como un joven novicio. Al que habitualmente veían, creían y reían sus hazañas de mundano otrora,  ahora éste, se desnudaba frágil y accesible, ante la situación más común entre los mortales.

ãÀMientras seguían hacia su destino, de vez en cuando también el recuerdo de la joven Rasha aumentaba el desconcierto del granadino. No acertaba a saber como sería su reencuentro, como iba a actuar en su presencia.

Toda una vida de búsqueda constante, instalado en la soledad de sus fracasos o desaciertos y de su propia personalidad, el hombre curtido, esta y por primera vez, se sintió herido de tanta confusa pasión.

Madhia se encontraba en total oscuridad a la llegada de la pequeña caravana. Apenas unos candiles a la entrada de la ciudad de algún modesto mercader  acampado, a la espera del amanecer para acceder a la medina.

La comitiva rodearía parte de ella para llegar lo más discretamente posible al promontorio sobre el mar donde se encontraba la casa de Al-Chaís, aún así, algún perro solitario denunciaba miedoso la presencia inusitada a esas horas de la silenciosa madrugada, el paso de las caballerías con el repicar de sus cascos.

Yasír e Issam, antes de partir a sus respectivos hogares, descargaron los pertrechos personales de su jefe y una vez que acomodaron a su caballo “Darro” en el establo, junto al excitado “Genil”, su otro hermoso animal que había quedado en Madhia.

La noche se anunciaba cerrada sin más luz, que el alarde espectacular de un firmamento cuajado de estrellas.

Aunque fatigado por el viaje, no podía irse a la cama sin pensar que la noticia de su llegada a Madhia correría como el viento y que más pronto que tarde habría de encontrase con la otra realidad reciente de su vida, la joven Rasha, sin acertar como sería su reencuentro.

Al-Chaís, pensativo, se dirigió a la puerta de su casa frente a un mar que lamía delicadamente la fina arena de la playa, en un suave susurro de ir y venir pausado.

Atardecer Mahdia-3La vista hacia el sur, invitó al hombre de Granada a contemplar la serena belleza del  paisaje, que a la vez tranquilizador, irremisiblemente lo transportaba al recuerdo de la joven Muún-Anaí.

Ya casi rendido, antes de dejarse caer en su lecho, se arrodilló y mientras unía sus manos abiertas en dirección a la salida del sol, se entregó a su última oración del día:

Señor al que todo le debo, Alabado sea el Único, El que me guía y protege, dispón de mis sentimientos y mi libertad, hazme saber mi rumbo y dame la fuerza que a su destino me lleve ¡Oh Todopoderoso! ¡Solo te tengo a ti!”

A la mañana siguiente, el día se inauguraba como una continuidad de la noche anterior. El sonido del mar, apenas perceptible, se anunciaba como un gran lago en calma y donde solo algunas que otras gaviotas, por su peculiar graznar, podían imaginarse peleando algún resto desechado por algún pescador cercano.

Tras una breve plegaria y tomar un ligero desayuno junto a sus sirvientes, se dispuso llegar a su trabajo llevando consigo cierta carga de legajos y objetos traídos desde Kairuán y otros que llegados desde Tunes y enviados por su padre, habría de estudiar y evaluar sus contenidos.

El viaje a Kairuán, en principio proyectado para dos o tres semanas, se convirtió finalmente en una estancia de dos o tres meses, más debido a las circunstancias personales de Ben Al-Chaís, que a necesidades reales de su trabajo.

No obstante se sentía satisfecho de lo allí conseguido y sobre todo de haber creado una infraestructura administrativa de carácter permanente, donde estaría Muún-Anaí, motivo suficiente para prodigar sus viajes a la Ciudad Santa, con la más mínima excusa.

A su paso por las calles del zoco, camino de su lugar de trabajo, algunas gentes que le conocían y a las que no les pasó por alto su larga ausencia reciente, le saludaban respetuosas y a la vez, como alegres con su nueva presencia en la ciudad.

Al atardecer y tras una jornada sin muchas ganas de trabajar, se dedicó exclusivamente a un relativo ordenar de forma superficial todo lo traído de Kairuán y así como abrir y conocer superficialmente parte de los correos llegados de Tunes.

El hombre de Granada, más tarde, imaginó que en el bazar de Ibn Yahf, todos sus amigos sabrían de su llegada y si bien su mente revuelta le pedía algún día de sosiego donde pudiera poner en orden su interior, a la vez le resultaba atrayente visitar el viejo habitual lugar de sus encuentros.

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Reencontrarse con sus conocidos y ponerse al corriente de la ultimas noticias que hubiera, le serenaría pero sin olvidar que, inevitablemente, habría llegado alguna confidencia de su estancia en Kairuán.

Mientras, su otro sirviente Issam, volvería al promontorio a devolver a las cuadras la caballería con la que habían porteado hasta el despacho de su señor los objetos y legajos de su trabajo.

Al-Chaís en compañía, como no, de su fiel Abu Yasír dirigieron entonces sus pasos al final de la calle principal del zoco, rumbo al bazar de Ibn Yahf.

Coincidiendo con el final de la tarde, su dueño, se disponía a recoger una vez más, sus tenderetes en el exterior y al verlos llegar, exclamó jubiloso:

– ¡Bendito sea el Profeta…! ¡Al-Chaís…, bienvenidos seáis!

– ¡Ala te guarde siempre para nosotros, mi buen Ibn Yahf!, no sabes cómo me alegra verte.

Ambos hombres se enlazaron en un abrazo espontáneo alegres de su reencuentro y abandonando su tarea, acompañó al interior a sus amigos, a la vez que anunciaba a los allí ya presentes, la llegada del granadino.

Como era natural la velada fue tan larga como entretenida y a la que paulatinamente fueron llegando el resto de los amigos de la tertulia.

La ultima comidilla del día, entre ciertas sonrisas maliciosas se refería al viejo Zalmedina Abu Zahíd, famoso por su gusto mujeriego.

– Has de saber – se dirigió al recién llegado, en casi un murmullo- que nuestro Zalmedina ha tomado ¡una tercera esposa…!- refirió Ibn Yahf.

– ¡Con más de ochenta años el hombre!- apuntilló alguien.

–  Este hombre parece no tener fin, ¡pero si tiene dos jóvenes  y hermosas mujeres, a cuidado de su criado…! – comentó socarronamente Abú Yasír- ¿otra más?

– Una hermosa joven de dieciséis años y por la que ha pagado alto precio a su familia, que si bien de carácter humilde, famosa por su beldad y también cierto desparpajo.

– ¡Uhm…, quien fuera su criado!- rieron con cierta maldad los presentes.

Un poco ya al margen de las bromas, el viejo Al-Faquir y abuelo de Muún-Anaí, como siempre presente en las tertulias, se acercó al granadino y de forma más privada, se dirigió a él.

– Me consta mi buen amigo que has estado con mis hijos, incluso que mi nieta está a tus ordenes en Kairuán, cuéntame, ¿cómo están?, cuéntame algo.

En esos momentos, con la mirada puesta en el anciano, Al-Chaís quedo enmudecido por unos instantes, antes de contestarle.

rasha-4Mientras lo hacía, a su mente llegaron todos y cada uno de los recuerdos de los momentos vividos con Muún-Anaí, la no hace mucho tiempo casi una niña y que trocada en hermosa mujer, reencontró en Kairuán.

Inevitablemente repiqueteaba en sus sienes, el sonido de los cascos de su caballo, cuando llegaba a sus encuentros y que ayudándola a descabalgar del animal, cuerpo con cuerpo en un roce infinito, se inventaba el preludio de la fiesta de sus cuerpos.

No podía estar hablando con el anciano, sin añorar las mañanas que escapaban por el recóndito camino hasta al salobre manantial junto a la vieja mezquita, sin más testigos que las golondrinas sobrevolando sobre sus cabezas.

Al-Chaís, no pudo más. Excusándose de cierto cansancio por sus últimos viajes, se despidió del viejo Al-Faquir, abuelo de Muún-Anaí y del resto de sus amigos del bazar de Ibn Yahf.

La noche avanzada, no acompañaba a tranquilizar su mente, cuando al llegar a la playa, ya cerca de su casa, el espectáculo de una luna mínima creciente, mostraba su todavía débil luz,  insinuándose en discreto rielar sobre un mar apacible, y que una vez más, estremeció sus entrañas al contemplarlo.

En otro mar de pensamientos, agotado se entregó al sueño, de todo menos placentero. Una pesadilla tras otra, situaciones de confusión, encuentros, huidas imposibles entre constantes espabilos, para volver a tratar de conciliar el descanso de nuevo sin mucho éxito.

En ese estado, llegaba cansino el amanecer entre el canto de los animales del corral y un perro, que ocioso pero vigilante, delataba el menor movimiento o sonido extraño en los alrededores, o tal vez, madrugador en sus trifulcas con alguno de su especie.

Pero fue el ruido provocado por la llegada a su casa de Abu Yasír, quien tras la inquieta noche le despertó.

Después de su cotidiana, matutina y breve oración, escapado ya de la angustia de sus alucinaciones, pensó con firmeza reincorporarse a su trabajo y entregarse al mismo comenzando seriamente a poner al día, tanto como había por hacer.

Con ese pensamiento firme, tras el frugal desayuno habitual, ambos se dirigieron a su local de trabajo, cuando el sol todavía no calentaba y la agitación de la medina despertaba entre el ir y venir de las gentes al zoco en dirección s sus lugares de labor.

Como cualquier otro día, despertada no hacía mucho, Mahdia bullía una vez más con el trasiego de sus gentes, mercancías y productos, en el preparativo de sus puestos de venta en el zoco.

Oud-1El anciano y ciego Zayed con su laúd, en el suelo sentado sobre una vieja jarapa, ocupaba ya la privilegiada esquina de costumbre al paso de los viandantes con la esperanza de alguna generosa limosna a cambio de su música o sus historias contadas con el tañido de fondo de su viejo deteriorado y modesto instrumento.

Al paso de Al-Chaís y su sirviente, el viejo más que su figura, reconoció la voz de su amigo y del que de forma asidua, recibía alguna limosna.

– ¡Oh…, gracias Señor…! ¡Alabada sea tu bondad al traernos de nuevo al amigo que en falta echábamos!

– Zayed, mi buen Zayed!- le saludó entendiendo la alabanza a Dios por su presencia.

– ¡Alá te guarde, hombre de Granada! El Señor es generoso y nos premia con tu presencia tan añorada de nuevo –saludó el anciano, feliz de reconocerle.

– Si, como no, otra vez con mis amigos entre los que te cuento, si otra vez con la alegría de poder escuchar tu música y tus palabras.

… Mi buen Zayed –continuó – hoy más que nunca me alegro de volver a verte ¿tendrás una canción para mi que pueda escucharla desde mi trabajo? – terminó dirigiéndose al anciano a la vez que tomando sus manos cariñosamente, entre ellas dejaba unas monedas.

– ¡Oh gracias, gracias mi buen Al-Chaís, que no haría yo por ti mi señor y amigo – y tras un silencio, como tratando de observar al recién llegado, continuó – pero he de decirte, no sé, hay algo en tu tono de voz diferente.

… Llegas cambiado – prosiguió –  apenas adivino tu silueta en mis pobres ojos, pero percibo refulgente tu luz, tu voz radiante ¡Bendito sea Alá, que te colme de buen amor!- se despidió el anciano mientras su amigo se dirigía en dirección a su trabajo.

Una vez en su austero despacho y antes de tomar conciencia de cuanto había que ordenar y por donde comenzar, se asomó a la ventana y dirigió su mirada al limosnero, que con sentida voluntad tañía y cantaba para su amigo de Al Ándalus:

            “Las palmeras que susurran por la tarde

            Dibujan una sombra de luz de luna

            Cantan una canción de dolor y ausencia

            Llevadas por una sombra de luz de luna…”

– ¡Oh Dios…! – exclamó para sí, mientras escuchaba el canto del anciano ciego.

Inevitablemente, el recuerdo de Muún-Anaí entre sus brazos y las pequeñas blancas florecillas con las que él mismo engalanó su desnudez, llegó prendiéndolo de melancolía.

Palmeras anochecer-1-Recortado                                                                                                                                                            Continuará…

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