EL AÑO DE LA LUNA – Cap. V – «Rasha»

Nunca antes momentos quisieron ser tan eternos…, nunca antes eternidades quisieron saberse instantes…


mahdia-6Habían pasado más de dos años desde que Ben Al Chaís, instalado en Mahdia, había dedicado todo su tiempo a recorrer el sur del país, conociéndolo a fondo y contactando con los zalmedinas, caides, almotacenes y responsables comerciales de cada ciudad o poblados de importancia.

Ya era popular aquel hombre de Al Ándalus al que casi todos creían conocer, aunque el celo por su privacidad fuera tal constante en su vida, que su intimidad siempre estuvo preservada o si acaso conocida únicamente por los mas cercanos, su ayudante Abu Yasír, Ibn Al-Ansarí, el piloto y alguno más.

Esta personalidad le seguía haciendo parecer el hombre diferente, un tanto misterioso y por ello, más atrayente para algunos, mientras que para otros, sobre todo los hombres de la religión, Ben Al Chaís no era persona transparente si no descreído, de talante y costumbres mundanas y relajadas, pecados a los que achacaban el declive de Al Ándalus y un mal ejemplo para esta sociedad.

Las pocas visitas que Al Chaís hacia a la mezquita eran debidas, mas que a la devoción al lugar, a la cercanía de la misma a su trabajo en la medina, lo que en alguna ocasión le hacia entrar, oraba lo justo apetecido y se iba.

En una de estas raras idas, el ulema mas radical Radí Al Mushín, llegaba a increpar a Al Chaís su poca devoción, su escasa asistencia a los rezos diarios, en definitiva, sus parcas visitas a la mezquita. Su comportamiento en función de la creciente popularidad del granadino, presuponía el peor ejemplo para la sociedad según el “guardián” de Dios.

mezquita mahdia-2– Los que de veras buscan a Dios solo dentro de los santuarios, se ahogan en ellos a veces – contestaba distante como siempre Al Chaís.

– ¿Es eso acaso, una critica a la casa de Alá, a sus lugares de santa enseñanza…? –respondió el ulema en tono exigente y severo, como buscando culpabilidad en la declaración del granadino.

– No – respondió con firmeza Al Chaís – Yo alabo a Dios, y me critico solo a mi mismo. Debes de entenderlo.

– Pero pensar así, acerca de los santos lugares, eso es casi apostatar…

– No me ofendas Al Mushín… – se rebeló Al Chaís, sabedor de su dependencia directa y protección del sultán Abu Hafs – el Profeta al que Él Misericordioso tenga en el Paraíso, predicó amor y tolerancia, para que tú lo imitaras y te mostró la generosa condición del Omnipresente. Yo respiro a Alá en todas partes y hasta indulgente, puedo verlo en ti, respetándote. Haz su mandato.

Los encuentros eran tan raros como breves pero Al Chaís, que no profesaba admiración alguna por el ulema Al Mushín, los resolvía con la misma rapidez y firmeza en cada ocasión que se sucedían, dirigiéndose seguidamente a su despacho en el centro de Mahdia sin mediar más palabra, y donde cada día le esperaba Abu Yasír.

Ulema-1El viejo ulema, le traía constantemente a la memoria el avance del poder de los religiosos en Granada, que terminó con todo el espíritu cordobés y el retroceso en las libertades que impusieron los almohades más radicales, utilizando como excusa la religión para el control de la sociedad por parte de los poderosos. No podía sino que despreciarlo.

– Debes tener cuidado con este hombre – le apuntó Yasír, mientras caminaban una de las veces, tras una breve oración en la mezquita y escuchar al hostigante ulema.

– Yo lo respeto. El me debe el mismo trato – contestó Al Chaís.

– Si pero…, es poderoso, lo sabe, lo ve todo…, se prudente – trató de persuadir a su amigo.

– Los ojos no sirven de nada a cerebro ciego… – le respondió Al Chaís, irreductible.

La gran labor realizada durante casi tres años de dedicación, había procurado al hombre de Al Ándalus y a todos los cooperantes venidos de aquella tierra, una gran reputación entre la sociedad en general.

Esta se dejaba ver en todo el país, pues al norte su padre y otros colaboradores andalusíes, habían desarrollado el mismo quehacer, en continua coordinación con su hijo en el sur y otros al oeste.

En toda Ifriqiyah, se estaba instaurando nuevos usos para el comercio, que había hecho no solo prosperar el mismo, si no procurar un sentimiento de seguridad en las transacciones y sus pagos, antes impensables.

En la medinas más importantes, se intentaba instaurar una especie de puesto de control de crédito, bajo la supervisión de los zabazoques del zoco de cada ciudad, donde expedir documentos de garantía comercial o “pagarés” de acostumbrado uso en Al Ándalus y desde ahora en Ifriqiyah, que con previo deposito de valores, los mercaderes accedían al mercado acreditados pero sin dinero efectivo, con la consiguiente seguridad que conllevaba el método.

Zoco Mahdia -1En el zoco, se discriminaron los impuestos de tenderetes según procedencia o gremios y por una vez, las materias de primera necesidad, gozaron de exenciones o ventajas impositivas.

El auge del intercambio y las grandes necesidades de productos, procuró el progreso paulatino de agricultores y pastores, que desembarazándose poco a poco de sus “protectores” puramente comerciantes, fueron emergiendo como una clase social cada día mas rica, hasta en algunos casos llegar a la jefatura de sus poblados.

En el norte, las técnicas traídas por los muchos andalusíes que como Al Chaís y su padre Sid Fasíd Al-Chaís hicieron llegar a  Ifriqiyah, crearon infinidad de talleres artesanales multiplicándose los gremios productivos y extendiéndose por todo el sur y la costa de levante.

Las almunias o fincas de recreo, comienzan a llevar el sello coloreado y luminoso andalusí. También objetos, documentos, grafías y costumbres, traídas por los andalusíes de Granada se iban popularizando en la sociedad de Ifriqiyah.

Los coloridos en los atuendos de hombres y mujeres típicos de los Omeya cordobeses impuestos por el músico Ziryab de Bagdad, los tocados…, se popularizó el pelo corto en las mujeres y los tintes en los hombres…, todo ello comenzaba a instalarse en la sociedad mas pudiente y avanzada de Ifriqiyah.

La arraigada practica de la limpieza corporal en los musulmanes, hicieron proliferar los baños públicos en las medinas, a la semejanza de Al Ándalus. Perfumarse, depilarse y hasta la limpieza de los dientes, se convirtieron en hábito social, que denotaba buen gusto y modernidad, a la usanza cordobesa.

El delirio de la clase alta por las obras literarias traídas por los andalusíes, procuró su difusión, si bien de forma callada o subterfugia por la oposición de los religiosos, estas llegaban al pueblo de una u otra manera.

Los líricos cantos de amor físico y espiritual de los poetas de Al Ándalus Ibn Zaydun de Córdoba, Al-Mutamid rey de Sevilla y fundador de una academia literaria, su esposa Rumayqiyya…, prueba y modelo de un cierto avance intelectual de la mujer en Al Ándalus.

Los zéjeles creados por Ibn Guzmán se comienzan a cantar en Ifriqiyah, poemas sobre el amor y los amantes…, todo aquello encantaba al pueblo, que se reunía para su escucha en voz de improvisados juglares en los patios y bazares mas privados, con ciertas precauciones.

AverroesSe accede a obras científicas traducidas del griego y romano y las propias de los grandes andalusíes…, Averroes, su discípulo Ibn Tumlús, el murciano Ibn Arabí…, todo supuso el desarrollo de sus correspondientes disciplinas.

Llega un conjunto de conocimientos en filosofía, derecho y humanidades. En medicina, las ciencias de la familia Avenzoar, el alquimista Geber y el farmacólogo Ibn Al-Baytar.

Los estudios del geógrafo Idrisí y de Maslama de Madrid sobre el astrolabio y una recensión de las Tablas de Jwarizmi, adaptándolas al meridiano de Córdoba. Todo ello se trasvasaba y aplicaba poco a poco a esta sociedad.

El país en auge y progreso, relaja sus costumbres y comienza a gozar de una época brillante con el Sultán Abu Hafs y los hafsidas, con la ayuda de los andalusíes.

Así todo, la vida seguía corriendo para el cada día mas familiarizado Ben Al Chaís en su nuevo país. A veces orgulloso de los avances que lentamente se iban consiguiendo, otras furioso por los impedimentos y oposición constante de la clase religiosa, la corte “iluminada” de ulemas, que no cejaban en atribuir la caída de Al Ándalus, a los excesos  de libertad y cultura en el pueblo, cosa que no deseaban para Ifriqiyah.

En su descanso diario y sus ratos de asueto, cuando estaba en Mahdia, el bazar de Ibn Yahf, seguía siendo el punto obligado de reunión con sus conocidos. Al-Faquir, su viejo amigo, hacia tiempo que no asistía, por haberse desplazado hacía mas de un año a Kairuán, con su hijo Jattár, donde este debía residir por su trabajo, junto a sus familias.

El piloto de galeras Ibn Al-Ansarí, se había convertido en una de sus mejores amistades, proveyéndole de todas las noticias e información que podía obtener de sus viajes constantes a Palermo y a la costa noroeste del país, además que de algún que otro vino siciliano.

A veces, las nuevas no podían ser más desoladoras.

– Granada está aislada por doquier – confesaba el marino, recién llegado de uno de sus periplos-. Tu rey granadino, avasallado por los cristianos con la promesa de no ser invadido, ignora el asedio que sufre Sevilla por el llamado Rey Fernando.

Giralda-2– ¿Sevilla también…? – pregunta incrédulo Al Chaís.

– Y lo que es peor…, se dice que el Emir Muhámmad de Granada asiste a los cristianos en el cerco sevillano – continuó Al-Ansarí.

– Es el desplome de Al Ándalus…- murmuró Al Chaís.

– Los benimerines de al otro lado del estrecho, nada quieren saber. Si acaso acechan la debilidad granadina pensando en su posible beneficio – siguió relatando el marinero.

– Granada, sus gentes, son empujadas a África…, irremisiblemente. Castilla sabe de nuestra debilidad, el fruto está maduro… – terminó suspirando el granadino.

Nada era sorpresa en realidad para Al Chaís. La caída de Al Ándalus estaba cantada, era cuestión de tiempo. Reponiéndose de su amargura, se dirigió a Ibn Yahf, alzando la voz visiblemente irritado:

– ¿Hay algo de buen vino para mis amigos y para mi…, algo interesante para olvidar…?

– Hay buen vino – respondió bajando la voz, ante la irreverente petición – para todos…, y para olvidar, amigo mió.  Y además, una buena noticia: debéis de saber que están al llegar esta tarde, unos mercaderes libios recién llegados a Mahdia desde Gabes, camino hacia el norte, vendrán al bazar. ¡Les acompañan hermosas mujeres!, y estarán algún tiempo aquí.

A partir de ese momento, la conversación discurrió por otros derroteros procurando la diversión de Al Chaís, que entristecido ante los ojos de sus amigos, estos no sabían que hacer para aliviar su amargura y levantar su animo.

Recogiendo ya el tenderete del exterior, como cada día al caer la tarde, llegaron al bazar el grupo de la anunciada gente, que citados previamente con Ibn Yahf, pretendían comerciar, al tiempo que conocer el pulso de la ciudad, de una forma mas privada.

Juego de te-2– El Piadoso sea contigo Ibn Yahf. Aquí nos tienes dispuestos, pero antes de hablar de negocios, espero que nos ofrezcas un te, que nos refresque de nuestro cansancio- saludó el recién llegado, con extraño acento.

– Alá sea contigo Fadíl Al Faruk, también contigo Abdudh Chaddád y con vuestras acompañantes – les recibió complacido Ibn Yahf-, ser bienvenidos a esta vuestra casa.

… Estos – refiriéndose a los que se encontraban en el local a la llegada de los forasteros –  son también mis amigos asiduos de nuestras reuniones en el bazar, tras el trabajo cotidiano: Ben Al Chaís, de Al Ándalus y comisionado de nuestro Sultán, su ayudante Abu Yasír, Ibn Al-Ansarí, piloto de galera y… – observando que alguien entraba a la tienda, dirigió su mirada a la puerta, añadiendo –  quien en este instante llega, Abu Zahíd, zalmedina de Mahdia, nuestra autoridad, al que también guarde El Poderoso.

El maduro Abu Zahíd, siempre de talante serio y distante en presencia de los ulemas, gozaba con sus sigilosas escapadas al bazar. Hombre justo, pero mujeriego y divertido, no dudaba en achacar la razón de sus mundanas salidas, cuando los religiosos le interpelaban, a razones de control o conocimiento de las diversas actividades en el zoco.

Realizadas las presentaciones, tomaron asientos alrededor de la vieja mesa testigo de tantas tardes de amenos encuentros. Las tres mujeres que acompañaban a los mercaderes libios, lo hicieron a espaldas de estos, en silencio con sus respectivos hiyabs, cubriéndoles la cara, casi en su totalidad.

A partir de ese instante, la conversación discurrió sobre explicaciones de la dureza de su largo viaje, las posibilidades de comercio en la ciudad y las novedades que estaban encontrando desde su llegada a Ifriqiyah, particularmente en su sociedad, conforme ascendían por la región del Sahel.

En un momento Fadíl Al Faruk, que aparentaba ser el jefe de la expedición, volvió su mirada hacia el rincón donde en silencio las mujeres observaban, diciendo:

Gafsa-1– Ellas son Alia, Jadiye y Nuhad – las tres, al ser presentadas, bajaron sus miradas en respetuoso saludo – Son beduinas. Proceden del interior, de Jebel Sehib, en el interior de la zona de Gafsa. Llegaron en dirección de la costa, hasta Gabes.

… Quieren trasladarse ahora hacia al norte y le brindamos protección en el viaje; a cambio nos acompañan a nuestro servicio. Son mujeres libres, artistas, grandes bailarinas. Espero que su presencia no os ofenda, además, si así gustáis, cuando Ibn Yahf y vosotros dispongáis, podrán deleitarnos con su arte –terminó el libio.

– No solo no nos ofenden, si no que agradecemos su agradable presencia, tan escasa de esta índole desgraciadamente y espero que nos deleiten con sus “habilidades” – comentó Abu Yasír respetuoso, pero no exento de cierta desvergüenza disimulada.

– Así se hará si queréis. Pasaremos unos días en Mahdia. Hemos instalado nuestras jaimas al norte de la medina, al abrigo del promontorio, cerca del mar…

– Allí vive Ben Al Chaís… – se le escapó a Yasír, que con gesto temeroso de su posible indiscreción, miró a su jefe, en actitud disculpatória.

– Si, hay una casa aislada en lo alto… – apuntó Abdudh Chaddád el otro de los forasteros.

– Es mi casa…, vuestra casa, si algo de ella necesitáis – intervino Al Chaís, sin mas remedio.

– Él Señor premie tu generosidad; espero que nuestra breve vecindad no te perturbe.

– Será grata y no de otra forma. Ahora, lo siento mucho, pero he de dejaros. Habrá de ser en otra oportunidad que pueda de disfrutar de vuestra compañía por más tiempo y donde, no dudo, apreciaré en su justa medida vuestra agradable  presencia. Alá os guarde a todos y a estas mujeres que os acompañan.

Las ultimas noticias sobre Al Ándalus, habían entristecido al granadino de tal forma, que no podía disfrutar de la velada.

baños arabes granada-1Con el recuerdo de su tierra y la visión del reino nazarí, entregado a la causa infiel, en contra de sus propios hermanos y con la mezquina excusa de proteger sus fronteras de un insaciable y temporal aliado, que sabiéndolo agonizante, solo espera el momento adecuado para el zarpazo final.

Al Chaís, llegó a su casa y cansado trató de entregarse al sueño, que mas fue una pesadilla, que otra cosa.

Si su vida en Mahdia, cada vez era más agradable, su trabajo a la vez le permitía viajar y conocer diferentes gentes, serles útiles y cumplir su compromiso con el Sultán Abu Hafs, que tanto les ayudó. Pero en cada ocasión que tenia noticias de Granada, se desplomaba en la más profunda melancolía porque nunca eran buenas nuevas.

A la mañana siguiente, entregado a su quehacer de preparación de legajos y avisos que habría de enviar al El Jem para su conocimiento en el interior y sur del país, el día prometía presentarse con mejor ánimo.

Camino al al centro de la medina, alguna gente al pasar lo había saludado con deferencia y dentro de la soledad de su ánimo, le hizo encontrase mejor el hecho de ser reconocido con creciente respeto. La mañana también acompañaba; el sol de las primeras horas prometía una jornada luminosa, capaz de ayudarle a remontar el vuelo de sus pensamientos hasta aspectos más positivos de su situación.

Mahdia, se acababa de despertar no hacia mucho. Su gente se iba entregando a sus actividades; los preparativos en las inmediaciones del zoco eran la cotidiana vorágine del ir y venir de mercancías y productos hasta sus puestos de venta, como en todas la medinas.

ciego con laudHasta Zayed, el ciego limosnero y su laúd, tomaba posición en la mejor esquina a la entrada del mercado, antes de que cualquier otro pordiosero pudiera ocuparla.

– Dios te guarde Zayed…, temprano te entregas a tu música – saludo Al Chaís, como cada día al pasar ante el pobre viejo, a la vez que le dejaba caer una moneda.

– Alá te guarde a ti hombre de Granada, al que el Piadoso premie su generosidad, con este pobre y casi ciego… – balbuceó el anciano, reconociendo su voz más que su figura.

– Dios, no ha de pagarme…, eres tú con tu música que me deleita quien ha de mejor hacerlo. Mi buen amigo, cuando te escucho desde la cercanía de mi trabajo, me siento generosamente pagado.

– ¡Alá te colme de buen amor…! – respondía agradecido, mientras el anciano pordiosero, preparaba en el suelo algo donde acomodarse y mendigar durante la mañana del mercado, cantando sus historias y viejas canciones que la mayor de las veces pasaban desapercibidas o entre las burlas de los jovenzuelos.

Abu Yasír había salido temprano enviado por Al Chaís para entregar en manos de Abu Zahíd, zalmedina de Mahdia, normas de nueva imposición aprobadas por el gobierno de carácter comercial, pero que debían ser por él conocidas, para su posterior divulgación.

Solo, entregado a su trabajo, el bullicio callejero no era lo suficiente ruidoso como para que desde la cierta lejanía de su lugar de trabajo, no poder escuchar las lastimeras demandas de Zayed el ciego, que cansado y sin respuesta se entregaba a veces, sin remedio pero placentero, a sus viejas canciones haciéndole momentáneamente olvidar su suerte.

Al Chaís en alguna ocasión se sentía “tocado” por las historias de las tonadillas  que Zayed cantaba y tañía en su laúd, sin poder resistirse a salir y acercarse poco a poco al ciego, para oír de cerca sus melancólicas historias.

Cuando el anciano alguna vez, advertía su presencia, cantaba para él con el gusto del que se sabe escuchado, mas aún, si era su generoso amigo el hombre de Granada, como le era conocido.

– Sigue, sigue, Zayed…, esa historia…

El ciego, reconociéndolo de nuevo, con más gusto cantó para él:

“Hay una estrella errante, de fuego y pasión…
Hay una luna distante, soñando un fulgor…
¿Eres tú hombre, la estrella…?
¿La luna es ella…, la que sueñas sin voz…?”

Mediada la tarde, apacible y ya metida en la primavera, gustaba Ben Al Chaís de vez en cuando abandonar el trabajo algo más temprano de lo habitual en la medina y dirigirse a su casa, circundando todo el zoco en dirección al mar, paseando cerca de la playa, desde la que no se cansaba nunca de observar el horizonte, como en una eterna búsqueda sin respuestas. Así lo hizo aquel día, mas animado de lo habitual.

atardecer mahdia-5Los pescadores alistaban los frágiles bateles para la calada al atardecer de sus aparejos, mientras los niños correteaban jugando sobre la fina arena y algunas mujeres, probablemente tras sus quehaceres, chismorreaban al fresco del atardecer en las puertas de sus viviendas o tenderetes, a la sombra de las abundantes pero desperdigadas datileras.

El hombre de “ningún sitio”, como a él de vez en cuando le gustaba autodenominarse cuando le apretaba la soledad, se relajaba en su paseo en el momento en que dos mujeres en dirección contraria, hacían lo propio de forma encontrada. Una de ellas, saludó:

– ¡Alá sea contigo Ben Al Chaís…!

Cubiertas en parte sus caras con sus respectivos hiyabs, le costó atención especial adivinar quien pudiera ser la dueña del amable saludo, pero tras observar detenidamente sus rasgos, casi sin miedo a equivocarse, exclamó:

rasha-4– ¿Rasha…? Que Él os guarde a vosotras… ¡que sorpresa…!

El gesto de la otra acompañante y su mirada sin pestañear fija en el amigo de la joven Rasha, denunciaba relativo asombro por el encuentro. Como si de algo premeditado se tratara y el desconocido no lo fuera tanto, tampoco para aquella otra mujer.

– Me alegra mucho el verte. Desde aquel agradable día en casa de Al Faquír, no sabia nada de ti…, aún de lo cercano de nuestras residencias. Mira, esta es Amira, mi amiga, que sabe de tu presencia y trabajo en Mahdia.

– Te saludo Amira. Serás también mi amiga, si así lo quieres.

– Lo soy complacida Al Chaís. Rasha me ha hablado mucho y bien de tu persona. Eres muy popular en Mahdia y me es muy grato ahora el conocerte personalmente.

– Por cierto, – intervino Rasha – esperaba verte meses atrás en Jerba; recuerdo que dijiste tenias que ir allí… ¿fuiste…?

La joven, recordando el comentario de Al-Chaís en casa de su viejo amigo, de la necesidad de visitar el sur, estuvo ansiosa esperando su visita, sin resultado.

– ¡Oh si…! lo siento Rasha. Mi viaje fue dificultoso, con gran pérdida de tiempo, para todo lo que había de tratar y no pude coincidir contigo, pero créeme, cuando no lo hice, es que me fue del todo imposible probar a visitarte en casa de tus familiares. No se como disculparme…

Ella lo miró sonriendo, como perdonándolo…, feliz sin disimulo.

Rasha no podía ocultar su excitación por el “fortuito” encuentro con el hombre que tanto le atrajo en la agradable velada en casa del viejo Al-Faquír, donde se conocieron, hacia largo tiempo ya. Desde entonces, era un deseo no muy disimulado, el tratar de coincidir en cualquier parte, de cualquier forma con él y el paseo de este día no era si no, uno de los muchos tratando discretamente de encontrarle.

La joven, no mayor de veintidós o veintitrés años, era hija de un prospero y acomodado comerciante de tejidos, que junto a un hermano varón, habían sido educados y relacionados con lo mejor de la sociedad de Mahdia.

Natural y tremendamente hermosa se enfrentaba en su más que apropiada edad para casarse, a las pretensiones de muchos hombres que en infinidad de ocasiones trataron de acordar matrimonio con el padre de la joven.

Su negativa a estas posibilidades en función, mas de su estado de ánimo, que del pretendiente, empezaban a cansar al progenitor que viéndola ya madura para estas lídes, no entendía su oposición constante.

Mujer Tunez-4Un tiempo atrás, algo mas que adolescente, se la relacionó con un joven sirviente, al que habiéndolos sorprendido el padre en circunstancias algo comprometedoras, alejó al muchacho de su hija, a la que costó mucho la separación, sumiéndola en un estado de gran melancolía.

En la medina, se llegaron a propagar comentarios sobre su relación pasada de la que se dijo de todo, manteniendola largo tiempo al margen de cualquier actividad social. Pero su hermosura, trato afable y simpatía como su naturalidad, la habían convertido en una de las mujeres más deseadas en Mahdia y al mismo tiempo más inasequible a sus pretendientes, a la vez que exigente con sus amistades.

En estas fechas, la joven, se encontraba en la encrucijada de negarse una vez más o tener que aceptar la petición de esponsales con un joven de buena familia. Hijo también de comerciantes y poseedores de tierras, para su padre simbolizaba la gran ocasión de bien casar a su hija y prácticamente por su parte, estaban resueltas las negociaciones familiares al respecto.

Rasha, conocía desde tiempo perfectamente a su joven especial amigo. Sus familias habían favorecido discretamente momentos de intimidad en la pareja, con la intención de su acercamiento, pero con el único resultado de reafirmar la gran atracción que Abdel Rahim, su pretendiente sentía por ella, al contrario que ésta, curtida antaño en una quebrada pero verdadera y apasionada relación, no adivinaba  a sentir o ver en él, si no que algo mas que un profundo afecto, el gozo físico de sus encuentros…, o la solución final de toda mujer resignada.

Las dos jóvenes y el maduro Al Chaís, pasearon charlando animadamente por la playa cuando Amira comentó entusiasmada:

– Conozco por Rasha, que llegaste de Al Ándalus, esa tierra que siempre imaginé tan mágica y que conozco solo por las historias de mercaderes que llegados a mi casa, nos hablan maravillas de ella. Rasha, me ha contado tanto de tus explicaciones y son relatos que entusiasman. Un día me gustará oír todo de tu voz, sobre la vida allí, vuestras costumbres…, todo es tan interesante…

– Me encantará hacerlo, aunque has de saber que cada lugar tiene su encanto especial y a veces lo desconocido nos parece mas atrayente que lo propio, y esta tierra la vuestra, cada día me sorprende más por su belleza…, en todo orden de cosas… –sonrió Al Chaís, feliz en la conversación y por el inesperado encuentro, mientras las jóvenes se iluminaban, alagadas.

Así transcurrió el agradable rato en el que el andalusí, hubo de narrar, una y otra vez más, algunas de sus historias de siempre que no dejaban de interesar a la vez que satisfacían la curiosidad de aquellas mujeres y sobre todo, dichosas de poder hablar con un hombre de moderna educación, que era capaz de tratarlas como iguales.

Avanzada la tranquila tarde que no quería concluir para las mujeres, paseando en dirección al promontorio donde Al Chasis vivía, cuando Amira intervino con intención de despedirse:

– ¡Uf…! Creo que está siendo tarde. Tengo algo que hacer y creo que habréis de disculparme…, pero habré de irme ya. Ha sido un placer conocerte Ben Al Chaís, y espero verte de nuevo…

– ¿No puedes aguardar un poco…? –preguntó Rasha, sin mucho afán de persuadir a la otra joven, cómplice con la situación.

– Sabes que no puedo…, Alá os guarde. Ya te veré Rasha, adiós…

– No debes preocuparte Rasha, no irás sola, gustoso te acompañaré hasta cerca de tu casa, si así me lo permites… –sugirió Al Chaís, encantado con la situación.

Al ya no tan forastero en Mahdia, desde su llegada no se le conocían relaciones con mas mujeres que las de su servicio, pero era sabido su gusto no disimulado nunca por ellas. Bien en su casa, o en algún otro lugar, en ocasiones se le atribuían fugaces visitas o reuniones con alguna que otra “de una sola noche”, que no lograron nunca, instalarse en el corazón del andalusí.

Hasta en el amor, Ben Al Chaís, se asemejaba al eterno viajero sin más destino que el propio camino. En sus soledades, se había preguntado mil veces el porqué de sus errantes sentimientos. A veces se imaginaba así mismo, sin gustarse, tan exigente, como persona de otro mundo ajeno al que le tocaba vivir.

Architecture-Traditionelle-Djerba_ontt_gallery_big_articleYa solos, al borde de un atardecer que llegaba sin percatarse de ello ninguno de los dos, caminaban encantados con el encuentro y la conversación, acercándose hasta el alto del terreno donde Al Chaís tenía su casa.

– Aquella es tu casa ¿no? –preguntó curiosa Rasha.

– Sencilla, pero  la tuya desde hoy también –cumplió galante Al Chaís – Aquello abajo…, es el establo de mis caballos.

– ¿Caballos…? me entusiasman los caballos.

– ¿Quieres verlos? Tengo dos. Uno de ellos, negro precioso, regalo de Abu Hafs, nuestro Sultán, realmente magnifico.

Rasha miró a los ojos de Al Chaís sin poder disimular la gran atracción que desde el primer momento en que le conoció sentía por él y sin titubear asintió.

Hacia tiempo, que la simple conversación con una mujer, no le resultaba tan agradable al hombre de Granada. Su talante natural, junto a su gran atractivo, invitaba cada instante a un acercamiento que, por momentos se volvía excitante, con la sola percepción de su mirada.

Al Chaís, abrió la pequeña puerta del establo invitando a cruzarla. Apenas, entre la última luz de la tarde, se avistaba la presencia de los animales en el corral, que al ruido provocado por los visitantes, uno de ellos acercándose a  la puerta de la cuadra, asomó su orgullosa cabeza de negro berberisco.

caballos-3– ¡Es hermoso, es hermoso…!- exclamó sorprendida la joven, por la belleza del animal.

Al Chaís, silbó dulcemente al caballo que reconoció su llamada, buscando presuroso sus caricias. Éste extendió su mano sobre la testuz, complaciéndolo con su contacto.

– Ven…,  el negro  se llama Darro y Genil el alazán…, no temas les gustaras.

– ¿Darro…, Genil…?

– Si, son el nombre de dos ríos de Al Ándalus, que corren al sur del Al-Bayyazin, en Granada. Darro es el negro berberisco…, me trae recuerdos cuando lo monto… ¡mi buen caballo…! no tengas temor, acarícialo…

Rasha tendió su mano titubeando sobre la cara del animal, y éste nervioso ante la desconocida, agitó su cabeza violentamente despidiendo la mano de la joven, que asustada, vino a asirse para no caer en los brazos de Al Chaís.

El rojo hiyab que cubría su cabeza hasta ese momento, cayó al suelo, descubriendo su anillado y largo pelo oscuro. Ambos inclinándose, iniciaron el gesto de recogerlo en el mismo instante, de tal manera, que sus caras encontradas en tan corta distancia no pudieron evitar que sus miradas chispearan en medio de una atracción incontrolable.

Rasha, sin parpadear, entreabrió sus labios en un suspiro excitante y cerrando luego sus ojos quedó quieta, como esperando lo inevitable. Él la tomó por su esbelto cuello y la besó tan delicada como voluptuosamente. Tras su boca, un rosario de caricias recorrieron los hombros desnudos de la joven, que temblaba sin control en una nube de sensualidad y deseo.

En un rincón del establo, donde se almacenaban ordenadamente forrajes y  grano para los magníficos animales, terminaron por caer sus cuerpos enlazados.

Rasha, sentada a horcajadas, sobre el cuerpo apoyado en la pared de Al Chaís, dejaba ver sus hermosas piernas, que el hombre acariciaba pausada y tiernamente buscando sus mágicos confines.

Mientras, aquellos ojos de suave azabache, cada vez con mas brillo, sin parpadear y tremendamente fijos en los de él, delataban el cielo de placer donde se hallaba inmersa, y en el que decididamente dispuesta, ansiaba hacer participar a su amigo con todas sus fuerzas.

Las manos de Al Chaís buscaron poco a poco, delicadamente entretenidas, cada rincón del cuerpo de la joven Rasha y ésta se entregó sin limites en regalado gozo para aquel hombre.

Desde el truncado pero apasionado amor con el joven a su servicio, en edad adolescente…, nadie había despertado tanto ardor y deseo en la joven Rasha.

Aquel día que conoció a Al Chaís en casa del viejo Al Faquír, sintió una especial atracción por el seductor granadino, que le había llevado a tratar de coincidir con él, hecho difícil por sus continuos viajes, pero que mas de dos años desde aquella noche, no lo habían podido borrar de su memoria…, ni de sus intimas fantasías de mujer.

Ambos compartían una gran soledad en sus vidas…, un caminar constante en busca de todo y de nada…, cuando sus pasos se cruzaron en el momento justo. Sus cuerpos necesitados, se enlazaron sin más freno que el poco tiempo disponible, pero fueron capaces en escasos minutos de recrear sus mundos de pasión perdidos.

La noche se había terminado de cerrar. No hubo un adiós. Unas manos que se desasían lentamente la una sobre la otra, mientras sus ojos regalándose irreductibles miradas…, se dijeron todo.

La joven, regresó a su casa con la mayor discreción posible, intentando adivinar por el camino la excusa por su tardanza.

De repente, deteniéndose a corta distancia, se volvió hacia el hombre que todavía observaba su marcha. A su mente, todavía turbada de tanta excitación, un pensamiento la conmovía, mientras lo miraba:

“No se a que cielo me has llevado, pero nada me hará tardar en volver a tus brazos, aunque me queme en tu fuego…”.

Volviéndose, se perdió entre las sombras del camino, mientras la agradable tarde, trocada ya en noche cerrada, intentaba vestirse de estrellas.

noche sin luna-2

Al Chaís, miró al cielo, buscándola…, pero incomprensiblemente…, no había luna.

Había comenzado un nuevo devenir en la vida del hombre de Granada, con la presencia de la joven Rasha en su vida. Tanta soledad acumulada durante tanto tiempo, encontró en sus hermosos brazos el afecto y placer físico que hasta la fecha, la suerte no le había deparado, tan de su agrado.

La nueva situación, agradable, excitante, pero no menos delicada, ante el peligro de su trascendencia, le predisponía a acometer cada día su trabajo con más ilusión y ganas, sabiéndose acompañado por primera vez en aquella tierra de exilio.

Mientras tanto, continuaba el advenimiento constante de gentes llegadas desde Al Ándalus, huyendo de la debacle anunciada por el ímpetu reconquistador cristiano, haciendo que algunas de ellas se instalaran definitivamente en Ifriqiyah.

Otras, cruzando el país hacia el sur buscaban la dirección de las tierras de Malí, cruzando el Gran Erg Oriental, al temer hacer la ruta como era natural y habitual, cruzando el estrecho de Gibraltar a través de occidente, donde los benimerines, no veían con buenos ojos su presencia, temerosos de que pudieran asentarse, nazaríes, valencianos y sevillanos, haciéndose fuertes en el Al-Maghrib.

Desde el alto Niger, llegaban noticias de establecimientos de árabes andalusíes huidos. Esta “llamada” había convertido y haría de esa área, uno de los destinos de estos hombres huyendo de cristianos en Al Ándalus y almohades en Al-Maghrib.

El rosario de caravanas cruzando el país de norte a sur, por el camino mas largo e insospechado hasta el momento, favorecería no solo el establecimiento comercial a lo largo de todas estas nuevas rutas de los ergs, sino el desarrollo al borde del gran Sahara, de estos pequeños poblados, últimos lugares de aprovisionamiento y descanso de caravanas, antes del asalto definitivo al gran mar de arena.

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A su vez, toda esta parte central y sureña, casi desértica, carecía de organización alguna. Para solucionar estos temas, el Sultán Abú Hafs había nombrado a otros andalusíes llegados con anterioridad a Ifriqiyah desde las Baleares, como algunos miembros de la familia de los Banu Ganiya, últimos almorávides tras la desaparición de su imperio.

Su cometido fue precisamente la constitución de divisiones administrativas, coras o provincias, iglins o distritos y yuezs o comarcas, de más fácil control para la administración del sultanáto.

La profusión de lenguas y dialectos en estos lugares determinaban la necesidad de  traducción de las nuevas disposiciones, para que al llegar la información a caides o jefes tribales, estos pudieran difundirlas de propia voz e ir imponiendo su difícil y paulatina observación.

Sid Fasíd Al-Chaís, el padre de Al Chaís, instó a su hijo, por deseo de Abu Hafs, a establecer bajo su responsabilidad, la capacidad de trasladar traducida las más esenciales  normas, para lo que debería buscar colaboradores con tales conocimientos lingüísticos para esos menesteres bajo su exclusiva autoridad, con total libertad y amparo desde el gobierno, pudiendo establecer, a su discreción, soldadas o salarios para esas personas.

– Creo que es una buena idea que te reunieras con Al-Faquir o Jattár, su hijo…, ellos pueden ayudarte a encontrar ayudantes adecuados en un principio a nuestras necesidades – apuntó Abu Yasír, al corriente de las órdenes recibidas.

–  Si, es una buena idea. Hace tiempo que he de ir a El Jem y saludar al zalmedina; creo que aprovechando la ocasión, debo ampliar este viaje y visitar Kairuán y sus autoridades, donde a la vez que obtengo información de buena mano del trasiego de caravanas, mercancías, sus orígenes, destinos y tránsitos, Jattár puede ayudarme a encontrar las personas adecuadas que necesitaremos.

Al Chaís recordaba el dominio por parte de casi toda la familia del anciano Al-Faquír, de las diferentes lenguas beréberes, el amazigh, el occidental tamazigh, el tanefusit de los beréberes del sur e incluso el tuareg y algo de su escritura.

Por entonces, Jattár Abd-Faquir, hijo del anciano amigo y antiguo almotacén en el mercado de Mahdia, vivía destinado por esas fechas en la Ciudad Santa de Kairuán.

Su cometido era el control de mercado en todo el Sahel, costa oriental, la estepa central y el sur desértico de Ifriqiyah: es decir, era la mano ejecutora en esa basta región de lo dispuesto por Al Chaís en esas materias, previamente propuestas por éste y tras su aprobación por el gobierno de Abu Hafs.

Ben Al Chaís, pensativo, entendió que era el momento de tomar la decisión.

A los pocos días, se dirigió a su ayudante:

– Yasír, dispón la marcha. Prepara todo. Pasado mañana, antes del amanecer, saldremos en dirección a El Jem y tras agasajar merecidamente a mi amigo el zalmedina por su gran ayuda en nuestra labor, seguiremos hasta la Ciudad Santa.

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– ¡El Jem…, Alá, nos acompañe…! –suspiró Yasír, retirándose con intención de ordenar los preparativos.

Aquella misma tarde, ya solo y antes de emprender camino hacia su casa, una mujer con el rostro totalmente cubierto, se presentó ante Al Chaís, y recelando ser observada por nadie, entregó un mensaje en su mano.

– Dios os guarde y tenga misericordia de esta sierva, que entregaría su vida por Rasha, mi niña amada. Tomad en su nombre… – se dirigió a Al Chaís y con la misma cautela, la anciana se retiró, sin espera, con la mayor discreción.

Shalah, era una tía soltera de Rasha, hermana de su padre Ulem Al Hakim, que prácticamente la había criado, actuando toda su vida como una madre y confidente.

En su adolescencia, fue el soporte secreto en la relación fallida con el joven sirviente de la familia con el que mantuvo un idilio de triste final, que la mantuvo apartada y aislada de la normal vida de una joven, y ahora una vez más, se convertiría en el correo habitual para contactar con Al Chaís y anunciarle su visita o punto de encuentro cada vez que se reunía la pareja.

Incluso cuando Rasha había de regresar “mas tarde de lo normal”, preparaba la excusa de pernoctar en casa de su tía Shalah, aduciendo que esta solicitaba de su ayuda o compañía con cualquier pretexto.

– Gracias, Shalah…, Alá te cuide – la despidió Al Chaís, agradecido por el correo, para presuroso, leer el mensaje: “He de verte, esta noche; un muchacho te visitará al anochecer; no receles, seré yo. Rasha.”

Rasha había entrado en su vida de forma inesperada, en sus momentos más bajos,  desde que llegó a Ifriqiyah.

El continuo recuerdo de todo lo dejado, la desesperación que le producían las malas y constantes noticias sobre Al Ándalus, su aislamiento sin remedio, su vida en desafecto, todo ello era campo abonado para la dulzura y belleza de la joven, que hizo mella en aquel hombre en soledad.

El trato con la joven era tremendamente placentero y a veces no adivinaba, el porque de su imposibilidad de establecer una relación estable con ella.

Rasha sabía desde el primer momento que era capaz de llenar vacíos en la vida de aquel hombre al que el gozo físico mutuo colmaría, pero también sabia que no era su dueña…, que en su mente había caminos ignotos e intransitados, que parecían alejarle de la realidad del presente sin poder adivinar, ni él mismo, hasta donde le llevarían.

Pero a la vez era consciente de que aquel hombre maduro le había hecho palpitar como nadie, emocionada entre sus brazos…, entregada a sentimientos inacabables. Rasha no renunciaría, a sabiendas de todo ello de su compañía, incluso estando prácticamente prometida y acordado el matrimonio con el joven Abdel Rahim.

Al llegar a su casa y tras asearse, ordenó un poco la vivienda para recibir a  Rasha. Tras hacerlo, dejó la puerta entreabierta y en la penumbra el zaguán, de forma que cualquier mirada lejana, no pudiera adivinar la clase de visita que recibía.

Ya el atardecer vencido y entrando el crepúsculo, alguien con pinta de un joven con pantalones bombachos, chaleco largo y cubierto con gorro de lana a modo de turbante, se adentró en la casa de Al Chaís. Sin decir palabra, cerró tras de si la puerta y tras hacerlo, despejó de su cabeza el tocado soltando su hermosa cabellera oscura anillada. Ben Al Chaís, apareció en la estancia y Rasha con inusitada ansiedad, susurró:

– ¡Mi amado…, Alá te guarde!

No tuvo tiempo Al Chaís de proferir saludo alguno; sus cuerpos se abrazaron dando cobijo a sus bocas entregadas y rendidas al deseo.

A trompicones y sin deshacer el hatillo amoroso, subieron las estrechas escaleras en penumbra que conducían a la algorfa de la vivienda, donde se encontraba la alcoba de Al Chaís. Dos candiles iluminaban la habitación con luces chispeantes, abundando en la magia del momento.

Una vez sobre el lecho, Rasha sin espera…, despejó de los hombros de Al Chaís su capa de rojo oscuro a la vez que le iba deshaciendo de su ligera túnica de algodón blanco, sus habituales vestimentas. Mientras el hombre, en natural coordinación besaba y acariciaba cada parte del maravilloso cuerpo de la joven, que con toda delicadeza iba descubriendo al retirar la ropa que la cubría.

Sentada sobre él, en el umbral del mágico juego, Rasha, regaló a los besos de su hombre escalar las cumbres turgentes de su torso, mientras su vello se erizaba al efecto de sus acariciadores labios.

Generosa, cuando pudo desasirse de aquellos brazos, en lento y delicado peregrinar su boca paladeando cada rincón de su piel…, buscó entretenida el valle de los sentidos de su amado, donde se entregaría al más voluptuoso de los juegos. Él, mientras le susurraba …, Rasha levantaba su mirada hasta encontrar la suya y escucharle pedirle más, más, más….

Ben Al Chaís, asiéndola por la cintura, la irguió frente a él y la besó sin fin. Los brazos de Rasha se enredaron en su cuerpo girando unidos, hasta hacerle caer sobre si misma. El ir y venir del más dulce y viejo de los viajes, quiso hacerse interminable.

Nunca antes, momentos quisieron ser tan eternos; nunca antes, eternidades, quisieron saberse instantes.

En medio de la madrugada, extenuados cuerpos y sentidos, Ben Al Chaís despertó de entre sus hombros a la adormilada Rasha.

– Sabes…, pasado mañana he de irme de viaje. Llegaré a El Jem y luego a Kairuán, donde visitaré a la familia de nuestro amigo Al-Faquír. Estaré casi dos semanas o más fuera…

– ¿Dos semanas…? –preguntó Rasha, como si de una eternidad se tratara.

– No sé exactamente, quizá más…, Kairuán está lejos, el camino es harto dificultoso, y he de hacer tanto…

– ¿Dos o más semanas sin tus brazos…? dime hombre sabio, que hará esta mujer sin saberte cerca, sin tu arrullo, sin… – se interrumpió sonriendo maliciosamente a la vez que tierna – sin tu calor…

– Esperar…, mi dulce paloma…, el halcón ha de llegar más deseoso de envolverte en sus alas y no tendrá piedad alguna contigo…

– Quiero a mi halcón, sin piedad…, quiero rendirme, una y otra vez, entregada a su insaciable violencia…

Rasha volvió a enredarse en el cuello de Al Chaís, y arrancando uno a uno de nuevo sus besos, resucitó el deseo de aquel hombre que se creía extenuado. La noche no podía ser más noche, costándole dejar de serlo cuando el amanecer anunció su llegada.

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Con la última oscuridad, el “muchacho” del tocado y amplio chaleco, se resistía a la despedida.

Rasha, había de llegar a casa de Shalah, su tía, antes que la claridad del incipiente día, pudiera delatarla.

Continuará…

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